Columnistas
POT y antiplanificacion urbana en Bogotá
Por Horacio Duque
En el contexto del proceso para escoger la nueva alcaldesa o alcalde de Bogota el próximo25 de octubre, el debate programático correspondiente alude a diversos temas relacionados con la existencia y desarrollo de la ciudad.
Un asunto de la mayor trascendencia se refiere a la planificación urbana y al papel de los Planes de Ordenamiento Territorial/POT.
Por Horacio Duque
En el contexto del proceso para escoger la nueva alcaldesa o alcalde de Bogota el próximo25 de octubre, el debate programático correspondiente alude a diversos temas relacionados con la existencia y desarrollo de la ciudad.
Un asunto de la mayor trascendencia se refiere a la planificación urbana y al papel de los Planes de Ordenamiento Territorial/POT.
Los expertos están sugiriendo la revisión de las normas existentes en materia urbana toda vez que el 31 de diciembre de 2015 vence la vigencia del actual POT, por esto, la alcaldesa o alcalde que sea elegido, deberá presentar a la ciudad una nueva propuesta de norma urbanística.
Para Eduardo Berenthz, decano de la facultad de ingeniería de la Universidad de los Andes, es esencial que el nuevo POT tenga claro el tema de la densificación de la población.
Mejore la densidad población de Bogotá, que obliga a tener mejores distancias entre los edificios, que se revise el tema del centro ampliado, esta ciudad debe ser es poli céntrica, además de una ciudad donde el desarrollo y la economía se han favorecido por la norma y no caer en esa trampa de paradigmas de lugares comunes que terminan afectado en desarrollo inmobiliario de la ciudad.
Para Martha Moreno, presidenta de Camacol Bogotá y Cundinamarca, la próxima administración debe pensar en una ciudad densa y compacta.
Qué tipo de densidades tenemos para la ciudad y que necesita Bogotá en términos de renovación de servicios públicos domiciliarios agua, alcantarillado, energía, telecomunicaciones. La ciudad debe ordenarse estratégicamente, política, geográficamente en servicio de nosotros los ciudadanos, al servicio de los proyectos productivos.
Moreno afirma que es importante que el POT tenga en cuenta la ciudad durante los próximos años, cuando se cumplan los plazos para una nueva revisión.
Los dos expertos coinciden en afirmar que es necesario que este POT este en armonía con los cambios urbanísticos que ha ocurrido en los municipios de la Sabana de Bogotá”. (http://bit.ly/1BwCAIt).
No se puede olvidar que alrededor del POT de Bogotá hay una áspera controversia. La actual administración expidió el Decreto 364 del 2014 (http://bit.ly/1tsD9eM) con un nuevo Plan de Ordenamiento Territorial que fue demandado ante el Consejo de Estado y suspendido provisionalmente por dicha entidad dejando vigente el POT adoptado en el 2004 mediante el decreto 190 (http://bit.ly/1THIFYB).
A este respecto conviene señalar que con cerca de 15 años de vigencia, los Planes de Ordenamiento Territorial adoptados en desarrollo de la Ley 388 de 1997 (http://bit.ly/1jkKA2t) no presentan los mejores resultados en términos de equidad, democracia y justicia social. Hoy los centros urbanos de Colombia registran amplia segregación social, pobreza, miseria y un agudo dualismo entre los condominios de las clases adineradas y los tugurios y espacios urbanos indignantes para millones de seres humanos.
Los POT han servido de palanca a las ciudades neoliberales. Son verdadera basura neoliberal aprovechada para la especulación y las burbujas inmobiliarias de las oligarquías formadas en el negocio de la vivienda y la manipulación de los precios de la tierra urbana. Los grandes proyectos urbanísticos que les acompañan, como en Bogotá, simbolizan la desconexión que se produce entre la ciudadanía y la clase política que fabrica urbes imposibles, y expulsa a la población original por obras de mayor poder adquisitivo.
