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Reflexiones en torno a un mensaje presidencial (1) y el cambio histórico político en la sociedad neoliberal chilena (II)

Por Juan Carlos Gómez Leyton* 

1.- ¿Revolución Política o Revolución Social,  esa es la cuestión?
             
Estas reflexiones están dirigidas a precisar el tipo de cambio político-histórico que se requiere promover e impulsar en la sociedad chilena con el objeto no solo de superar la dominación neoliberal, como una forma de acumulación capitalista particular, sino, también, para sustituir al “capitalismo democrático”2 o a la “democracia capitalista”, en general.3 

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Por Juan Carlos Gómez Leyton* 

1.- ¿Revolución Política o Revolución Social,  esa es la cuestión?
             
Estas reflexiones están dirigidas a precisar el tipo de cambio político-histórico que se requiere promover e impulsar en la sociedad chilena con el objeto no solo de superar la dominación neoliberal, como una forma de acumulación capitalista particular, sino, también, para sustituir al “capitalismo democrático”2 o a la “democracia capitalista”, en general.3 

Reflexionar políticamente sobre el cambio político constituye, sin lugar a dudas,  una ardua, compleja y delicada tarea teórica y política. Pero, así lo exige la actual coyuntura crítica abierta por la movilización social ciudadana en Chile. Esta coyuntura crítica que compromete a todas las fuerzas sociales y políticas que hoy se desenvuelven tanto en la política institucional como aquellos que hacen política en sus márgenes. Esta coyuntura requiere que se escuchen muchas más voces en el espacio público y comunicacional de las que actualmente se escuchan y se difunden por distintos y diferentes medios de información como en las redes sociales. 

Por esa razón, las presentes reflexiones buscan quebrar el monologo asfixiante y opresivo de parte de los “intelectuales orgánicos” de los sectores sociales y políticos pro-capitalistas que dominan la escena pública y comunicacional de la sociedad neoliberal. Constituyen por lo anterior, también, un acto de emancipación teórica y política puesto que agrietan, al decir de J. Holloway4, la ortodoxia neoliberal y liberal dominante en el ejercicio de las ciencias sociales, inclusive, entre las y los intelectuales críticos.

Ahora bien, teniendo en consideración, la condición posmoderna de las y los sujetos que habitan la sociedad neoliberal, estas reflexiones escapan análisis político presentista dominante entre los actuales observadores políticos; los cuales se concentran casi exclusivamente en el análisis del tiempo presente y sobre  él o los “acontecimiento(s)”. Esta es una argumentación por la construcción del futuro próximo. Y, tiende a privilegiar el análisis político histórico estructural desde una perspectiva contra-hegemónica.

Asimismo, tiene el objetivo de ayudar a la constitución de un sujeto o sujetos políticos, reflexivos y políticamente activos. Tiene, en esa dirección, la pretensión de sacar a las y los sujetos neoliberales del encapsulamiento biográfico individual en que viven. Por tanto, se propone, justamente, subvertir o romper ese encapsulamiento.

El pensamiento político posmoderno concibe al sujeto “des-temporalizado”, o existiendo únicamente en una sola dimensión histórica-temporal: el presente. En cierta forma, el sujeto neoliberal es un individuo social sin pasado ni futuro. Su temporalidad histórica es reducida al: pasado-presente, presente-presente y futuro-presente. Bajo esa forma de temporalidad, las y los sujetos neoliberales existen en una sociedad que niega la política y la historia. Por ello, las sociedades neoliberales son sociedades despolitizadas e individualistas.5 Ambas negaciones se manifiestan en una praxis cotidiana concreta de parte de las y los sujetos sociales neoliberales: un marcado y acentuado  rechazo y resistencia al cambio histórico y político profundo, o sea, estructural. Y, una preferencia superlativa por la preservación de lo existente o por el cambio menor, breve, superficial y funcional. Las sociedades neoliberales y su gente son, en general, profundamente conservadoras, a pesar de los vistosos rasgos liberales en materia valórica, por ejemplo.

La concepción del cambio político histórico que se propone en este trabajo se ubica en las antípodas de ese pensamiento. Pues, se le piensa desde lo social colectivo, quebrando con ello, la concepción neoliberal e individualista del cambio. Romper con esta concepción es central para hacer posible la intervención política del presente con el objeto de construir el futuro social de manera activa, democrática, participativa y colectiva.

Por todo lo dicho, me voy a concentrar en este artículo en delimitar y especificar como concibo el “cambio histórico estructural” que se requiere hoy impulsar y promover en la sociedad chilena. Algo diré del rol de las clases, movimientos, grupos y sujetos sociales bajo la condición de dominados. Cabe advertir antes de entrar en materia, que el cambio histórico político estructural lo asocio, fundamentalmente, con el cambio político y social revolucionario. En  otras palabras, lo que aquí se propone es un alegato político por la revolución social.

