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Clacso en el país ‘más educado’

Por Alpher Rojas C.   

La experiencia del camino recorrido por nuestra sociedad en los últimos años, gran parte dedicado a organizarnos en torno a la violencia, nos ha dejado las secuelas de un comportamiento social anómalo, pero al propio tiempo nos está indicando que para construir la paz y profundizar la democracia, no basta con suscribir acuerdos, convocar plebiscitos, reinventar partidos, liquidar las organizaciones al margen de la ley o desmantelar ese poder enormemente destructivo (de vidas y naturaleza) de los señores de la guerra. 

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Por Alpher Rojas C.   

La experiencia del camino recorrido por nuestra sociedad en los últimos años, gran parte dedicado a organizarnos en torno a la violencia, nos ha dejado las secuelas de un comportamiento social anómalo, pero al propio tiempo nos está indicando que para construir la paz y profundizar la democracia, no basta con suscribir acuerdos, convocar plebiscitos, reinventar partidos, liquidar las organizaciones al margen de la ley o desmantelar ese poder enormemente destructivo (de vidas y naturaleza) de los señores de la guerra. 

Sin duda, todo ello, más que urgente, es indispensable. Sin embargo, para alcanzar los objetivos de convivencia civilizada, se requiere construir una cultura de paz basada en la calidad de una democracia que nos conduzca, incluso, a cambiar la imagen prejuiciada que tenemos de los demás, así como a transformar la actitud de aristocrática prevención hacia quienes consideramos nuestros adversarios, dejándoles a la justicia y a la sociedad su papel conminatorio y sancionatorio.

La madurez política comienza por la moderación del lenguaje, en la medida en que comprendamos que las palabras no son indicadores neutrales de un referente sino calificativos, en ocasiones provocadores. Las palabras expresan ideas, el lenguaje se refiere a la experiencia, la expresa y la transforma. Siguiendo a Foucault: “más allá de todo comienzo aparente hay siempre un origen secreto”.

Desde luego, no será posible sustraernos –por más ardoroso que sea el clima de tensión– a la valoración crítica de aquellas determinaciones –producidas por actores públicos o privados– que profundizan las asimetrías sociales, desconocen derechos o victimizan ciudadanos inermes y desprotegidos. O que, en otra dimensión del conflicto social, les niegan a las comunidades científicas o académicas el ejercicio de un necesario contrapeso ético al poder, que no es lo mismo que combatirlo con el ánimo desestabilizador de los extremismos.

Llegan estas reflexiones motivadas por el desprecio con el que fueron tratados por el Ministerio de Educación y Colciencias los directivos de Clacso al momento de buscar el acompañamiento oficial para la realización de la VII conferencia Latinomericana y Caribeña de Ciencias Sociales, en Medellín. Clacso es una organización internacional creada por la Unesco hace ya 50 años, dedicada a “la promoción de investigación en ciencias sociales y humanidades”.

A lo largo de cinco décadas de su historia, ha cumplido un papel social, político y cultural de extraordinaria relevancia en América Latina. Ha mantenido una activa relación con los gobiernos democráticos del continente, aportando ideas, proyectos y conocimientos que permitan erradicar la pobreza, garantizar los derechos humanos, promover la participación y la movilización ciudadana, avanzar en la reforma democrática del Estado, así como la protección del medioambiente, afirmando los derechos históricamente negados a las grandes mayorías.

Una carta de Pablo Gentili –Secretario Ejecutivo de Clacso– ante el inmenso auditorio que, no obstante la indiferencia de la ministra Parody, nos albergó a más de 25.000 inscritos, desarrolló más de 300 actividades, aplaudió conferencias magistrales de los expresidentes Luiz Inácio Lula da Silva y José Mujica y representaciones científicas de más de 30 países, describe penosamente la actitud de los responsables de tales instituciones:

“La actitud de Colciencias se repitió en Mineducación, donde en diversas oportunidades tratamos de concertar una cita con las más altas autoridades, también sin éxito. En una oportunidad viajé desde Buenos Aires para reunirme con la responsable de cooperación y RR. II. Aunque ella estaba en el edificio y conversó por largos minutos por teléfono delante de mí, se retiró sin siquiera saludarme.

“Fui informado de que ella tenía una cita importante y que sería atendido por un asistente, quien me explicó que al Ministerio iba mucha gente a pedir dinero y patrocinio para sus eventos. Le dije que no quería ni “patrocinio” ni “dinero”, sino simplemente, compartir, al menos en un primer momento, que un evento de tales características se realizaría en Colombia y que me parecía por demás relevante que el Ministerio estuviera informado y, si lo consideraba apropiado, pudiera involucrarse.

“Hace unas semanas envié una carta a la Sra. Ministra, volviendo a invitarla y enfatizando que sería para nosotros un honor que pudiera dar una conferencia en el evento (…) Nunca recibí respuesta, tampoco sé si recibió la carta”.

Así de informales y desatentas parecen ser las cosas en dos organismos públicos de un país que tiene entre sus más destacados valores el cuidado por la atención y la gentileza de la gente.

De esta manera ha representado al país la titular de una institución que debiera estar al frente de estas calificadas ofertas científicas, una de cuyas finalidades fue la de contribuir con la consolidación y el avance del proceso de paz que vive el país.

El Tiempo, Bogotá.

 

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