Columnistas
“No nos devuelvan a la guerra”: la mayor victoria del paro nacional
Las manifestaciones han cumplido mes y medio. Qué significan todos estos días de movilización nacional constante y sin interrupciones
¿Qué nos sugieren la diversidad de expresiones, lugares y contextos entretejidos en el manto común de la defensa solidaria de la vida en un país como Colombia?
De múltiples formas, las expresiones de resistencia, inconformidad y vitalidad se han mantenido en diversas capitales y cabeceras municipales del territorio nacional durante todo este tiempo, con el 80% de respaldo de la población colombiana, he aquí su primer triunfo. Aquí y allá, se reúnen convencidos de sus causas estudiantes, gentes campesinas de distintas procedencias, indígenas, gentes negras, gentes de los barrios y comunas, trabajadores y trabajadoras, personas desempleadas, madres y padres, abuelas y abuelos, colectivas feministas, artistas, maestros y demás sectores inconformes con el gobierno actual y su accionar que impide la vida digna. . En un país como Colombia, mantener este grado de movilización es un reclamo y un posicionamiento por la paz, un grito por la vida.
En las calles y carreteras, el pueblo colombiano inició una movilización con una motivación económica, tan contundente, que logró tumbar la reforma tributaria. Esta reforma que pretendía aplicar el gobierno actual quedó sepultada el cinco de mayo cuando en el Congreso de la República fue aprobado su retiro. Otro triunfo innegable, pero a mi juicio, en él se expresa otro mayor, y es el haber logrado situar a la economía en la arena de la contienda política. Esto es, las gentes de Colombia, lograron situarse políticamente frente a las dinámicas económicas y sus urgencias. La ganancia es aún más significativa, cuando se advierte cómo las gentes pudieron atar la situación concreta de las personas y las familias con las políticas neoliberales, para hacer de las decisiones económicas un campo de disputa nacional por la legitimidad y en función de la “vida” que comienza a defenderse con singular contundencia.
El siguiente triunfo avanza el 19 de mayo cuando se logró archivar la reforma a la salud, que habría que leer en el marco de esta lucha por los sentidos de dignidad y cuidado asociados con la vida como proyecto político de las generaciones que nos encontramos en el paro nacional. Estas importantes ganancias en la arena legislativa que considero partes de las victorias logradas a punta de constancia, deseo, necesidad y decisión de transformar este país, a través de un mecanismo central que es ya quizá una ganancia mayor de las juventudes y de todas las gentes que han poblado las calles del país. Me refiero a ganar el espacio público para la expresión, manifestación y lucha política.
Esto pasó, por ejemplo, en el Portal Américas de Bogotá, que popularmente ahora se conoce como Portal Resistencia por las constantes jornadas de protesta que han sido convocadas allí. Claramente, estas acciones no solo se limitan a la capital del país. También han sucedido en lugares como la Avenida 80 en Medellín, donde manifestantes pintaron a gran escala las palabras “Estado Asesino” criticando el rol del gobierno frente a los crímenes que ha venido cometiendo el gobierno en las calles del país. Así, lugares tan cotidianos como un terminal de transporte o un puente vehicular, se han convertido en puntos de encuentro en los que se juntan procesos organizativos comunales y en los que se teje lo común.
Las calles y carreteras del país hoy más que nunca son un espacio para la expresión política y social plural que han logrado mantenerse como lugares para todos y todas a pesar de los esfuerzos que buscan estigmatizar, desestimar e incluso negar la legitimidad social de estas manifestaciones. Contra toda predicción en la arena de las experiencias del país, esta es una movilización motivada también por la solidaridad entre las generaciones, entre los sectores, entre las causas. Debemos reconocer que la solidaridad con los demás como motor de movilización es otro avance fundamental en un país que ha prohijado el miedo, la desconfianza y la violencia como acciones de gobierno durante tanto tiempo. Enfrentar el autoritarismo encarnado en la figura del “patrón del ubérrimo”, es reiterativo de municipio a municipio, de ciudad a ciudad, y se enuncia en los grafitis en calles y carreteras como en el expresivo: “Puerto Boyacá antiuribista”.