De ahí que cuando se oye a un político hablar de regeneración urbana hay que asustarse: los politiqueros sólo calculan sus batallas por el poder. Regenerar la ciudad no significa ocultar los problemas o llevárselos a otros sitios. Pensar hoy la ciudad es soñar con grandes parques y espacios ecológicos para adentrarse en ellos y para hacer más fraternas las ciudades acorraladas por el deterioro y la podredumbre. Psicogeografía es la disciplina que se propone hoy a través de la recuperación de recorridos trazados por el caminante en su sueño de exploración lúdica y aguda del entorno, en su afán de encontrar el trasfondo mágico del espacio y la arquitectura que la asocia. ¿Qué se perdió para siempre de las ciudades tal como lo verifica en cada una de sus novelas Modiano, en cada uno de sus recorridos Marc Augé, en cada retazo de recuerdo de Benjamín? Volver a recorrer la ciudad es enterarse de las desapariciones dolorosas de aquello que el paso del tiempo había llenado de magia y fue articulando poéticamente y hoy ha sido desarticulado por esas “grandes obras” en cuyo fondo lo único que nutre son los oscuros contratos.
¿Cómo, en medio de estas salvajadas, volver más amables las ciudades? Amables quiere decir a escala humana, bajo el derecho de cada ciudadano a permanecer en el lugar escogido para vivir y morir sin estar asediado por normas que encubren bajo fraseologías supuestamente legales como los impuestos prediales y de valorización la expulsión de las gentes de sus lugares de origen. ¿Dónde está la ciudad proyectada para la infancia, la ciudad para los adultos, para los ancianos, responsabilidades a resolver espacial y paisajísticamente por parte del urbanismo oficial? O sea la ciudad que crea ciudadanos y no extraños, que fortalece los vínculos sociales en lugar de romperlos abruptamente, que recupera la calidad de la vida en lugar de deteriorarla, que fortalece la interacción vecinal en lugar de estratificarla malévolamente.
En Bogotá se está dejando de lado a la gente. Nadie escucha a las personas que viven en los barrios. Los hospitales y las escuelas están al borde del colapso porque nadie invierte en ellos. Pero cada vez hay más burocracia, más edificios de moda. La propaganda donde se presenta como un paraíso lo que no es más que un infierno, busca que cerremos los ojos ante un grave problema, cuando lo ético consiste en hacer al ciudadano partícipe crítico de una problemática que es la suya y detrás de cuyas aparatosas demostraciones tecnológicas siempre se disimula un error cuyas consecuencias se pagará con el detrimento de la vida ciudadana.
Es la circunstancia que induce la necesidad de un balance de tales instrumentos de política pública y la urgencia de proyectar nuevos criterios en materia de planeación para que el derecho a la ciudad sea una realidad.
Planteada en esos términos la controversia, sugiero profundizar en el papel de la planeación, los impactos del neoliberalismo en las ciudades y la necesidad de ofrecer otros parámetros desde la antiplanificación urbana. Si Bogotá quiere cambiar su destino tiene que desarrollar otra doctrina, otra práctica, y una planificación contestataria o alternativa a la que la globalización neoliberal impone.
La planificación institucional de los POT, es una secreción de una sociedad dominada por el valor de cambio que, por ende, genera un espacio homogeneizador, represivo y cuantitativo, manteniendo a raya la diferencia, la calidad y la creatividad. La planificación urbana es un acto de poder.
Entonces se puede hablar de un poder que impone su agenda desde arriba, una negociación donde cada parte entra con la misma posibilidad de influir el resultado, o un ejercicio de contradicciones donde puede haber formaciones que incluyen varios sectores de clase bajo el control de una de ellas (ej. el clientelismo) o una lucha por imponer los intereses de una a las demás.
La democracia liberal representativa ha propuesto una planificación con participación constreñida (planificación participativa recortada) donde se manipulan los intereses de clase y donde se presentan muchas combinaciones.
La planeación urbana
Si definimos el planeamiento urbano como cualquier forma de intervención pública que implique un principio de orden, de regulación formal sobre el modo de producirse los asentamientos de población humana a lo largo del tiempo, podremos acordar que, en este sentido amplio, dicha actividad es tan antigua como la propia aparición de asentamientos estables y organizados de población, surgidos con la revolución agrícola hace unos 5.000 años.
Es decir, no hay formas urbanas absolutamente casuales; la propia elección del sitio implica siempre un proceso reflexivo más o menos explícito.
Sin embargo, el afán clasificatorio de cualquier disciplina -la urbanística entre ellas-, lleva a distinguir los momentos en que predomina el crecimiento «desordenado», espontáneo, escasamente sometido a reglas explícitas de trazado o a condiciones de edificación, de los episodios en los que se puede determinar con precisión los instrumentos (planos, acuerdos.) que han supuesto un desarrollo ordenado o planeado.
