Columnistas
Que entre el diablo y escoja
Por Jorge Gómez Gallego*
En la posición del senador Robledo y de la mayoría del Comité Ejecutivo del Polo no hubo pifia alguna. Hoy, como en las épocas primigenias de la “democracia” moderna, en la competencia por el control del aparato del Estado, casi sin excepción, se han enfrentado tres posiciones que dependiendo de las circunstancias, terminan siendo solamente dos.
Por Jorge Gómez Gallego*
En la posición del senador Robledo y de la mayoría del Comité Ejecutivo del Polo no hubo pifia alguna. Hoy, como en las épocas primigenias de la “democracia” moderna, en la competencia por el control del aparato del Estado, casi sin excepción, se han enfrentado tres posiciones que dependiendo de las circunstancias, terminan siendo solamente dos.
De un lado, las fuerzas políticas partidarias de mantener el “statu quo” privilegiando la mano dura frente a cualquier intento de cambio, que casi en todo momento se coluden con aquellos que, pretendiendo igualmente mantenerlo, prefieren intentarlo mediante métodos como el engaño, la distracción, la demagogia e incluso algunas pequeñas reformas que no coloquen en riesgo la preeminencia de los intereses de la clase dominante, siempre minoritaria.
Al frente han tenido fuerzas políticas que, con mayor o menor éxito, propenden por cambios profundos, que solo pueden ser aquellos que coloquen al mando del Estado los intereses de las clases y sectores sociales oprimidos y subyugados y que a la vez estén respaldados por la movilización social de esos sectores, siempre mayoritarios.
En la Colombia de hoy, especialmente en la de los últimos cinco lustros, han estado al mando de la dirección del Estado quienes son beneficiarios y ganadores absolutos de la imposición de los contenidos del llamado “Consenso de Washington”: las transnacionales de todo tipo, los monopolios y los especuladores financieros, los intermediarios comerciales tanto para importar como para exportar.
Lo que ha sucedido durante estos dolorosos 25 años del “bienvenidos al futuro” del hoy jefe de la campaña reeleccionista se puede resumir diciendo en que se han perdido los escasos vestigios de soberanía que aún nos quedaban antes de la debacle de la globalización neoliberal. Hemos perdido todas las herramientas para defender de forma autónoma nuestra economía, nuestra política exterior e interna e incluso, nuestro aparato militar y de policía.
Hemos llegado al extremo que el comandante de la Policía haya sido ya en dos ocasiones un agente reconocido de la DEA y que el propio ejército dependa de la cooperación económica y tecnológica del Pentágono.
Estas consideraciones permiten concluir que es falso el dilema en que el santismo nos quiere circunscribir: votar por la extrema derecha asesina, autoritaria y enemiga del proceso de paz, o aceptar un gobierno neoliberal “menos malo”, partidario del proceso de paz y respetuoso de la norma. El viejo truco de invocar el “coco” para imponer disciplina.
Santos es, como dicen los campesinos, “la misma perra con distinta guasca”. Ni siquiera en las formas es mucha la diferencia. Acaban de salírsele las orejas de lobo a su fórmula vicepresidencial, amenazando a quienes han sido beneficiarios del demagógico programa de vivienda gratuita con quitarle las casas si ponen afiches del candidato contrario.
Pero el propio candidato – presidente ya había pelado el cobre. ¿No fue el acaso el que ordenó y posteriormente justificó la invasión a nuestra hermana y vecina República del Ecuador? ¿Es falso decir que usó los mismos métodos de Uribe en el cambio del “articulito” para hacer pasar la nefasta y en buena hora derrotada reforma de la justicia? ¿Es otro el que actualmente utiliza todos los recursos del chantaje para hacer pasar la vergonzosa reforma a la salud? ¿Quién sino Santos fue el que promovió, impulsó y logró aprobar en el Congreso con todas las mañas uribistas el proyecto de ley del fuero militar que ha causado indignación en los organismos defensores de derechos humanos? La legalidad y el respeto a la norma tienen el alcance que los intereses de sus amos le permitan.
Algo similar sucede con el proceso de paz. Este es el último conflicto supérstite de la llamada “guerra fría”, cuenta con el apoyo entusiasta de la Casa Blanca y el Departamento de Estado, lo que no es óbice para rechazarlo. Hay que hacer votos por que culmine exitosamente con la desaparición de un factor de violencia que martiriza a los colombianos y ha sido una especie de obstáculo para el avance de la izquierda. Pero ello no puede llevarnos a la falsa disyuntiva de guerra o paz, identificando el primer camino con el candidato uribista y el segundo con el aspirante a la reelección.
Amanecerá y veremos, pero las apuestas están hoy apuntando a un candidato que vocifera que va a hacer el mínimo de concesiones para firmar un acuerdo con las guerrillas y otro que anuncia una mayor generosidad, pero ambos reconocen que deben terminar ese conflicto mediante una mesa de negociaciones. Ellos opinan y Obama dispone. Imposible no recordar la frase acuñada por un expresidente que, al responder a la crítica a los partidos únicos en otras latitudes, afirmaba que en Colombia las elecciones son como una carrera de dos caballos, pero ambos del mismo dueño.
Lo que sí es definitivamente inaceptable, es que la opción del voto en blanco sea estigmatizada como un “apoyo indirecto” a Zuluaga. No se puede ser demócrata de verdad el que, en la contienda entre la derecha, nos ligue con el “más malo” por negarnos a apoyar el que algunos consideran “menos malo”. Tampoco es democrático señalar que si no tomamos partido entre los dos, estamos “saltando cobardemente del barco”, al contrario, estamos resistiendo el embate de dos caracterizados voceros del festín del país para llevarnos de vagón de cola. Por eso hemos anunciado desde ya que seremos oposición de cualquiera que tenga la mayor capacidad de engaño y chantaje para ganar el 15 de junio.
Ah, se me olvidaba, el Polo votó en contra la ley de víctimas no por estar contra las víctimas, sino porque esta resultaba ser una burla para ellas, como los hechos lo han corroborado: una hoja de parra para las políticas del FMI y el Banco Mundial impuestas con entusiasmo por el gobierno de la “unidad nacional”.
Así las cosas, no es para nada cobardía decir que “entre el diablo y escoja”, aunque son tan nefastas las dos propuestas para Colombia, que no sé si el mismo diablo se atreva. Se desprestigiaría.
*Diputado Asamblea Departamental de Antioquia
POLO DEMOCRÁTICO ALTERNATIVO