La advertencia parece clara: vivimos un despertar colectivo que ha conquistado para sí el espacio público, que ha fortalecido y tornado más públicas sus formas de organización y creación. Las gentes de ciudades y campos, en distintos rincones del país, construyen asambleas y cabildos populares como partes de redes barriales, vecinales, veredales en donde emergen propuestas que, en diferentes escalas, plantean programas de transformación del país. El barrio y la vereda recobran su importancia como lugares para pensar y proponer la política nacional. A ellas se unen las convocatorias realizadas desde prácticas deportivas y artísticas, desde llamados a cuestionar y movilizar la historia del país y de los pueblos, a repensar el patrimonio, a movilizar concepciones y prácticas culturales.En las calles se expresa con contundencia la inconformidad y rechazo generalizados frente a la represión estatal y se urde al unísono el grito común por la vida, por la defensa de los derechos humanos. Dos profundidades se expresan allí con claridad.
La primera alude a un rechazo generalizado a la política del miedo y del terror: “ya no tenemos miedo”, ha sido una expresión a múltiples voces durante el paro nacional. Un posicionamiento que moviliza y que se concreta también en la exigencia de la reforma estructural a la Policía Nacional. En lo más inmediato, tal exigencia responde a la represión violenta que ha cobrado decenas de vidas durante las jornadas de protesta. Pero recordemos que el abuso policial no es algo nuevo ni causado por “manzanas podridas”. Desde que fue creado el Esmad —en 1999— hasta antes del paro nacional que inició el 21 de noviembre de 2019, a este grupo se le atribuyen al menos 43 asesinatos.
La segunda, tiene que ver con la solidaridad internacional y sus efectos, como la presencia en Colombia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, que respalda el llamado común por la vida. En un país como el nuestro un joven señala que ya no “luchan por sobrevivir, sino por vivir” y con ello se sitúa el carácter político y social de la lucha por la vida en Colombia.
Otra gran victoria de este paro nacional es que ha permitido visibilizar las múltiples formas de exigir, protestar o reivindicar que nacen desde espacios tan diversos como lo son el muralismo, los malabares, el fútbol, la música o el bordado. No estoy diciendo que estas formas de resistir no existieran antes de este paro. Lo que estoy diciendo es que el paro actual, por el tiempo que ha durado y la difusión que ha tenido en redes, se ha prestado para que todas esas formas de manifestarse sean percibidas y se constituyan en formas centrales de habitar políticamente los espacios públicos.
Por ejemplo, el paro actual se prestó para romper las históricas rivalidades de hinchadas futboleras que se unieron para resistir frente a la represión policial y para protestar contra el gobierno “de Duque”. Que en diferentes partes del país se hayan juntado barras como Los del sur, Comandos Azules, Barón Rojo Sur, Frente Radical Verdiblanco, entre otras, es una victoria. Sí, es una victoria porque demuestra que las gentes de este país pueden unirse para luchar por sus derechos humanos y una vida digna.
Así como el paro nacional logró que hinchadas antagónicas unieran sus voces, consiguió fortalecer lazos comunitarios en torno a la resistencia. En zonas en las que se mantienen los bloqueos —como en Puerto Resistencia, Cali— han ido apareciendo han ido apareciendo respaldos como las ollas comunitarias preparadas por madres de los manifestantes y alimentadas por insumos de campesinos o restaurantes dispuestos a contribuir. Estos espacios, además de ayudar a la alimentación de gentes, se prestan para reflexionar respecto a las múltiples formas de protestar y formar parte del paro nacional; poniendo sobre relieve esa cara oculta de las movilizaciones, aquella movilización que se practica por mujeres y gentes mayores, con ayuda de más personas, al calor de los fogones.
Este fortalecimiento de los lazos comunitarios al calor del fogón, también se ha hecho sentir en los puestos de salud establecidos por manifestantes en puntos de resistencia para atender a quienes resultan heridos/as en medio de las movilizaciones. Profesionales de la medicina, encargados de sanación y terapeutas se solidarizan con el paro nacional y sus razones, movilizando sus saberes en función del cuidado común.
Labores en movilización protagonizadas por las brigadas de salud, los colectivos de derechos humanos, las ollas comunitarias, las acciones comunicativas y las primeras líneas se constituyen en los sustentos y redes del cuidado común. En fin, este paro no solo ha sido victorioso por la caída de la reforma tributaria y la reforma a la salud. También lo ha sido porque es cimiento de organización social desde entornos cotidianos para protestar frente a la represión estatal y proponer frente a las desigualdades que impiden la vida digna y completa. Estas victorias las hemos aprendido a partir de la participación en las movilizaciones y desde las múltiples conversaciones con colegas, amigos y estudiantes, que reiteran la voz común: “no nos devuelvan a la guerra”.