Los primeros son típicos de las situaciones históricas estables, en las que el crecimiento se produce de manera lenta y los cambios son graduales y relativos. En estas condiciones se puede afirmar que la necesidad de reglas particulares sobre las formas y condiciones del desarrollo urbano son menos necesarias; la adaptación a las características topográficas y físicas del territorio, la continuidad de las regulaciones ancestrales de propiedad, herencia y división del suelo, la pervivencia de formas constructivas y de invariantes tipológicos, actúan de hecho como reglas sustitutorias de eficacia comprobada y suficiente.
La planeación urbana y los POT en la globalización neoliberal
Con la globalización neoliberal han surgido una serie de cambios con un impacto profundo en las tareas y posibilidades de la planificación urbana. Ellos incluyen:
1. Globalización neoliberal de mercados de bienes y servicios.
2. Movilidad Creciente del capital versus inmovilidad de la fuerza de trabajo. La globalización neoliberal ha dado prioridad a la movilidad del capital que puede peinar el globo en busca de oportunidades de inversión, adquisición estratégica de activos y apropiación de cuanto pueda ser convertido en ganancia. Dominada por el capital financiero, la globalización neoliberal se enfoca en obtener grandes ganancias a corto plazo a través de la compra y venta de activos, inversiones de portafolio, fusiones, creación de instrumentos financieros nuevos, y especulación con la deuda y los mercados inmobiliarios, entre muchos otros. Firmas con la capacidad de producir prácticamente en cualquier geografía pueden desinvertir en una ciudad dejando detrás de si crisis de grandes proporciones para invertir en otra o pueden chantajear a los gobiernos y a los trabajadores con la amenaza de reubicación. En tanto, la movilidad atrapa a la fuerza de trabajo en geografías locales o nacionales, poniéndola en desventaja frente al capital que puede abandonar un mercado laboral por otro generando lo que se denomina competencia hacia abajo.
3. Redefinición de las economías nacionales y locales. Con la liberalización y el desmantelamiento del sistema benefactor y distributivo desaparece el papel igualador o protector del Estado, empiezan a borrarse las fronteras y emergen las regiones y las ciudades como las unidades o módulos de la economía global. Con esto no solamente se profundiza el desarrollo desigual sino que las ciudades quedan a merced de los juegos del capital. Aquí han surgido dos análisis: de una parte está el llamado sistema global de ciudades en competencia y de otra la versión de ciudades entrelazadas por las actividades de empresas multinacionales en telarañas que se extiende por el globo maximizando utilidades y disminuyendo costos.
Limitaciones en los medios de comunicación han aislado unas regiones y geografías poniéndolas en desventaja pero a la vez dándoles cierta protección contra la competencia y han privilegiado a las geografías con las mayores facilidades de exportación. En tanto, ventajas acumuladas en épocas previas sobre todo en las ciudades capitales han permitido que algunas ciudades se reconviertan progresivamente en busca de un mayor protagonismo en el mercado global.
4. Reorganización de las economías urbanas en torno a los servicios, el capital financiero, la industria del espacio y las exportaciones. En general la transición ha sido traumática para muchas ciudades y dentro de ellas para determinados sectores. La degradación de la industria o la desindustrialización han representado la pérdida masiva de empleos adecuados, removido la escalera de la movilidad social en el sector manufacturero, y generado empleos con salarios más bajos y condiciones de trabajo mas difíciles. La economía de servicios es una economía polarizada entre una minoría de empleados con altas calificaciones y remuneración y una mayoría empleada en el sector informal o en empleos de baja remuneración. Otros empleos de clase media han sido degradados o eliminados por ejemplo a través de la contracción del sector público. La burguesía industrial ha sido reemplazada o se ha transformado en burguesía financiera a través de la liquidación de sus activos manufactureros o la transferencia de capitales al sector financiero, con las subsiguientes contradicciones y traumas. Precisamente cuando la globalización neoliberal genera una masa más grande de trabajadores dependientes, informales, subempleados o desempleados, el Estado privatiza los servicios sociales, pierde fuentes de ingresos, se contrae, y disminuye su capacidad de gestión urbana.
