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Columnistas

Bogotá en la revolución urbana

Por Horacio Duque   

Expertos urbanistas coinciden en caracterizar el actual momento de muchas ciudades a nivel global como el de una revolución urbana. Fue Gordon Childe (http://bit.ly/1wMIHWY) quien utilizó por primera vez en su obra maestra sobre la Antigüedad dicha categoría para identificar el punto inicial de conformación de las primeras ciudades de la civilización humana.

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Por Horacio Duque   

Expertos urbanistas coinciden en caracterizar el actual momento de muchas ciudades a nivel global como el de una revolución urbana. Fue Gordon Childe (http://bit.ly/1wMIHWY) quien utilizó por primera vez en su obra maestra sobre la Antigüedad dicha categoría para identificar el punto inicial de conformación de las primeras ciudades de la civilización humana.

Las últimas décadas han registrado una considerable expansión de las ciudades por todo el planeta. Lo que se ha conformado es un nuevo entorno urbano que se ha denominado Metapolis, una ciudad de ciudades.

Se trata de un sistema de redes urbanas creado por la conexión de las ciudades, el territorio y los pueblos a partir del desarrollo de los medios de transporte, el avance en el almacenamiento de bienes, información y personas, y la evolución científica continua de las tecnologías para mejorar el rendimiento de este sistema. El resultado son grandes conurbaciones extensas y discontinuas, heterogéneas y multipolarizadas, en las que la incertidumbre y el azar juegan importantes papeles que desmontan el absolutismo y los principios categóricos del urbanismo moderno. El prefijo meta- ya nos sugiere sobre un “ver más allá” de la forma de la “polis”, de su realidad, de su significado según la concepción tradicional de la ciudad.

Bogotá hace parte del sistema de grandes ciudades del mundo en la que se concentran millones de personas. Es ya una Metapolis. Es el resultado del proceso de metapolizacion de la ciudad y el territorio de la Gran Sabana.

Así, en su condición de gran urbe, la capital de Colombia también es escenario de la denominada revolución urbana a la que se refiere Francoise Ascher (http://bit.ly/1wMIXFm), el conocido investigador francés cuya reflexión se especializó en el tema de las ciudades del siglo XXI (http://bit.ly/1ExjvV7).

Varias son las cuestiones que resulta obligado plantearse a propósito de dicho tema. ¿En qué consiste dicha revolución urbana? ¿Qué contradicciones surgen con dicho fenómeno? ¿Cómo actuar para sobreponerse a las deformaciones urbanas que aparecen con dichas transformaciones?

Utilizamos los términos de revolución y contrarrevolución no solamente por la historia que conlleva el concepto de revolución urbana y su renovación a lo largo del tiempo, como se comprueba en la literatura sobre el auge de las ciudades metropolitanas a lo largo del siglo 20 y más recientemente sobre la “explosión de la ciudad” o el ya clásico concepto de Metapolis acuñado por François Ascher.

La revolución urbana está asociada a un grupo de aspectos tecnológicos, económicos, políticos, sociales y culturales que igualmente se vinculan a la globalización neoliberal.

Esos procesos son los siguientes:

a) La informatización (por ejemplo la difusión de los ordenadores y las redes) ha modificado las relaciones espacio-tiempo y permite desarrollar actividades diversas (profesionales, de ocio o cultura, de educación, de consumo) sin depender de una localización rígida. Si a ello se une la generalización de las formas modernas de comunicación como el vehículo privado y las redes regionales de transporte y la telefonía móvil, es fácil deducir que la ciudad hoy ya no es lo que era.

b) Los nuevos territorios urbanos ya no se reducen a la ciudad central y su entorno más o menos aglomerado, lo que se llamó el “área metropolitana”, es decir el modelo de ciudad de la sociedad industrial. El territorio urbano-regional es discontinuo, mezcla de zonas compactas con otras difusas, de centralidades diversas y áreas marginales, de espacios urbanizados y otros preservados o expectantes. Una ciudad de ciudades en su versión optimista o una combinación perversa entre enclaves globalizados de excelencia y fragmentos urbanos de baja calidad ciudadana.

c) El capital dominante es hoy especulativo más que productivo, nómada más que sedentario. Las decisiones se han “externalizado” del territorio, el cual se ha debilitado al tiempo que ha entrado en la carrera competitiva para atraer inversiones, actividades emblemáticas, turistas, etc. El capital fijo, dependiente del entramado económico local, se resquebraja y las infraestructuras que soportan la nueva economía corren el riesgo de ser de uso efímero.

