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Año nuevo… ¿Izquierda nueva?

Por Campo Elías Galindo A.  

A pocos meses de la firma de los acuerdos de paz entre el gobierno y las FARC, y de iniciarse un proceso similar con el ELN que supere el conflicto armado colombiano, conviene revisar aspectos subjetivos de la vida política  que están imbricados en este trance excepcional en que hemos entrado como sociedad.

Tanto el establecimiento como las fuerzas alternativas de la Izquierda y el Socialismo, tienen sus propios retos en la perspectiva de la pacificación del país.

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Por Campo Elías Galindo A.  

A pocos meses de la firma de los acuerdos de paz entre el gobierno y las FARC, y de iniciarse un proceso similar con el ELN que supere el conflicto armado colombiano, conviene revisar aspectos subjetivos de la vida política  que están imbricados en este trance excepcional en que hemos entrado como sociedad.

Tanto el establecimiento como las fuerzas alternativas de la Izquierda y el Socialismo, tienen sus propios retos en la perspectiva de la pacificación del país.

El gobierno de Santos, igual que otros en décadas pasadas, tiene el inmenso desafío de poner de acuerdo a los poderes regionales y locales que a lo largo y ancho de la geografía nacional han sustentado la emergencia de grupos armados, a veces pequeños ejércitos, que han saboteado desde siempre no solo los proyectos de pacificación sino todos aquellos que han intentado tocar los intereses de las oligarquías anidadas territorialmente. La guerra colombiana ha tenido una fuerte característica territorial que solamente quienes  la entiendan, pueden participar en su solución.

Santos no logrará el objetivo de la paz como quien se sale con la suya. Deberá emprender procesos de negociación inter-oligárquicos que pasan, como ya lo viene haciendo, por convencer a todas las élites de las bondades económicas de la paz, de las oportunidades que se abren a la inversión, los negocios y el crecimiento de sus riquezas. En esa perspectiva, la reciente aprobación por el congreso de las Zidres (zonas de interés de desarrollo rural económico y social), que permitirá a los grandes empresarios agrícolas incorporar la altillanura orinoquense y otras áreas al desarrollo rural capitalista, es algo más que un contrasentido frente a los acuerdos hasta ahora logrados entre el gobierno y las FARC. Es un elemento de negociación con el empresariado agrícola del país y sus gremios, un parte de tranquilidad frente a sus reiterados señalamientos de que el gobierno negocia el modelo de desarrollo económico en la mesa de La Habana. Otro mensaje de tranquilidad, esta vez para el capital financiero y las multinacionales de la construcción, es la subasta de Isagen en plena crisis hídrica y climática para invertir en infraestructura vial; lo anterior para no hablar de las reformas al fuero penal militar que se dictan desde los cuarteles. La paz que hasta hoy está imponiendo Santos, es el resultado de una doble negociación: en Cuba para el desarme de la insurgencia y en Colombia, para que todas las oligarquías se sientan ganadoras con el “pos-conflicto”.

Solamente los expresidentes que ya intentaron reformas económicas o políticas, saben cuánto vale en este momento, subir a las oligarquías regionales al carro de la paz. El “¿cómo voy yo?” característico de la corrupción pública en la vida colombiana, igualmente funciona y ha funcionado en la búsqueda de la paz para nuestro país.

Los retos que este período pos-acuerdos plantean a la Izquierda colombiana no son menores. La Izquierda política necesita recomponerse y reagruparse para orientar los procesos educativos y culturales que han de sustentar la construcción de la paz.

En esa dirección, tiene la urgencia de repensarse y hacer una catarsis que le permita entenderse a sí misma y poder salir de su ya larga marginalidad. Necesitamos Año nuevo!, País nuevo!… e Izquierda nueva!