5. Crisis generalizada de legitimidad y control social. En medio de todo esto, el individuo queda abandonado a su suerte mientras que se le exige lealtad a un Estado que poco le ofrece. En la ausencia de calificaciones apropiadas y recursos o acceso a capital, operando con todas las desventajas en una economía global, e incapaz de vender su fuerza de trabajo para garantizar al menos una reproducción adecuada, muchos tienen que acudir a las economías informal o criminal, la autoayuda instaurando relaciones sociales extralegales o ilegales de producción, explotación mutua y supervivencia con sus propios ordenes alternativos de valores ad-hoc de acuerdo con las actividades. En consecuencia, el ciudadano se encuentra en una contradicción entre la normatividad y la práctica diaria de violación operando en una red cada día más gris. Si se suma a esto el ataque a la acción organizada (ej. sindicatos y organizaciones de la sociedad civil), la desprotección del trabajador raso, prácticas como el clientelismo, la pérdida de control por parte del Estado de muchos espacios urbanos (especialmente los asentamientos irregulares), la corrupción y escándalos entre funcionarios e instituciones públicas, y la pobreza e indigencia crecientes tenemos una idea del desorden y la crisis urbana de legitimidad. Entonces, la relación del estado con el ciudadano pasa de ser una que combinaba el control social con cierta redistribución y el beneficio ciudadano por una de vigilancia, abandono y represión.
6. Crecimiento de la criminalidad, la impunidad y la inseguridad urbanas. La criminalidad, la impunidad y la inseguridad han aumentado masivamente en las ciudades. A la inseguridad tradicional de bandas, gamines, y formas similares menos nocivas se han sumado hoy la violencia organizada y armada de las drogas, los llamados grupos de autodefensa, la matanza e intimidación de líderes sindicales y populares, las luchas por el control de los barrios populares y otras similares. Las autoridades locales son incapaces de controlar en forma adecuada las nuevas formas de criminalidad debido a los recursos cada día más limitados con que cuentan, la desprotección de las comunidades, las actividades económicas extralegales y criminales y, porque no decirlo, la sensación de no futuro de gran parte de la población cada día mas seducida por el consumo y con menos recursos para consumir.
7. Segregación social espacial creciente. Bien sea por temor, bien sea por una estructura económica cada día más polarizada, o por el crecimiento desmesurado de tecnologías e industrias de seguridad, las clases medias y altas han empezado a aislarse en unidades cerradas o espacios fortificados con sistemas cada día más sofisticados de seguridad produciendo una segregación social más agresiva que en épocas anteriores. A ello se suma la creación de espacios exclusivos de centros comerciales y consumo para estas clases y la construcción de lugares de trabajo inaccesibles al público. Por otra parte están la privatización creciente del transporte, las vías, la educación, la salud y toda clase de servicios con la subsiguiente separación de clases, espacios y usos privando a una mayoría carente de los recursos necesarios para comprarlos.
8. Demandas y desafíos nuevos desde la sociedad civil. Mencionemos por ultimo la organización de grupos de ciudadanos para enfrentarse al poder totalitario de los sectores público y privado. En parte promovidos por la globalización de ideas y luchas, en parte por la fragmentación y diferenciación social, o por la necesidad de defender sus intereses contra abusos, o el oportunismo, estos grupos y movimientos constituyen un desafío importante para un sector publico autoritario y un sector privado que reclama monopolio total de sus decisiones. La actitud de los gobiernos y el sector privado contrasta entre una retorica de participación y concertación y una práctica de acuerdos a puerta cerrada, autoritarismo y excusas crecientemente sofisticadas para evadir la presión creciente de estos grupos. No se ha logrado integrar efectivamente este nuevo desafío; la respuesta general ha sido una de coerción, manipulación, represión o indiferencia. A pesar de todo, la persistencia de estos grupos, el apoyo internacional, y la misma retórica de entidades como las Naciones Unidas y el mismo Banco Mundial (especialmente en la promoción de gobernanza) han ido creando una cultura contestataria que de alguna manera se presenta como alternativa a las acciones violentas de masas provocadas por decisiones gubernamentales o por el deterioro de las condiciones de vida para una mayoría de la población.
