Columnistas
La dignidad y la fuerza es decidiendo
La abstención ha tenido la explicación en el rechazo a la política representada en lo más impopular, el Congreso de la República. Basta leer cualquier encuesta y lo veremos en el último lugar; seguido de cerca por la Presidencia. Al preguntarle a un abstencionista, por humilde que sea, por qué no vota?, su respuesta será la misma: hacerlo no cambia nada y sólo se eligen deshonestos.
La abstención ha tenido la explicación en el rechazo a la política representada en lo más impopular, el Congreso de la República. Basta leer cualquier encuesta y lo veremos en el último lugar; seguido de cerca por la Presidencia. Al preguntarle a un abstencionista, por humilde que sea, por qué no vota?, su respuesta será la misma: hacerlo no cambia nada y sólo se eligen deshonestos.
Por Wilson Borja Díaz exrepresentante a la cámara
La abstención ha tenido la explicación en el rechazo a la política representada en lo más impopular, el Congreso de la República. Basta leer cualquier encuesta y lo veremos en el último lugar; seguido de cerca por la Presidencia. Al preguntarle a un abstencionista, por humilde que sea, por qué no vota?, su respuesta será la misma: hacerlo no cambia nada y sólo se eligen deshonestos.
Lo ratifica el hecho de que años atrás se hablaba de la “la farsa electoral” y se llamaba a la abstención como rechazo a la antidemocracia electoral que impide cambios estructurales de la nación, que permitan una participación mayoritaria de la población en las decisiones económicas por medio de la política. Recientemente el Congreso de la República no quiso aprobar la reforma política necesaria incluso para dirimir el concepto vinculante del voto en blanco, porque pierden las gabelas que se han autoentregado por medio de leyes.
El voto en blanco hace parte de la abstención considerada activa; lo define la sentencia C-490/11asi: es “una expresión política de disentimiento, abstención o inconformidad, con efectos políticos”, que hace parte de la libertad sufragante; según la misma sentencia: “La relevancia de la protección de la libertad de los sufragantes explica algunos de los atributos del voto en las democracias modernas, como su carácter secreto, y la regulación del voto en blanco como una opción legítima de los sufragantes, a la que además se le reconoce su capacidad de incidir en los procesos electorales”.
Se sabe que jurídicamente el voto en blanco no tiene incidencia contable en la en la segunda vuelta presidencial, más allá del total de votos, pero en el resultado político se refleja a favor o en contra de los candidatos, dependiendo de quién expresa la decisión de hacerlo, y que se divulga con ese fin, aunque el voto sea secreto, así la razones políticas sean diferentes: mantenerse alejado de los políticos tradicionales y de la confrontación, no votar por alguien que se considera contradictor ideológico o aquellos que desconfían del candidato que el común poblacional considera de la misma ideología.
La otra realidad es que pasada las elecciones, con excepción de los de órganos de control elegidos por el Congreso de la República con la participación directa o indirecta de quien va ser vigilado, o sea el ejecutivo, y de quienes hacen parte de la política, no queda ninguna expresión de vigilancia del o de los elegidos por parte de quienes se expresan por medio del voto en blanco, al igual que sucede con los abstencionistas. Ni siquiera desde el concepto de política de centro, porque esta no es sino un recurso táctico sin una teoría filosófica que la sustente, no obstante las variadas acepciones: centro, centro izquierda o centro derecha.
La verdadera democracia es digna y fuerte cuando aceptamos el principio de decidir así sea con un voto en blanco pero que sea vinculante.