Considero que nombrar, analizar y, sobre todo, exigir la revolución social hoy constituye un acto de rebeldía, insurgencia y una forma de hacer desde ya la revolución, Como un acto político, crítico y disruptivo y subversivo. Puesto que busco es un verdadero rompimiento con, y no un ajuste, el capitalismo. Escribo con palabras de J. Holloway: “quiero(queremos) revolución, un mundo diferente. Quiero(queremos) revolución ahora, no en el futuro: revolución aquí y ahora”6. Y, lo quiero/queremos ahora, no porque seamos impacientes, sino, porque, fundamentalmente, el capitalismo actual está devastando a los seres humanos y a la naturaleza. El futuro que nos promete el capitalismo, es el “no futuro”. Pues, al ritmo que avanza la destrucción actual, nadie nos a asegura de que la humanidad vaya a existir en un plazo de 50 años. Por eso debemos pensar la revolución ahora, para hacerla hoy, y no mañana, que podría ser tarde. 

1.1 Revolución: una palabra proscrita del léxico de la política y de la sociedad neoliberal

En Chile, desde 1973 a la fecha, hablar/ escribir y/o postular la Revolución Social como cambio político y social radical era y, aun es, entrar en un lugar prohibido, censurado, marginal y, sobre todo, un lugar que prometía todas las “penas del infierno” a quien o quienes osaban ingresar en él. Hoy, ya es posible hacerlo. Esto gracias a la coyuntura crítica abierta por el ciclo de protestas y movilizaciones sociales y políticas ciudadanas que estallaron entre 2006-2015. Estas que entre otras cosas “despertaron a la historia y, agrietaron la dominación hegemónica del neoliberalismo nacional e instalaron no solo el descontento y el malestar sino la exigencia y la demanda por el cambio social y político. Marcando de una u otra manera, el comienzo del fin de la despolitización de importantes segmentos de la ciudadanía neoliberal.7

La demanda por cambios políticos, económicos y sociales fue atrapada y en cierta forma encerrada y delimitada en el paquete de “reformas estructurales” ofrecidas y prometidas en el programa de gobierno de la Nueva Mayoría y de la Presidenta M. Bachelet (2014-2018). Sin embargo, ante el evidente fracaso político, al cabo de su primer año de gobierno y la ingente crisis de legitimidad que afecta al régimen político producto de la generalizada corrupción política. Se ha profundizado, extendido y radicalizado la demanda ciudadana por el cambio político.

Este cambio político ha sido interpretado y recogido por ciertos analistas como también por algunos movimientos sociales ciudadanos como un cambio dirigido a reformar o modificar integralmente la Constitución Política del Estado de Chile vigente desde 1980. Por lo tanto, este cambio político lo  sitúan y encierran, casi exclusivamente, en el cambio constitucional; que, por cierto, es un tipo de cambio político. Pero centrado, a nivel de la estructura jurídico-político del Estado capitalista, en su forma neoliberal. Estos sectores, grupos sociales y políticos, abogan por un cambio político en las alturas, en otras palabras, en la superestructura. El cambio constitucional es, -independientemente que se realice por medio del poder constituyente derivado, representado tanto en el poder ejecutivo como en el poder legislativo, o por una Asamblea Nacional Constituyente, expresión del poder constituyente originario-; en mi opinión, esta es la principal demanda política de las clases medias progresistas y aspiracionistas neoliberales y, por cierto, de ciertos sectores populares neoliberalizados. 

En efecto, son estos sectores, grupos y movimientos sociales y un variopinto conjunto de  intelectuales orgánicos los que han levantado la demanda de convocar a una Asamblea Constituyente a objeto de elaborar una nueva Carta fundamental de manera democrática y participativa. Impulsar y realizar una Asamblea Constituyente se transformado en un objetivo político central para cambiar el actual régimen político.8

Estando de acuerdo con la necesidad de modificar y terminar con la vigencia de la Constitución Política de 1980 impuesta por  la dictadura y legitimada por la Concertación de Partidos Políticos por la Democracia, consideramos, a que a la luz de los actuales procesos constituyentes de América Latina en las dos últimas dos décadas (1990-2010) que dicho cambio político institucional es importante, pero insuficiente. Tengo la impresión que el actual presente político exige algo más. De allí que asumiendo una perspectiva social popular, o sea,  desde la plebe -al decir de Álvaro García Linera- se requiere un cambio mayor y más profundo y radical. Se requiere de un cambio revolucionario. O sea, impulsar y promover una Revolución Social. En donde la revolución política, que puede provocar un cambio constitucional, integre, pero, jamás, la encierre ni defina a la primera. La crisis política actual, demanda una solución radical, necesita de una revolución social que apunte no a corregir o a mejorar o a reformar el régimen político, social y económico neoliberal actual sino para construir una nueva sociedad.        

Para evitar equívocos y comprender de manera adecuada y correcta el planteo que sigue, preciso la idea de la necesidad de la revolución social. Tal como indican Salvador Aguilar9, Niel Davidson10 y Francesco Benigno11, no existe algo parecido a la  Revolución, sino que existen las revoluciones, en plural, que responden a lógicas diversas y producen consecuencias históricas políticas, económicas, sociales y culturales muy diversas y variadas.