Estos son algunos de los parámetros y desafíos nuevos de la planificación urbana. De hecho, quizás el punto más positivo recientemente ha sido el descredito de la planificación urbana clásica de corte tecnocrático como la de los POT que a nombre de la ciencia reclama el derecho a determinar por sí misma la dirección y prioridades de la ciudad. Atrapada en la producción de planes maestros parciales de ordenamiento interminables y a menudo impracticables que privilegian la dimensión espacial sobre las demás, esa planificación es criticada hoy por autoritaria y elitista y por favorecer los intereses de especuladores inmobiliarios, institucionalizar la separación social, y convertirse en un mecanismo unilateral de control.
Si bien hay mucha retórica a favor de los planes participativos, es difícil esperar que estos produzcan los cambios radicales que son necesarios para enfrentarse al status quo.
Competitividad y gobernanza como ejes dogmáticos de los POT
Los dos mandatos centrales de las agencias internacionales y de la globalización neoliberal en relación con la planificación urbana hoy son los de competitividad y gobernanza. Desde otras perspectivas y con cierto apoyo de la institucionalidad han surgido otros temas como sostenibilidad y diversidad.
Inspirados por el neoliberalismo, los temas de competitividad y gobernanza se han convertido en el dogma nuevo de la planificación. El asunto no es que hacer sino como construir ciudades competitivas y sistemas urbanos de gobernabilidad. Planear hoy es identificar las estrategias que cada geografía debe seguir para atraer la inversión privada y promover el mercado. El supuesto es que toda firma, toda persona, toda geografía, toda unidad política está compitiendo contra todas las demás por recursos escasos. Al lado de la competitividad han surgido subtemas como los de ventaja comparativa, nicho, y así sucesivamente. No es necesario repetir aquí las ya bien conocidas prácticas, discursos, y planes de la competitividad. A nivel de la planificación urbana ha predominado el tema de una jerarquía urbana global y la subsiguiente competencia entre todas las ciudades del mundo por adquirir la condición de ciudad empresa global o por avanzar en la jerarquía desplazando a otros.
Por su parte, gobernanza ha sido propuesta como la verdadera planificación hoy. Este concepto tiene un alto nivel de vaguedad y retórica. Evoca el reemplazo del Estado bienestar que arbitraba entre el sector privado y la sociedad civil o trataba de crear un equilibrio de intereses por consorcios entre la comunidad, el Estado y el sector privado donde se debería decidir por acuerdo y cada quien debería aportar lo que le corresponde. Aquí también se utilizan términos altamente retóricos como los de responsabilidad, autogestión, y asociación libre. En principio, nadie podría oponerse a tales propuestas. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro. Es muy importante salir del estado de fascinación o apabullamiento con que se han impuesto estos conceptos y entrar a analizar la manera como ellos han sido apropiados en la práctica.
Empezando por la competitividad, tanto ella como la economía que la propone están basadas en supuestos que nadie ha comprobado e indican prácticas muy desiguales. ¿Es la economía global realmente competitiva? ¿Es cierto que las ciudades han entrado en competencia o acaso es que hay agentes que se benefician de obligar a las ciudades a competir? Pueden las ciudades obtener beneficios reales de sus ventajas comparativas o es este un artificio para obligarlas a especializarse en formas de competir que pueden implicar la aceptación de desventajas como la de ofrecer fuerza de trabajo barata o productos con poco valor agregado?
La teoría de la jerarquía global y el supuesto de que las ciudades han entrado a competir la una contra la otra no se apoya en evidencia sólida alguna. En cambio, un análisis detallado de la forma como las multinacionales organizan la globalización muestra una operación en telaraña donde ellas ejercen distintos niveles de presencia a través de las ciudades del globo buscando una combinación apropiada de economías de escala y alcance, distribución de riesgo, y expansión de oportunidades. En tanto, ¿cómo explicar que las empresas multinacionales prefieran las fusiones empresariales o comprar la competencia más bien que competir? O acaso deben las ciudades de Colombia, y Bogotá en particular, creer que tienen las mismas posibilidades de atraer los cuarteles generales de compañías multinacionales que los países centrales donde el gobierno les ofrece su poder, contratos y leyes para avanzar sus intereses y poder económico y aun sus ejércitos para invadir mercados y abrirles las puertas?
Basta con mirar que la práctica de la competitividad pone a las ciudades a merced del capital para pensar que este concepto puede estar más al servicio de los intereses multinacionales y sus economías de origen que al servicio de las ciudades que se entregan a ella.