La Izquierda colombiana, aún la más pensante y aún la más divorciada de las estructuras que practican la violencia, no está por encima del conflicto armado que se desató cuando el Frente Nacional devino en pacto excluyente incapaz de integrar socialmente a amplios sectores campesinos y urbanos del país. Con un estado nacional a medio construir, donde el poder político, con pasajeras excepciones, se ha gestionado a través de la historia por medio de las armas, nadie puede pretender situarse por encima del bien y del mal en esta materia, diciendo que un conflicto armado de más de 50 años va por un lado y por otro muy distinto, las luchas populares, sus organizaciones y sus dirigentes.

La actual Izquierda colombiana está marcada de muchas maneras por el conflicto armado. Ha heredado muchos de sus miedos, de sus odios y sus prejuicios. Es una Izquierda a la defensiva, victimizada, sobreviviente de intensas persecuciones y arbitrariedades donde la impunidad ha sido la regla. De tanto defenderse terminó por invisibilizarse y atrincherarse en pequeños grupos que además, compiten entre ellos por protagonismos de corto alcance que sucumben ante la ofensiva mediática permanente del régimen político. Terminó interiorizando su lejanía del poder negándose a proponer de manera coherente un proyecto de sociedad, principalmente en los planos regionales y locales, a los cuales aplica forzadamente las consignas nacionales de consumo más corriente. No ha sido pues, propositiva, porque perdió su vocación de estado y en lugar de generar esperanza entre la población, entró en un “denuncialismo” compulsivo que señala la maldad de los malos pero que no educa ni construye proyecto de sociedad.

Si los asuntos anteriores no se ponen en discusión y no se extraen las conclusiones pertinentes, menos entenderemos por qué la finalización del conflicto armado marcará un antes y un después para la política de Izquierda en Colombia. Las cosas serán a otro precio cuando las rebeldías puedan expresarse bajo la certeza de que únicamente el estado posee las armas y las emplea de conformidad con la Constitución Política.

La lucha por la paz que han emprendido las fuerzas democráticas, y que hoy cristaliza en las negociaciones de Santos con las guerrillas, tiene implícito un reto al establecimiento: el reto a la confrontación política sin recurrir a las armas, sin insurgencia armada ni paramilitarismo, con el exclusivo arbitraje de un estado que legítimamente monopolice los medios de coerción. Estuvo claro desde el principio de la negociación entre el gobierno y las FARC, que el modelo de desarrollo no estaba en juego, y que ninguna reforma social o económica importante haría parte de lo acordado en la mesa de discusión. Lo otro, lo difícil de prever, porque hace parte del juego político y la confrontación de voluntades y liderazgos, son las condiciones subjetivas de la lucha política que abre un desarme de las insurgencias, incorporadas ahora a la lucha civil, con garantías democráticas para todos los movimientos sociales, como esperamos sea el período que se abre con la firma de los acuerdos.

Es pues, en este plano de las subjetividades, donde empiezan ya a jugarse las cartas más importantes del país sin violencia política organizada que podríamos tener en 2016. Las organizaciones políticas de Izquierda tendrán un escenario nuevo para su actuar cotidiano. No desaparecerán el señalamiento malintencionado, la estigmatización y la guerra sucia mediática contra ellas, pero disueltos los ejércitos con los cuales se les vincula, el discurso inquisidor perderá fuerza en favor de la narración histórica que por fortuna, hace parte de los acuerdos de La Habana. La no repetición del conflicto armado y del matoneo permanente que trajo para los luchadores democráticos y populares, en mucha medida están atados al esclarecimiento de las causas, agencias, estrategias y perpetradores de la violencia. La Izquierda es la primera llamada a empujar la rueda de la verdad histórica, y esta, la única que podrá ir poniendo los puntos sobre las íes, y  también poniendo en su lugar el relato dominante sobre la guerra, que es parte de la guerra misma.

Aprovechar un escenario menos adverso no obstante, depende ante todo de la capacidad de esas fuerzas antisistémicas para racionalizar la experiencia vivida y convertirla en sabiduría, de su disposición para entender y aceptar los cambios, unirse y superar las taras que les impuso el conflicto. Se va a necesitar lucidez para adelantar un intenso trabajo programático que permita recuperar la vocación de estado; espíritu crítico y autocrítico, y apertura mental para estimular la participación política de todos los sectores que perdieron la esperanza y la fé en sí mismos, o siempre se han abstenido frente a los asuntos de la vida pública.