d) El ámbito local-regional ha sido históricamente el de la reproducción social (educación, sanidad, vivienda, etc.), hoy afectado por la crisis del Estado de bienestar (o por su carácter limitado) al mismo tiempo que las demandas se multiplican (formación continuada, envejecimiento, reducción del tamaño del núcleo familiar, colectivos pobres o marginales, etc.). Los poderes locales, distritales y regionales deben reorientar sus funciones hacia la “producción social” puesto que la “competitividad” del territorio corresponde a esta escala más que a la del “Estado-nación”. Pero no disponen de las competencias y recursos para ello.

e) La sociedad urbana se ha hecho más compleja, más individualizada y más multicultural. Las grandes clases sociales de la época industrial se han fragmentado, los grupos sociales se definen en función de criterios múltiples (territoriales, culturales, etc. además de su relación con la producción), la autonomía del individuo se ha multiplicado. Los comportamientos urbanos se han diversificado (en los tiempos, movilidades, relaciones sociales, etc.) y por lo tanto también las demandas. Las políticas urbanas hoy no pueden ser simplemente de “oferta” masiva dirigida a grandes colectivos supuestamente homogéneos.

f) Pero, paradoja: al mismo tiempo que individuos y ciudades apuestan por la distinción y la diferencia, las pautas culturales se globalizan y se homogeneizan. Arquitecturas y formas de consumo, informaciones y comportamientos de ocio, lenguas y vestimentas se banalizan y pierden sus elementos distintivos cualificantes. La carrera hacia la competitividad mediante la distinción lleva a la no-competividad por la homogeneización.

g) La gobernabilidad de los territorios urbano-regionales se convierte en un difícil desafío. Especialmente difícil debido a los siguientes factores:

• La multidimensionalidad del territorio urbano-regional (centros, periferias, red incompleta de geometría variable de ciudades medias y pequeñas, urbanización difusa, enclaves y hábitat marginal, etc.)

• Las potentes dinámicas privadas de ocupación de suelo.

• La nueva complejidad de la sociedad urbana y la diversidad de sus demandas y de sus comportamientos (movilidad, doble residencia, etc.)

• La fragmentación de los poderes locales que cooperan y se solapan, compiten, se estorban.

• La fuerza económica y a veces legal de las iniciativas privadas o de entes públicos sectoriales a la hora de definir o modificar grandes proyectos sectoriales sobre el territorio.

Importa señalar, como lo plantea Borja (http://bit.ly/1ExjvV7), que las revoluciones, sean políticas, sociales, económicas, científicas, culturales o tecnológicas generan procesos (o por lo menos expectativas) que para simplificar podemos calificar de “democráticos” o socializadores del progreso.

En el caso de la revolución urbana a la que nos estamos refiriendo, se enfatiza la mayor autonomía de los individuos, la diversidad de ofertas (de empleo, formación, ocio, cultura, etc.) que se encuentran en los extensos espacios urbano-regionales, las nuevas posibilidades de participación en las políticas públicas de las instituciones de proximidad y a partir de la socialización de las nuevas tecnologías, las mayores posibilidades de elegir residencia, actividad o tipo de movilidad, etc.

Sin embargo, observa, nunca la segregación social en el espacio había sido tan grande: crecen las desigualdades de ingresos y de acceso real a las ofertas urbanas entre la población; colectivos vulnerables o más débiles pueden vivir en la marginación de ghettos o periferias (ancianos, niños, inmigrantes, etc.)

Los tiempos sumados de trabajo y transporte aumentan; la autonomía individual puede derivar en soledad e insolidaridad; la incertidumbre sobre el futuro genera ansiedad; se pierden o debilitan identidades y referencias; hay crisis de representación política y opacidad de las instituciones que actúan en el territorio, etc. Así, las esperanzas generadas por la revolución urbana se frustran y el malestar urbano es una dimensión contradictoria de la vida urbana actual.

Estos efectos perversos de la revolución urbana no son una fatalidad si no que resultan de un conjunto de mecanismos económicos, de comportamientos sociales y de políticas públicas como son: el carácter sobre determinante de la renta urbana en la definición de usos del territorio; el consiguiente carácter de “inversión” que han adquirido las compras en suelo o en vivienda; las alianzas sucias entre constructores y autoridades locales; el afán de distinción y de separación de importantes sectores medios y altos; los miedos múltiples y acumulativos que actúan sobre una población de cohesión débil; la fragmentación de los territorios urbanos extensos y difusos; la homogeneización de pautas culturales en los que la “imitación global” se convierte en obstáculo a la integración local, etc. Todo lo cual configura que vivimos no solo tiempos de revolución, de igual manera son tiempos de contrarrevolución, urbana obviamente.