Entrando al segundo dogma, puede haber concertación real cuando los participantes entran en desigualdad de condiciones? Una governanza realmente concertada requeriría que cada sector entre a la negociación con las mismas posibilidades de influir el resultado. De hecho si leemos las proclamaciones de entidades como el Banco Mundial, encontramos que se parte de un sector público sin el poder apropiado para influir la economía pero que en cambio se pone incondicionalmente al servicio de la acumulación privada. Asimismo se espera que la sociedad civil acepte que lo que es bueno para el sector privado es bueno para todos y que su labor es hacer todas las concesiones necesarias para que el sector privado tenga éxito. ¿Qué poder tienen un Estado o una ciudad para negociar con una multinacional con mayor poderío económico que ellos? Como puede una sociedad civil a la que el Estado le limita la capacidad de organizarse o a la cual le niega la independencia necesaria para influir el proceso? ¿O acaso la gobernanza es un mecanismo para sentarla a la mesa y pasarle todos los costos y responsabilidades que ni gobierno ni sector privado quieren asumir?
Una gobernanza verdadera requeriría un Estado independiente del sector privado y con la capacidad de exigirle que cumpla con su papel de servir a la sociedad, una sociedad civil con la misma capacidad de presión y los mismos recursos para influir políticas que el sector privado. En su ausencia, gobernanza no es más que una retórica para disimular el hecho de que en la globalización el sector privado pone a los Estados y a las ciudades a competir por su favor; o el hecho de que la fuerza de trabajo este cada día más impotente frente al capital que entonces manipula esta impotencia para rebajar los salarios y las condiciones de trabajo al mínimo posible.
Si, la gobernanza como ideal es ideal. Sin embargo, requiere una verdadera negociación no un subsidio diario del sector privado a nombre de la competitividad.
Los discursos de la competitividad y gobernanza presentan al sector privado como la fuente de todo lo positivo, al sector público como la fuente de toda ineficiencia y a la sociedad civil como una fuente insaciable de demandas excesivas. El discurso de competitividad implica un economicismo sin límites y el supuesto de que la sociedad existe para la acumulación.
En tanto, conceptos como sostenibilidad y diversidad son hasta cierto punto contra conceptos en la medida en que buscan evitar la destrucción de la tierra por las lógicas de ganancia y terminar con la discriminación que divide la fuerza de trabajo en categorías y jerarquías en las que unos seres humanos merecen más que otros simplemente por ser del género, raza, o clase subyugada. Pero en una sociedad capitalista la igualdad real o la sostenibilidad son aceptables solamente en la medida en que no afecten la acumulación o sean fuente de ganancia. Es por esto por lo es dable argüir que hay una contradicción entre la sociedad de mercado y estas prioridades. Es por esto por lo que se sugiere una sociedad civil fortalecida y politizada que pueda presionar al sistema hasta humanizarlo y hacer que el fin de la economía no sea la acumulación sino la vida.
Finalmente, ni la competitividad, ni la gobernanza, ni la sostenibilidad, ni la diversidad son categorías absolutas; todo puede depender de las reglas de juego o las prioridades que las rigen.
Podríamos invertir el discurso y buscar una competitividad donde son las empresas las que tienen que competir por el privilegio de operar en una ciudad o en un Estado, en este o aquel mercado; donde la sociedad organizada sea la que establece criterios y prioridades y donde el sector publico vigila los acuerdos. Asimismo podríamos pensar en una gobernanza donde el objetivo común sea la calidad de vida y el beneficio máximo de la colectividad. También podríamos pensar en sostenibilidad como el derecho de una empresa a existir en la medida en que contribuya a un universo más limpio y que produzca bienes que cumplan con unos requisitos mínimos de acuerdo con los intereses colectivos del planeta. En este contexto, el mercado no podría manipular a los seres humanos y grupos estableciendo relaciones jerárquicas entre ellos con el propósito de abaratar la fuerza de trabajo por debajo del salario necesario o explotar diferencias para efectos de una acumulación deshumanizante.
