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La joya de la corona

Por Fander Falconí   

Cuando se independizó la India en 1947, el imperio británico empezó a desmoronarse. Era la joya de la corona imperial que oficialmente lució la reina Victoria 100 años antes. El imperio estadounidense siempre se ha vanagloriado de su ‘patio trasero’ (backyard), Latinoamérica. Y dentro de ese patio enorme, Brasil ha sido el jardín precioso o la joya de la corona imperial. Cuando empezó a rebelarse liderado por Lula (con esa medida que tanto nos enorgullece: pidiendo visa a los ciudadanos del Norte, así como ellos nos exigen), parecía que temblaban los poderes imperiales. Pero el imperio contraataca. Lo evidente es que el capital multinacional trabaja a marchas forzadas, con desesperación.

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Por Fander Falconí   

Cuando se independizó la India en 1947, el imperio británico empezó a desmoronarse. Era la joya de la corona imperial que oficialmente lució la reina Victoria 100 años antes. El imperio estadounidense siempre se ha vanagloriado de su ‘patio trasero’ (backyard), Latinoamérica. Y dentro de ese patio enorme, Brasil ha sido el jardín precioso o la joya de la corona imperial. Cuando empezó a rebelarse liderado por Lula (con esa medida que tanto nos enorgullece: pidiendo visa a los ciudadanos del Norte, así como ellos nos exigen), parecía que temblaban los poderes imperiales. Pero el imperio contraataca. Lo evidente es que el capital multinacional trabaja a marchas forzadas, con desesperación.

Dentro de la economía mundial, el país latinoamericano más poderoso es sin duda Brasil. Parafraseando a Pink Floyd (“another brick in the wall”, otro ladrillo en la pared) podríamos decir “another Brics in the wall”. Sí, otro ladrillo en la pared de los trofeos de la derecha. Parece que la última víctima, hasta ahora, ha sido Dilma Rousseff.

La caída de Brasil nos mueve el piso a todos; las implicaciones geopolíticas de tal suceso son muy graves. Se trata de un país asentado sobre medio continente, la séptima economía del planeta, con un peso específico en el bloque Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), con una enorme población que ha venido de todos los rincones del mundo y con una telaraña de culturas entremezcladas. Por supuesto, hubo errores en el manejo de la situación. Aunque a Dilma no se le acusa de corrupción, sin duda le afectó el caso de Petrobras y la recesión económica. Quizá lo más decisivo en Brasil y en otros países de la región que apostaron por el cambio fue la reacción tibia contra el sistema, siendo antineoliberales, en vez de ser decididamente anticapitalistas.

La imagen del nuevo mandatario (producto del golpe) es retrógrada: por primera vez en 40 años, desde el final de la dictadura militar, Brasil tiene un gabinete ministerial sin mujeres, excluyendo a la mitad del país. Y los 24 ministros varones son blancos (muchos de ellos provenientes del sistema financiero), excluyendo así a otra mitad. En definitiva, el gabinete del sustituto de Dilma, excluye, al menos, a ¾ del Brasil.

El sustituto, Michel Temer, parece que es de temer. Un centrista aliado a la izquierda nunca fue una buena decisión de la dirigencia trabajadora brasileña. A la hora del té, era de esperarse que rompiera la taza de la alianza.

Más que cualquier irregularidad, la caída de Dilma Rousseff empezó cuando se atrevió a usar la banca pública para forzar una bajada de los elevadísimos tipos de interés en Brasil, lo que desató la ira de la banca privada y de los mercados financieros y el inicio del prolongado acoso al Gobierno que terminó con la destitución casi definitiva de Rousseff (suspendida por senadores cuestionados por corrupción por 180 días y sometida a juicio político).

El primer anuncio de Temer fue a favor de las privatizaciones, palabra cuasi orgásmica para la derecha golpista. Volver a un pasado elitista y discriminatorio sería un retroceso para este gran país.

@fanderfalconi

El Telégrafo, Ecuador.

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