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La perspectiva de Bogotá es clara

Por Alpher Rojas C.  

Las recurrentes afirmaciones difundidas por la desinformación interesada, sin bases científicas o empíricas verificables, según las cuales son las fuerzas de Izquierda las culpables del conflicto urbano múltiple que padece Bogotá, se estrellan contra la verdad histórica, y tienen un tufillo electorero que ya la ciudadanía tiene bien identificado.

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Por Alpher Rojas C.  

Las recurrentes afirmaciones difundidas por la desinformación interesada, sin bases científicas o empíricas verificables, según las cuales son las fuerzas de Izquierda las culpables del conflicto urbano múltiple que padece Bogotá, se estrellan contra la verdad histórica, y tienen un tufillo electorero que ya la ciudadanía tiene bien identificado.

Lo que hoy impacta de manera grave la salud, la tranquilidad y los ritmos de vida ciudadana es la consecuencia de graves errores originados en el diseño y la ejecución de un modelo urbano cortoplacista, carente de sensibilidad democrática y sin un ápice de imaginación prospectiva, “sembrado” hace 35 años por las pragmáticas elites tradicionales, que idearon una reconfiguración urbana adaptada al lucro mercantil, sin medir las dinámicas sociales, medioambientales o políticas del mediano plazo, y que desconoció el nivel de organización y las estrategias participativas para generar necesarias corresponsabilidades en la construcción de la ciudad.

Guiados por las lógicas utilitarias de rentabilidad profundamente determinadas por el modelo de acumulación constante impulsaron la expansión de una infraestructura urbana brutalmente depredadora –que se ha venido tragando la frontera agrícola de la sabana y los cerros orientales- mientras favorece la renta ociosa del suelo, la proliferación de ´Shopping Centers´ y el uso intensivo del automóvil para satisfacer la libertad de mercado y de consumo e impactar los usos culturales de la vida urbana, con un sistema económico excluyente “enmascarado bajo el fetichismo de mercancía”. 

En buena medida, ese proyecto estaba dirigido a la absorción rentable de excedentes de capital antes que a la eficaz solución de la movilidad y la calidad de vida de sus habitantes. Ya Andrés Pastrana había dejado la ciudad llena de cráteres y con inhumanos déficits de servicios públicos y visibles correlatos de delincuencia y corrupción.

El vaciamiento del centro de la capital, así como el TransMilenio de Peñalosa –en principio llamado “solobus´ de la Caracas”-, su (destruida) plataforma de cemento relleno y sus microestaciones, hoy colapsadas por abrumadoras demandas de pasajeros irritados, constituyeron una precaria solución que ya a los diez años exigía complementariedades alternativas. Peñalosa, solo concibió una malla vial que desarticuló el tejido urbano y “guetificó” la ciudad consolidando las relaciones de privilegio en el paisaje físico de la ciudad.
Los retrasos inauditos y los sobrecostos billonarios del modelo, incrementaron la marginalidad y la segregación de las clases históricamente más golpeadas por los desarrollos inequitativos anteriores. Emergieron bolsones de desempleo y los suburbios de la rebeldía popular mostraron sus dientes. Sin duda ese modelo es el que hoy ha hecho crisis, representada en una ciudad fragmentada y proclive al conflicto.

En el 2004 la ciudadanía prendió sus alarmas, y las clases medias, los sectores populares y los movimientos sociales rechazaron la continuidad del modelo neoliberal y acogieron la propuesta incluyente de la Izquierda (PDA), para hacer de Bogotá una ciudad más equitativa, igualitaria y moderna y un nuevo énfasis en la “ciudadanía social”. Hoy, son innegables los avances en materia ambiental, de salud, educación y empleo certificados por organismos multilaterales. Las políticas públicas dirigidas a favorecer a los grupos poblacionales en situación de pobreza y vulnerabilidad, se han consolidado y su sostenibilidad constituye un patrimonio al que los sectores populares no están dispuestos a renunciar. Mucho menos a ambiciosos proyectos como preparar a Bogotá frente al cambio climático y el post-acuerdo.

Sobre esta base, la doctora Clara López Obregón aspira a prestarle un servicio a la ciudadanía capitalina desde la alcaldía de Bogotá. Tiene a su haber un favorable clima de opinión, la simpatía y el afecto de la juventud y los sectores populares, así como el respaldo de probados títulos de conocimiento y sensibilidad democrática. Se trata de una académica moderna (de ideales demócratas pluralistas y antineoliberales) de aguda conciencia de la realidad social y notable desempeño en las ciencias económicas -graduada de economía summa cum laude en la Universidad de Harvard y derecho en Los Andes-, a quien el gobierno nacional nombró como alcaldesa (d.) para afrontar la profunda crisis ética creada por Samuel Moreno, y de la cual salvó la nave distrital al tiempo que fortaleció a su estigmatizado partido (PDI). Todo ello le significó la solidaridad de dos millones de ciudadanos a su candidatura presidencial de 2014, los que aportó luego al fortalecimiento crítico del proceso de Paz, en un gesto patriótico que aún no terminamos de reconocerle.

El Tiempo, Bogotá.

 

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