Reflexiones y propuestas desde la anti-planificación urbana
La planificación tradicional busca ordenar el futuro sobre la base de la racionalidad. Este proyecto se apoya en el supuesto de que la sociedad procede de acuerdo con leyes permanentes o regulares que una vez formuladas permitirían predecir y legislar el futuro con objetividad. Los críticos de este concepto han cuestionado esta aproximación desde dos líneas de argumentación fundamentales: la primera se basa en el cuestionamiento de la posibilidad de unas ciencias sociales construidas sobre las bases de las ciencias exactas y naturales. Basada en análisis de género, preferencia sexual, raza y clase, la segunda se basa en la naturaleza contestataria de la practica social y arguye que este tipo de propuesta no solamente se inspira en una sociedad dominada por el patriarcado que ha regido la sociedad tradicional sino que oculta la realidad de un dominio patriarcal de clase. De esta manera, la planificación institucionalizada se presenta como una dictadura patriarcal a nombre de la racionalidad.
Desde la fundación de la planificación existían paradigmas de clase y proyectos alternativos que no tuvieron mucho eco. A partir de los años 60s empezaron a surgir otros modelos de planificación. Sin embargo, la mayoría de ellos seguían reflejando la racionalidad científica.
Jane Jacobs[1] analizo en detalle la tiranía de una planificación totalitaria y homogeneizadora que producía ciudades segregadas, totalitarias y por lo mismo inseguras e invivibles. Por su parte, Lefebvre[2] arguyo que la planificación institucional era una secreción de una sociedad dominada por el valor de cambio y que, por ende, generaba un espacio homogeneizador, represivo y cuantitativo manteniendo a raya la diferencia, la calidad y la creatividad. El papel de tal planificación es traducir el orden social en una organización territorial que lo reproduzca.
La planificación critica surge como la búsqueda de una sociedad diferente a la actual donde no sean las prioridades de acumulación y por ende la planificación institucional las que rigen sino las prácticas contestatarias y la experimentación con nuevos espacios. Lefebvre ilustra estos puntos así para América Latina:
Las enormes favelas y los tugurios manifiestan una vida social mucho más intensa que los condominios burgueses de las ciudades. Esta vida social solo sobrevive en tanto que se auto-defiende y entra al ataque en el curso de la lucha de clases. A pesar de su pobreza, estos espacios populares organizan en la vida urbana a veces tan efectivamente casas, paredes, espacios públicos que generan una gran admiración. Se trata de una apropiación de un orden superior extraordinario. La arquitectura espontanea de la planificación demuestra ser muy superior en la organización del espacio por parte de especialistas quienes traducen el orden social en una realidad territorial con o sin órdenes directas de las autoridades económicas o políticas. El resultado en el terreno constituye un dualismo especial extraordinario. Y el dualismo en el espacio mismo genera la impresión muy fuerte de que allí hay un dualismo de poder político: un equilibrio tan amenazante que una explosión es inevitable. La impresión sin embargo es equivocada una medida precisamente de la capacidad represiva y asimiladora del espacio dominante. El dualismo persistirá ciertamente; y, en ausencia de una inversión de la situación, el espacio dominado simplemente será debilitado. Un dualismo conflictivo, que es un estadio de transición entre la oposición (la diferencia inducida) y la contradicción/trascendencia (diferencia producida), no puede durar para siempre; puede sostenerse, sin embargo en torno a un equilibrio considerado optimo por una ideología particular.
Tal anti-planificación exigiría una nueva teoría que trascienda el tratamiento institucional del espacio y la ciudad y que permita articular las contradicciones.
Lefebvre la describe como una ciencia del espacio:
La ciencia del espacio debería ser vista como ciencia de uso, en tanto que las ciencias sociales especializadas conocidas como ciencias sociales se basan en el intercambio y aspiran a ser ciencias del cambio o sea de la comunicación y de lo comunicable. En este sentido, la ciencia del espacio se ocuparía de los campos de lo material, sensorial, y natural, si bien en lo que toca a la naturaleza, su énfasis seria en lo que se ha llamado una segunda naturaleza: la ciudad, la vida urbana, y la energética social, consideraciones ignoradas por las aproximaciones basadas en una visión simplista de la naturaleza con conceptos ambiguos. La tendencia de tal ciencia iría en dirección contraria a la tendencia dominante (y dominadora) del urbanismo de los POT también en otro aspecto: asignaría a la apropiación un estatus practico y teórico. A favor de la apropiación y el uso, por tanto y contra el cambio y la dominación.
