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Patada a la escalera

Por Beethoven Herrera V.  

La visita de Ha-Joon Chang a Colombia es una buena ocasión para contrastar las promesas que se hicieron al adoptar la apertura radical al exterior, con los resultados negativos en nuestra balanza exterior, la recesión en la industria y la quiebra de diversos sectores agrícolas, coincidentes con las bajas notas en exámenes internacionales y en la inversión de ciencia y tecnología.

El paradigma económico dominante sostiene firmemente que el libre comercio es la política más beneficiosa, porque permite aprovechar las ventajas comparativas derivadas de recursos naturales, posición geográfica y de la experiencia acumulada.

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Por Beethoven Herrera V.  

La visita de Ha-Joon Chang a Colombia es una buena ocasión para contrastar las promesas que se hicieron al adoptar la apertura radical al exterior, con los resultados negativos en nuestra balanza exterior, la recesión en la industria y la quiebra de diversos sectores agrícolas, coincidentes con las bajas notas en exámenes internacionales y en la inversión de ciencia y tecnología.

El paradigma económico dominante sostiene firmemente que el libre comercio es la política más beneficiosa, porque permite aprovechar las ventajas comparativas derivadas de recursos naturales, posición geográfica y de la experiencia acumulada.

En favor de dicha teoría se menciona el ejemplo aportado por David Ricardo, respecto a las ventajas que tenía Portugal, para producir vino, frente a las de Inglaterra, para producir telas. En las negociaciones de tratados de libre comercio se suele traerlo a colación para justificar la apertura a los flujos de bienes y servicios, el traslado al exterior de la jurisdicción para dirimir conflictos, la eliminación a las regulaciones bancarias, al movimiento de capital especulativo y el desmonte de las normativas que protegen los recursos naturales y los derechos laborales.

En contravía de dicha creencia, el economista coreano Ha-Joon Chang publicó el libro Patada a la escalera (Kicking Away The Ladder, Anthem Press. 2002), demostrando que los países hoy desarrollados desplegaron medidas proteccionistas y una intervención activa de los mercados para promover su industria.

En 1864, el Reino Unido redujo aranceles en un contexto de estabilidad garantizada por el patrón oro, pero la inestabilidad generada por la Segunda Guerra Mundial llevó a tomar de nuevo medidas proteccionistas. Tras constituirse en potencia mundial, impulsó el libre comercio, pero no fue gracias a estas políticas que logró su predominio mundial: bajo Jorge I, con la reforma de Robert Walpole, reguló la importación de bienes manufacturados, definió lugares específicos para manufacturar lana, trajo trabajadores calificados, estableció límites a los exportadores de lana en bruto y prohibió la importación de lana. Además, redujo los aranceles a las materias primas usadas para producir manufacturas, abolió el impuesto a las exportaciones, aumentó los aranceles a las manufacturas importadas, amplió los subsidios a la importación, incrementó las devoluciones de impuestos aduaneros a las materias primas que se usan para las manufacturas e introdujo regulaciones de control de calidad a las manufacturas exportables.

Pese a que Inglaterra adoptó tardíamente la propuesta de Ricardo de desmontar los aranceles a la importación de granos, los reintrodujo en 1932.

En Estados Unidos, el secretario de Industria de George Washington, Alexander Hamilton, criticó abiertamente las teorías de Adam Smith y Jean Baptista Say, estableció una ley de aduanas y elevó los aranceles a niveles tales que era imposible importar: entre 1816 y la Segunda Guerra Mundial, los aranceles de Estados Unidos eran los más altos del mundo, especialmente para lana, algodón y hierro. Adicionalmente, el Gobierno promovió una red de investigación agrícola desde 1830, aumentó la inversión en educación, cedió terrenos públicos para la construcción de escuelas y desarrolló la infraestructura de transporte. No cabe duda de que el papel del Gobierno federal fue definitivo para incrementar la competitividad de la industria.

Aplicando la teoría de la ‘industria naciente’, para proteger sectores claves (industria, infraestructura, educación), Alemania y Francia apoyaron a sus industrias copiando el desarrollo del Reino Unido: ejemplo de ello es el sector siderúrgico en Alemania y los institutos de investigación y desarrollo, en el caso de Francia.

Suecia colocó fuertes aranceles a los productos agrícolas y protegió la industria frente a los productos estadounidenses para después competir con ellos, así desarrolló su agricultura, y construyó los ferrocarriles para facilitar el comercio. En contraste, Holanda promovió el libre comercio tras perder su poderío marítimo y su crecimiento fue lento, por lo cual después de la Segunda Guerra Mundial otorgó subsidios a industrias claves, promovió la educación y el desarrollo de la infraestructura.

Una vez que Inglaterra, y después Estados Unidos, lograron ventaja en el comercio mundial –incluso aplicando la piratería, el coloniaje y la copia de inventos–, exigieron a sus contrapartes la apertura irrestricta de los mercados, la eliminación de los controles a la inversión extranjera calificando de proteccionistas las regulaciones ambientales y sociales, y, en la mayoría de los casos, condicionando el otorgamiento de crédito externo y cooperación económica a la apertura de los países en desarrollo, al mismo tiempo que las metrópolis mantienen, hasta hoy, estímulos a los exportadores. En diciembre, la OMC adoptó en Kenia la eliminación de dichos subsidios en economías desarrolladas, pero resta mucho por ver la aplicación de esa decisión.
El comercio permite a los países acceder a bienes y servicios que no producen e importar lo que no producen, pero a quienes censuraban la postura de la Cepal acerca de depender fundamentalmente de la exportación de bienes primarios, les ha llegado como un cruel recorderis el desplome de la demanda y los precios de esos productos, por la actual recesión en las economías asiáticas, especialmente en China.

La visita de Ha-Joon Chang a Colombia es una buena ocasión para contrastar las promesas que se hicieron al adoptar la apertura radical al exterior, con los resultados negativos en nuestra balanza exterior, la recesión en la industria y la quiebra de diversos sectores agrícolas, coincidentes con las bajas notas en exámenes internacionales y en la inversión de ciencia y tecnología.

Mientras el mundo avanza hacia la economía del conocimiento, Colombia miró hacia el siglo XIX para impulsar la minería. Hoy padece las consecuencias de dicho modelo.

Portafolio, Bogotá.

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