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País conmocionado

Obras son amores y no buenas razones. El presidente Duque casi siempre afirma, en público, lo que resulta correcto en las democracias. Pero hechos producidos en su gobierno indican que vamos hacia una ruptura constitucional con consecuencias antidemocráticas: bien sea porque él mismo se desdiga, en privado, y dé instrucciones opuestas a sus declaraciones mediáticas; bien por la torpeza institucional de sus funcionarios, 

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Obras son amores y no buenas razones. El presidente Duque casi siempre afirma, en público, lo que resulta correcto en las democracias. Pero hechos producidos en su gobierno indican que vamos hacia una ruptura constitucional con consecuencias antidemocráticas: bien sea porque él mismo se desdiga, en privado, y dé instrucciones opuestas a sus declaraciones mediáticas; bien por la torpeza institucional de sus funcionarios, 

 

Obras son amores y no buenas razones. El presidente Duque casi siempre afirma, en público, lo que resulta correcto en las democracias. Pero hechos producidos en su gobierno indican que vamos hacia una ruptura constitucional con consecuencias antidemocráticas: bien sea porque él mismo se desdiga, en privado, y dé instrucciones opuestas a sus declaraciones mediáticas; bien por la torpeza institucional de sus funcionarios, bien porque el senador Uribe sea el que manda, la realidad es que su administración, su partido y el propio jefe de Estado empiezan a caracterizarse por actos en que se irrespeta la autonomía de los otros poderes; se humilla a los opositores; se insulta a los nuevos actores políticos; se hostilizan los movimientos sociales, se minimizan las violaciones a los derechos humanos y se amenaza la libertad de prensa .

En su entrevista con María Isabel Rueda, en El Tiempo, dice, según el titular, una frase que, por cierto, no encontré en el texto: “No toleraré la violación de la Constitución y la ley en las Fuerza Militares”. No obstante, su ministro de Defensa, su comandante del Ejército y los congresistas más nefastos del uribismo, en sus respuestas frente a la denuncia de The New York Times sobre la existencia de instrucciones militares que conducirían al regreso de la época desgraciada de los falsos positivos, dan señales de que el ministro Botero, el general Martínez y el Centro Democrático se encuentran en la orilla contraria a la del titular de su reportaje (“no toleraré la violación de la Constitución ni la ley”). Guillermo Botero, un señor que maneja comerciantes y que no sabe nada de seguridad nacional, desautorizó el artículo del diario neoyorquino porque era “un esfuerzo por atacar el Ejército”. Pero después admitió que el número de bajas en combate había aumentado durante el periodo Duque, aunque se lo atribuyó a que también se incrementaron los operativos, como si estos tuvieran el objetivo de matar, no el de capturar. Por su parte, el general Nicacio Martínez negó la existencia de los documentos que mencionaba el corresponsal Nicholas Casey. A los pocas horas no solo reconoció que tenían su aval, sino que ordenó su retiro. Y, para terminar, la senadora Cabal, conocida por su promoción de la “filosofía” de la venganza primaria, acusó a Casey de haberse ido “de gira” con las Farc, y le preguntó, muy en su estilo amarillista, cuánto le habrían “pagado por este reportaje”. Por lo menos, no hay coherencia entre el discurso presidencial y el de sus voceros.

A raíz de sus malhadadas objeciones a la Estatutaria de la JEP, de su fracaso en el Congreso pese a las maniobras tinterillas de su presidente de Senado, Ernesto Macías; de la entereza que han mostrado los miembros de la JEP ante las presiones generalizadas en el caso Santrich, del melodrama que montó Martínez Neira para irse con aire de triunfo y cubrir, así, su derrota propiciada por su propia venalidad, Duque y su partido están metiendo a Colombia en una supuesta crisis que merecería decretar el estado de conmoción interior. Es decir, la declaración de alteración grave de la democracia que permite que el Presidente de la República haga de jefe de Estado, de juez y de legislador al tiempo. A la pregunta de Rueda sobre el punto, Duque no se atrevió a negar enfáticamente que no acudiría a ella: “la conmoción interior es una herramienta que siempre tiene el presidente para enfrentar circunstancias definidas en la Constitución”. O sea, ni sí ni no, sino todo lo contrario.

La semana pasada, en medio del desorden institucional que nadie controla, incluido el bochornoso espectáculo de recaptura de Santrich frente a las cámaras de televisión como fiera que se enjaulaba en un circo romano con espectadores ávidos de sangre, se rumoró que Uribe y sus coyotes estuvieron en Palacio presionando a Duque para que decretara la conmoción interior, extraditara en medio de ella a Santrich y después cerrara el Congreso. Me pareció increíble, pero hoy tal vez el presidente no lo descarta del todo porque este es un país conmocionado desde cuando el uribismo regresó al poder. ¡Y que se diga!

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Tomado de https://www.elespectador.com

 

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