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Alerta, Bogotá…

Por Enrique Santos Molano  

La derecha ha gobernado en la ciudad doscientos años. Una muestra de lo bien que sabe gobernar la tenemos en el metro. Lleva setenta años tratando de no hacerlo, con pleno éxito.

La derecha extrema, a través de su poderosa red de medios de comunicación, escritos, hablados y televisados, ha vendido la idea de que, después de doce años de gobernar en Bogotá, la izquierda tiene la capital hecha un desastre y ha demostrado que no sabe gobernar.

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Por Enrique Santos Molano  

La derecha ha gobernado en la ciudad doscientos años. Una muestra de lo bien que sabe gobernar la tenemos en el metro. Lleva setenta años tratando de no hacerlo, con pleno éxito.

La derecha extrema, a través de su poderosa red de medios de comunicación, escritos, hablados y televisados, ha vendido la idea de que, después de doce años de gobernar en Bogotá, la izquierda tiene la capital hecha un desastre y ha demostrado que no sabe gobernar.

Y es que, antes de esa docena de años de izquierda, ¿Bogotá no era un desastre? Entre 1821 y 2004 (año en que la izquierda progresista asume el gobierno, pero no el manejo, ¡ojo!, de nuestra ciudad) encontramos en los periódicos, día por día y año por año y década por década, quejas amargas, en ocasiones exageradas, pero generalmente ciertas, sobre la triste situación de Bogotá.

Don Miguel Samper escribe en 1864 en ‘La Opinión’: “Bogotá es un fenómeno económico que debe estudiarse, y la condición moral de su población llena de profundo dolor al amigo de la humanidad”. El mismo año, el síndico personero de la capital expresa críticas puntuales en ‘El Símbolo’: “Bogotá se está muriendo. La ciudad está desaseada; no hay policía de seguridad; no hay puentes, ni comodidades en las calles por falta de enlozados y regularidad; y esta es la capital del liberal pueblo nombrado Estados Unidos de Colombia”.

Muchos años antes, al finalizar el siglo dieciocho, don Antonio Nariño describió a Santafé como “nuestra mefítica ciudad”; y muchos años después, al finalizar el siglo diecinueve, José Asunción Silva le escribe a un amigo que vive en París y le dice que “se acuerde del mugre de la ciudad que tuvo la honra de verlo nacer y desarrollarse, y que, acordándose de todo eso, resuelva ventilarse un poco más y aguardar un poco para regresar a este rincón” cuyos aires no garantizan una buena respiración (1896).

La derecha ha gobernado en la ciudad doscientos años. Una muestra de lo bien que sabe gobernar la tenemos en el metro. Lleva setenta años tratando de no hacerlo, con pleno éxito. Incluso ha logrado frustrar el metro que los gobiernos de izquierda han intentado construir en sus doce años. La derecha ha dejado crecer la ciudad sin solucionarle ninguno de sus problemas fundamentales. La ha dejado crecer con sus problemas.

Los avances que ha tenido Bogotá se deben a un puñado de alcaldes que tuvieron el coraje de sacudirse el dominio de los dueños de la ciudad, y de realizar, en contra de los intereses particulares, las obras de interés general que exigía el bienestar común. Y se deben así mismo, esos adelantos, a la vigilancia constante de la prensa crítica.

Si hiciéramos un estudio comparativo del proceso de transformación urbana puesto en marcha por los tres gobiernos de izquierda (2004-2015), con los que efectuaron en su momento, y en las mismas condiciones difíciles, los gobiernos de La Regeneración (1884-1900), de la República Liberal (1930-1946) y los seis años de Gaitán Cortés (1961-1966), veremos que su característica común es el progreso de la ciudad y el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes; en todos los aspectos fueron gobiernos de izquierda.

A los tres últimos gobiernos de izquierda progresista se les quiere cobijar con el escándalo que desató la corruptela de la contratación, que estalló durante el gobierno de Samuel Moreno, para dar a entender que la izquierda es tan corrupta como la derecha. Sin embargo, los contratistas implicados en el turbio negociado no eran miembros de la izquierda, sino protegidos y recomendados de ilustres dirigentes de la ultraderecha. Tampoco el alcalde Moreno Rojas ni su hermano el senador Iván fueron nunca políticos de izquierda. Descienden de una familia de esencia conservadora retrógrada (pues también hay conservadores progresistas) y militaban en un partido de izquierda por puro oportunismo.

Que los bogotanos, inficionados por la propaganda de la derecha, caigan en la trampa de elegir a un ciudadano de esa corriente para regir los destinos de la capital en los próximos cuatro años significaría dar un salto al vacío, del que no se cansarían de arrepentirse, ni la ciudad podría reponerse en las próximas décadas.

¿Qué significa ser de izquierda progresista? Significa pensar en los intereses de los ciudadanos, trabajar por el progreso de la ciudad y por el continuo mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes, estar dispuesto a enfrentar sin temor los embates de los intereses creados, a combatir la indolencia de los funcionarios, y la de los propios ciudadanos, y a gobernar con el máximo de eficiencia. Dentro de un tiempo no lejano, hasta sus críticos más ácidos tendrán que reconocer que el gobierno de Gustavo Petro hizo milagros para reversar los desastres que le han ocasionado a Bogotá los gobiernos de derecha. El sucesor de Petro recibirá una ciudad en transformación irreversible.

Ahora, ¿quién puede ser el sucesor de Petro? No veo otro más capacitado, con mejores aptitudes, y que posea el conocimiento más completo de la capital, de sus necesidades y de sus soluciones, que Clara López Obregón. A Clara la apoyan ciudadanos progresistas de todas las vertientes: liberales, conservadores, socialistas, comunistas, sin otro interés que el de garantizarle a la capital de Colombia un gobierno que la ponga a tono con las grandes urbes del siglo XXI.

Si quieren comprender a cabalidad qué cosa es un gobierno de ultraderecha, miren a España. Allá manda el visigodo señor Mariano Rajoy, elegido por unos idiotas que así creyeron castigar el mal gobierno del PSOE. Hace un par de días, un ciudadano o ciudadana puso en Facebook la foto de una patrulla de la policía que abusivamente parqueó en un estacionamiento reservado a vehículos escolares. El ciudadano denunciante fue multado con ochocientos euros por violar la ‘Ley Mordaza’, como se denomina a una ley propuesta por el gobierno del señor Rajoy, la cual prohíbe tomar fotos o publicar informaciones “que puedan poner en riesgo a la policía”. ¿De modo que denunciar los abusos de la policía, o de cualquier autoridad, es ponerlas en riesgo? La Ley Mordaza del señor Rajoy convierte en delincuentes a los ciudadanos reporteros. Así que en Colombia, si hubiera una Ley Mordaza como la de España, los ciudadanos que toman fotos con celular, y que las envían a los periódicos, serían severamente multados o llevados a la cárcel, “por poner en riesgo a la policía”, aunque la policía esté violando las leyes.

¿Queremos en Bogotá y en Colombia una Ley Mordaza? En ese caso votemos por los candidatos de la ultraderecha, mas no olvidemos que ellos son de doble faz. Sonríen mientras piden los votos, y apenas son elegidos muestran los dientes. Que lo diga el señor don Mariano Rajoy mordaza.

El Tiempo, Bogotá.

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