Columnistas
Carlos Gaviria, un férreo defensor de la educación pública
Por Amaury Núñez
Sobre Carlos Gaviria puede afirmarse que fue un hombre virtuoso. Dejará una marca indeleble en la juventud su paso por las aulas, a las que siempre volvía para alertar sobre los peligros de una mala política denunciando cómo el establecimiento se disponía a arrasar con la educación pública y el equilibrio de poderes o a perpetuar la corrupción; por las sedes sindicales, a elevar el nivel combativo de sus dirigentes, instándolos a movilizarse y a defender sus conquistas; por las tarimas de las plazas públicas enarbolando las banderas de la democracia, la soberanía y la independencia de la Nación.
Por Amaury Núñez
Sobre Carlos Gaviria puede afirmarse que fue un hombre virtuoso. Dejará una marca indeleble en la juventud su paso por las aulas, a las que siempre volvía para alertar sobre los peligros de una mala política denunciando cómo el establecimiento se disponía a arrasar con la educación pública y el equilibrio de poderes o a perpetuar la corrupción; por las sedes sindicales, a elevar el nivel combativo de sus dirigentes, instándolos a movilizarse y a defender sus conquistas; por las tarimas de las plazas públicas enarbolando las banderas de la democracia, la soberanía y la independencia de la Nación.
El Maestro Gaviria será recordado como un férreo defensor de la educación pública, demócrata cuya personalidad independiente, en lo político e intelectual, constituye un faro de conducta. El ímpetu con el que encaró a los enemigos del pueblo será sin duda una de las tantas cualidades que le sobrevivirán. Justo antes de ingresar a los cuidados clínicos de los que infortunadamente no saldría con vida, transitó por dos reputadas instituciones educativas del país, una, la Universidad Nacional de Colombia, la otra, el Gimnasio Moderno en Bogotá.
En sus discursos acerca del problema de la educación siempre insistió en la necesidad de fortalecer la educación pública estatal, desarmando cada uno de los argumentos sostenidos por los áulicos neoliberales, que buscan entregarla en paquete comercial a negociantes privados. En consecuencia, siempre acogió la tesis según la cual el conocimiento le pertenece a la humanidad y debe estar a su servicio, y fue enfático al plantear el antagonismo entre un Estado que asuma de manera sistemática el fortalecimiento de la oferta educativa y la oferta privada; que en el caso de la oferta pública, la transmisión y apropiación del conocimiento se establece como un derecho que la sociedad demanda de manera masiva. En la oferta privada, por el contrario, la demanda se circunscribe a la capacidad económica y el acceso queda limitado a quien tenga cómo pagar.
En la UN, donde compartimos escenario, defendió como interés público aquel “interés mío que es compatible con el interés de ustedes”. En el mismo sentido afirmó que “hay intereses que son incompatibles con los intereses de los demás, y ese es el interés privado.” Cuánta claridad en dos frases que desnudan la privatizadora política educativa del Gobierno de Juan Manuel Santos, quien encubre el interés de financistas nacionales y extranjeros con la educación colombiana haciéndolo pasar como interés general.
Sobre la política de acceso a la educación, y si esta debe ser considerada como un derecho, pocas personas tan tajantes como Gaviria. Retomando las palabras del filósofo radical alemán Benjamin Ergert, el maestro sostenía que “la ilustración (entendida como educación) debe ser el primer derecho del pueblo en una democracia” y que por tanto, “la educación es un derecho prioritario en una sociedad democrática.” Es el norte que ha perdido la educación colombiana al ser desfinanciada por el Estado en un país donde a la falta de democracia económica le sigue la falta de democracia política.
Desde Cesar Gaviria, y en mayor medida con Juan Manuel Santos, los planes con la educación pública no pasan de buscar su completa ruina, reduciendo su presupuesto, flexibilizando y deteriorando la calidad en sus programas; enterrando definitivamente la gratuidad de la educación universitaria remplazándola por matrículas diferenciadas y crecientes y financiando la demanda con un crédito educativo que involucra a los estudiantes en las desdichas de los deudores del sector financiero. Y para colmo de males, Santos impulsa expresamente la política conocida como ánimo de lucro educativo.
A la pregunta de ¿Cómo interpretar la incorporación de capital privado a la universidad pública?, Carlos Gaviria dio la siguiente respuesta: “Es al menos sospechoso que a la universidad pública lleguen fondos de financiación privados, porque esto no es gratuito. Una es la perspectiva de lo público y otra la perspectiva de lo privado. Y naturalmente existen estrategias para hacer pasar al interés privado identificándolo con el interés público”, sobre todo cuando “se está educando a la población para que sea receptora de los tratados de libre comercio y de los tratados bilaterales de inversión”. Solía afirmar que en una sociedad donde se están produciendo bienes que solo son accesibles a quienes tienen suficientes medios económicos para adquirirlos, no se puede poner precio a la educación pública.
Vio en el amor al dinero, como diría Hutchins, la disolución de la universidad, al trasladar la investigación de lo que tiene más valor científico y académico a lo que es más demandante en el mercado, desnaturalizándola y justificándola en contra de la docencia. Y para no dejar dudas sobre su carácter democrático, criticó la política de créditos educativos por considerarla funcional a la privatización.
No transigió con el atraso. Insistió, como Kant, en que la ilustración entendida como educación consiste en salir del estado de ignorancia culpable en el que se encuentra la persona humana por no atreverse a pensar. Para ello es indefectiblemente prioritaria la educación pública.
“Obra de tal modo que tu conducta se convierta en ley universal para la humanidad”, dijo en su última conferencia, imperativo categórico que practicó sin cansancio. El maestro Gaviria se comprometió en distintos frentes con la transformación del país y no fue un portador de intereses circunstanciales. Honraremos su existencia defendiendo su legado, luchando con rectitud y coherencia por la transformación de Colombia.
Para las juventudes del Polo es un deber patriótico.
Medellín.