Es una contra revolución, que en el caso de Bogotá, se refleja en la tendencia a la acentuación de la homogeneidad social de los barrios ricos, producto de la preferencia de sus habitantes por vivir tan alejados como sea posible de los diferentes (esto es, de las “clases peligrosas”) y en la proximidad de sus iguales. De donde, “la homogeneidad social de los barrios ricos permite tomar conciencia de la ambivalencia de la segregación: ella no es nunca solamente separación, sino también siempre agregación y búsqueda de sus similares”. Sin embargo, esta búsqueda de los iguales, no significa una búsqueda de convivencia en comunidad, no obstante que el “producto comunidad” se haya transformado en uno de los más promovidos por la nueva oferta inmobiliaria. Como señala Bauman, “la ‘comunidad’ que buscan equivale a un ‘entorno seguro’, libre de ladrones y a prueba de extraños. Comunidad’ equivale a aislamiento, separación, muros protectores y verjas con vigilantes” (http://bit.ly/1qG8vdA). En lo fundamental, se trata de una tendencia de lo que este mismo autor caracteriza como “la secesión de los triunfadores”, que tiene como manifestación culminante la tendencia a la auto guetización, la guetización voluntaria, materializada en la explosión de los condominios y barrios cerrados. Son justamente estas islas urbanas, una de las principales expresiones de la estructuración social de la ciudad de nuestro tiempo: la fragmentación social urbana como expresión de una discontinuidad del tejido urbano derivado de un crecimiento marcado por un estallido y una dispersión de nuevas implantaciones, con vacíos no urbanizados y aún no urbanizables entre ellas. Donde la ausencia de articulaciones entre los pedazos en los que estalla el aglomerado urbano y la disimilitud extrema de las formas de los paisajes, tanto al nivel del tejido como al del Habitat, así como una gran heterogeneidad de los tipos de niveles de equipamiento (de infra-estructura y colectivos) y de servicios urbanos, aparecen como rasgos distintivos de esta evolución. A ello habría que agregar las peculiaridades de las áreas ocupadas por los sectores medios, donde la periurbanización y la gentrifcación (aburguesamiento) aparecen como dos modalidades residenciales que influyen de manera importante en la nueva morfología urbana; de un lado, una parte importante de los nuevos grupos medios en ascenso promueven la recuperación y reconversión de una parte de las antiguas áreas centrales. Y, de otro lado, una parte muy significativa de los sectores medios más tradicionales, motivados por su preferencia por la vivienda individual y, también, por su aspiración a condiciones de vida diferentes a las que pueden tener en las partes más inseguras, congestionadas y contaminadas de la ciudad, se desplazan hacia un periurbano semi-rural (Chía), que por esta misma razón tiende a crecer de manera incontrolable. Estas dos tendencias, gentrifcación y periurbanización, marcan dos de las velocidades que caracterizan la transformación de la ciudad actual.

Por otra parte, en contraposición a estos mundos de la riqueza, el panorama se completa con la ciudad de los tugurios y los ranchos, que se constituye en un componente ineludible de la ciudad de la revolución urbana y caracteriza la tercera velocidad, la de la relegación social. Al respecto, algunos números de los informes recientes de UN-Habitat son muy elocuentes: “el número total de habitantes en tugurios en el mundo alcanzó a alrededor de 1200 millones en el 2009. Esto representa cerca del 32% del total de la población urbana mundial. En ese momento, el 43% del conjunto de la población urbana de todas las regiones en desarrollo vivían en tugurios, mientras el 78,2% de la población urbana en los países menos desarrollados habitaban en tugurios y ranchos viejos. En algunas ciudades de países en desarrollo, los tugurios y ranchos son tan invasivos que los ricos han tenido que segregarse en pequeños enclaves amurallados. La conclusión lógica que se deriva inexorablemente de estas cifras es que “en lugar de ser un foco de crecimiento y prosperidad, las ciudades se han transformado en una tierra inundada por un excedente de población trabajando en servicios industriales y comerciales no calificados, desprotegidos y de bajos salarios.

Esta nueva realidad obliga al pensamiento crítico a plantearse nuevos parámetros en la lucha por la democracia urbana.

En plena campaña por elegir la nueva alcaldesa o alcalde de Bogotá, resulta obligado profundizar el tema del derecho a la ciudad y la democracia urbana en una ciudad convertida hoy en una Metapolis.

 

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