Un escenario de pos-acuerdos indudablemente va a producir conmociones en la derecha radical uribista, pero no la sacará del juego político. Ya ha indicado que irá con todo por el no a la refrendación de los acuerdos, y no es descabellado esperar su endurecimiento apropiando el discurso premoderno y el fanatismo del procurador Ordóñez: ni más ni menos un Laureanismo del siglo XXI llamando a reiniciar la guerra. El tema de la refrendación será precisamente, la primera gran contienda que las fuerzas de la paz tendrán que librar en las nuevas condiciones. Allí empezaremos a ver la cara fresca de una Izquierda que se quiere reinventar, o su rostro ajado y vociferante buscando los viejos fantasmas de la nueva derrota.

Parte de las nuevas condiciones y el nuevo escenario que se avecinan, tema del cual poco se habla públicamente, es el “aterrizaje” de las FARC y más adelante del ELN en la arena política y electoral, asunto que está en la médula de las negociaciones por lo menos con el primero de los grupos mencionados. Además de otros actores sociales importantes, la vinculación de esa fuerza a la vida pública podría dinamizar la lucha política en dos direcciones claves: una, fortaleciendo los liderazgos de las organizaciones campesinas y étnicas hacia la recuperación de sus tierras, su redistribución y contra el extractivismo; y otra, apoyando la movilización social permanente por las libertades civiles y garantías democráticas, muchas de las cuales quedaron consignadas en los acuerdos de La Habana sobre participación política.

Además, la mayoría de los comandantes habrán terminado el doctorado intensivo que significan tres años y medio de discusiones, con asesorías nacionales e internacionales, sobre los problemas medulares de la realidad colombiana que han tenido que ver con el conflicto social y armado. Esa experiencia podrá habilitarlos si se lo proponen, como interlocutores válidos frente a los sectores informados de la sociedad y frente a las demás fuerzas de una Izquierda que avanza en su recomposición. Todas son expectativas; están por verse la capacidad de adaptación de los futuros excombatientes a la vida en la legalidad y el tipo de relaciones que establecerán con los distintos sectores de la sociedad, con los gremios del capital, los gremios del trabajo, las minorías, la clase política, las fuerzas armadas y los partidos. Tienen la experiencia político-militar más extensa de todas excluyendo la del propio estado, pero, la racionalizarán?, la evaluarán?, la convertirán en sabiduría?

La Izquierda colombiana agrupada en partidos o formaciones similares, vale decir las militancias, atraviesan una crisis profunda ideológica y organizativa. Han pasado casi desapercibidas y su desempeño ha sido gris en la actual coyuntura nacional de tránsito hacia la paz. Derrotadas en las mentes de los ciudadanos por el cuento guerrerista de la derecha radical, por la indiferencia de las poblaciones urbanas y por los errores propios, debe aferrarse con más fuerza y convicción a la tabla salvadora de la paz, superar el estado de vacilación y adelantarse a los acontecimientos si de veras aspira a ser fuerza determinante.

El fin de la violencia política organizada, es decir, del conflicto armado, parece estar cerca. Pero los nubarrones sobre la sostenibilidad de la paz, son densos. No se avizora un liderazgo pos-acuerdos diferente al de la clase política neoliberal, dispuesta a embarcarse en un paquete de reformas constitucionales y legales transitorias que aseguren la desmovilización y desarme completo de las insurgencias, pero que en la perspectiva de su dominación de clase, marquen un giro de 360 grados con regreso al punto de partida.

Así, la trascendencia de la firma de los acuerdos entre este gobierno y las insurgencias, no está asegurada. Que ella será un manojo de oportunidades, no cabe duda; pero la puja entre proyectos y liderazgos será lo decisivo. A la Izquierda se le agota el tiempo. Aguanta perder la alcaldía de Bogotá y hasta una eventual presidencia de la república, pero la paz no le puede pasar de largo.

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