En este contexto, la anti-planificación emerge como una oposición transformadora que busca cambiar relaciones de poder y reglas de juego opresivas por relaciones de diferencia y las prioridades de la acumulación que sujeta a la ciudad a la tiranía del valor de cambio por relaciones de uso. Sea que estemos de acuerdo o no con la propuesta y las múltiples prácticas de la anti-planificación o que busquemos un compendio entre ellas, nos encontramos frente a dos conceptos contradictorios de planificación: la planificación autoritaria de la institucionalidad dominada por las prioridades de la acumulación (POT) y la planificación contestataria que busca una gobernanza real y un humanismo y democracia radicales. El punto álgido aquí es la lucha entre el autoritarismo homogenizante y la diversidad.
A modo de cierre
En última instancia, la planificación es un acto de poder. Entonces podemos hablar de un poder que impone su agenda desde arriba, una negociación donde cada parte entra con la misma posibilidad de influir el resultado, o un ejercicio de contradicciones donde puede haber formaciones que incluyen varios sectores de clase bajo el control de una de ellas (ej. el clientelismo) o una lucha por imponer los intereses de una a las demás.
De hecho la planificación no ha logrado ni puede imponer un dominio absoluto de clase. La democracia representativa ha propuesto una planificación con participación constreñida (planificación participativa constitucional y legal) donde se manipulan los intereses de clase y donde se presentan muchas combinaciones. Para nuestro caso, la globalización neoliberal aparece como un nuevo absolutismo de clase apoyada en una maquinaria apabullante de propaganda e ideología (las virtudes del libre cambio y de la mal llamada democracia), un monopolio cada día más arraigado del poder represivo del estado y la dictadura del mercado. Esta planificación ha sido devastadora para Bogotá y el resto de ciudades y ha profundizado el sistema de transferencia de valor hacia fuera.
Si Bogotá y Colombia quieren cambiar su destino tiene que desarrollar otra doctrina, otra práctica, y una planificación contestataria o alternativa a la que la globalización neoliberal impone.
Los grandes beneficiarios de la planeación urbana y de los POT no son los ciudadanos; quienes han sacado provecho de todas estas normas, como lo muestran los resultados del desarrollo urbano, son poderosos grupos empresariales inmobiliarios, que sacan partido de la captura y control de las Oficinas de planeación y de las Curadurías.
Solo una práctica de oposición o anti-planificación puede abrir las puertas a la producción de diferencia. Tal práctica tiene que ser agresiva y contestataria e inscrita en una lucha de clases que abra nuevos espacios de posibilidad y genere nuevas prácticas donde el uso y la apropiación prevalezcan. El futuro no es un resultado mecánico de leyes subyacentes a la realidad ni de una racionalidad objetiva. El futuro es lo que queremos. No se puede predecir o diseñar científicamente en una mesa de dibujar. Si bien podemos actuar guiados por lo que no queremos, sobre la base de aquello de lo que conocemos que nos aliena y de principios humanizantes, no podemos predecir cómo será ese futuro; pero si podemos construirlo a través de la eliminación en la práctica diaria lo que nos aliena y excluye, que no es otra cosa distinta que el neoliberalismo.
[1] Jane Butzner Jacobs (Scranton, Pensilvania, 4 de mayo de 1916 — Toronto, 25 de abril de 2006) fue una divulgadora científica, teórica del urbanismo y activista sociopolítica canadiense, nacida en Estados Unidos.
Su obra más influyente fue The Death and Life of Great American Cities (1961), en la cual critica duramente las prácticas de renovación urbana de los años 1950 en Estados Unidos, cuyos planificadores (planificación urbanística, diseño urbano) asumían modelos esquemáticos ideales que según ella condujeron a la destrucción del espacio público. Utilizando métodos científicos innovadores e interdisciplinares (procedentes tanto de las ciencias sociales como de las ciencias naturales), Jacobs identificaba las causas de la violencia en lo cotidiano de la vida urbana, según estuviera sujeta al abandono o, por el contrario, a la buena alimentación, la seguridad y la calidad de vida.
[2] Henri Lefebvre (Hagetmau, Landas, Francia, 16 de junio de 1901-28 de junio de 1991) fue un filósofo marxista francés, además de intelectual, geógrafo, sociólogo y crítico literario.