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Despertar del largo insomnio

Por Alpher Rojas C.  

España ha girado hacia la izquierda por la determinación popular de luchar por la reconstrucción democrática de su sociedad.

Aún cuando la sociedad española no proclame todavía su plena y definitiva emancipación de la pesadilla que ha constituido el decadente régimen del Partido Popular (con Aznar y Rajoy, como máscaras del fascismo decimonónico), los resultados recientes de los comicios municipales y autonomistas significan una refrescante sacudida democrática, un nuevo tiempo que convulsiona el escenario político tradicional y libera nuevas pulsiones constructivas.

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Por Alpher Rojas C.  

España ha girado hacia la izquierda por la determinación popular de luchar por la reconstrucción democrática de su sociedad.

Aún cuando la sociedad española no proclame todavía su plena y definitiva emancipación de la pesadilla que ha constituido el decadente régimen del Partido Popular (con Aznar y Rajoy, como máscaras del fascismo decimonónico), los resultados recientes de los comicios municipales y autonomistas significan una refrescante sacudida democrática, un nuevo tiempo que convulsiona el escenario político tradicional y libera nuevas pulsiones constructivas.

En un continente en ebullición, ardiente de dramas, sueños y problemas, la emergencia de nuevas ciudadanías, movimientos sociales y fuerzas políticas concurrentes por su consanguinidad ideopolítica, la voz recia e independiente de Podemos –esa fuerza joven, activa, moderna, resueltamente colocada a la izquierda del espectro político–, puso los contenidos y la emoción indispensables para incorporar a los jóvenes, a las clases medias y a las organizaciones populares al desafío colectivo de luchar por replantear el sistema político español.

Esta estructura partidista novata, forjada como un modelo de participación democrática, en el que la horizontalidad es la clave de su organización, tuvo origen en el movimiento de los ‘Indignados’, con presencia en varios países europeos, y en enero del 2014 presentó un manifiesto para “convertir la indignación en cambio político” y constituir una amenaza real para el régimen bipartidista (del PP y del PSOE), “que había secuestrado la democracia”. Se trataba de encarar vigorosamente las herencias dejadas por los gobiernos tradicionales, “a través de la decencia, la democracia y los derechos humanos”.

El documento fue firmado por treinta intelectuales encabezados por el politólogo Pablo Iglesias, sus colegas Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón y la socióloga Carolina Bescansa, entre otros; sinergias concentradas para desafiar el viejo orden y provocar la irrupción de una democracia integral y de profundidad. Su consigna: la afirmación de los derechos con un relato movilizador, sin gritar demasiado y sin apelar a la agresión o a la violencia real o simbólica, solo con la fuerza de las ideas.

El liderazgo de Iglesias tuvo gran acogida y en las elecciones europeas (2014), Podemos logró cinco escaños, e Iglesias fue elegido eurodiputado.

Podemos resistió la avalancha neoliberal y conservadora que lo estigmatizaba como un elemento de “extrema izquierda”, “bolivariano”, “castrochavista” y “etarra”. Y cualificó el debate desde perspectivas éticas con la fuerza del conocimiento histórico, sociológico y cultural; alzó su voz para defender los derechos de los marginados, agrupar colectivos diversos, denunciar el debilitamiento de lo público y movilizar a las víctimas. Abrió espacios en los cuales los sueños colectivos tuvieron visibilidad pública. Como escribió Emir Sader, “cumplieron con el rol histórico de la resistencia popular como función clásica de la izquierda”.

El dominio de los medios alternativos de comunicación y las redes sociales les permitió superar la cultura simplificadora y selectiva de los medios subordinados al modelo y llegar masivamente a un público ansioso de nuevas propuestas. En ese empeño, contaron con la complicidad activa de las nuevas generaciones, de los sindicatos obreros y de renombrados artistas e intelectuales del país. Los puntos centrales del programa tuvieron el atractivo movilizador adecuado: “Acabar con la corrupción, pues es incompatible con la democracia; decidir el modelo económico con el que queremos vivir; recuperar la soberanía popular y decidir en todos los ámbitos la organización de nuestra sociedad”.

Iglesias y sus jóvenes compañeros son conscientes de que una revolución democrática fracasa o triunfa por ella misma, por el vigor de su propuesta, por la riqueza cultural de su mensaje, por la viabilidad y la comprensión individual y colectiva de su ideario sociopolítico, pero, sobre todo, por la fuerza moral de sus dirigentes. Pero defenderse del mal es una exigencia democrática, el ciudadano tiene derecho a no ser humillado.

Ahora, España ha girado hacia la izquierda por la franca determinación popular de luchar por disponer de una voz efectiva en la reconstrucción democrática de su sociedad y la resignificación de la dignidad personal.

El Tiempo, Bogotá.

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