La “Revolución social” no es un “acontecimiento” sino un conjunto abigarrado de  procesos históricos de cambios radicales y estructurales simultáneos o con leves desfases temporales entre sí; pero, que en su interrelación transformadora van construyendo una nueva forma de nación, de estado, una nueva forma productiva, cultural y una nueva forma social, es decir, un nueva sociedad. Esta nueva sociedad  no es de ninguna manera otra forma de sociedad capitalista, sino, una sociedad pos-capitalista, en mi perspectiva, esta debe ser una nueva forma de sociedad socialista.12 Por ese carácter que es considero, urgente, necesario, oportuno y sobre todo, legitimo desde ya pensar y nombrar a la revolución social como socialista. Volveré sobre estos puntos en la tercera parte de estas reflexiones políticas.

A diferencia de cierta tradición marxista que considera a la revolución social como un momento explosivo y disruptivo. Considero que, si bien, efectivamente, la revolución social exige el momento insurreccional. Pero, el momento insurreccional como todo acontecimiento es explosivo, tonante, disruptivo y violento; sin embargo, no encierra a la revolución social, sino la hace posible. Puesto que la revolución como le dicho es un proceso histórico de mediana y larga duración temporal. Lo que me interesa resaltar y destacar es esto último. Hay que entender que la revolución social no se analiza por su momento insurreccional, sino por el proceso histórico que abre y por eso, la revolución social un proceso histórico en constante construcción. Las revoluciones no pueden ni deben institucionalizarse.13  Insisto, que lo central para el análisis teórico y político de la revolución no es el acontecimiento, sino el proceso histórico que se despliega. Aunque, por cierto, el momento insurreccional es importante pues remite al momento de la ruptura, del quiebre, del estallido de las formas dominantes y el inició de la construcción de lo nuevo. Su importancia política está dada porque ese momento, es el punto de arranque de los diversos procesos revolucionarios que dará lugar.

De manera que distinguir los diversos tipos de procesos revolucionarios que se abren con las revoluciones resulta indispensable para comprender el cambio político que se postula en este trabajo. Identificarlos, con sentido didáctico y pedagógico, tanto en la historia europea -moderna y contemporánea- como en la historia latinoamericana y nacional de los dos últimos siglos, es primordial para aquilatar la factibilidad política e histórica de la revolución hoy.            

Preciso, también, para evitar cualquier tipo de confusión ideológica o estratégica estas reflexiones históricas y políticas no buscan de ninguna manera reeditar el viejo y gastado debate marxista entre: reforma y revolución14. No obstante, creo necesario detenerme en este punto con el objeto de precisar por qué no se inscribe en él, pero sí, en el pensamiento político marxista. Considero de la misma forma que lo planteo José Aricó, que el marxismo ha sido desde siempre la “teoría de la revolución” social.15 

En efecto, el marxismo es una teoría económica, política, social y de la historia propuesta y elaborada no solo para entender y comprender el funcionamiento del capitalismo sino, una teoría erigida, fundamentalmente, para inducir y provocar su transformación. Por lo tanto, no es una teoría social para mejorar ni para humanizar al capitalismo, sino para destruirlo. En eso radica su potencia política e histórica. Ninguna otra teoría social surgida durante la modernidad menos aun en los tiempos de la posmodernidad, tiene esa cualidad.16   

No obstante, en el debate mencionado, especialmente, el bando reformista, puso en duda, cuestionó  y, francamente, negó dicha cualidad de la teoría marxista. En cierta, forma al despojar a la teoría marxista de su condición de teoría social de la revolución, volvió al marxismo en una teoría estéril y vacua, sin potencia política transformadora.

Dicho debate  nacido, tal vez, en 1896 -momento en que Eduard Bernstein comenzó a publicar sus clásicos artículos sobre los “Problemas del Socialismo” donde se postuló la necesidad de apoyar políticamente el cambio social reformista cuanto requisito para mejorar las condiciones de vida de las y los trabajadores-, ha alimentado miles y miles de páginas. Sin embargo, pesar de todo lo dicho y escrito hasta ahora, tengo la impresión que esa discusión no está para nada zanjada ni resuelta, ni tiene, en el futuro, visos de lograrlo. Es más, diría que a raíz de los nuevos procesos sociales y políticos abiertos en algunas sociedades de América Latina y el Caribe, dicha polémica se ha revitalizado y actualizado. Concurriendo a ella, especialmente, las y los intelectuales progresistas y de las izquierdas vinculados o no a los movimientos sociales de la región latinoamericana como de las sociedades que han iniciado ingentes procesos de cambio social-histórico conceptualizado como “revolucionarios”. Me refiero a la revolución bolivariana, en Venezuela, ciudadana en Ecuador y democrático cultural en Bolivia.17

Si bien, la clásica polémica se instaló con fuerza en latinoamericana en la década de los sesenta y setenta del siglo pasado como una consecuencia directa de la Revolución Cubana. Las diversas derrotas y fracasos políticos experimentados por los movimientos reformistas como revolucionarios anticapitalistas entre 1960 y 1990 en la región y, sobre todo, por el fracaso histórico de la primera sociedad surgida de una revolución social, la bolchevique en 1917, se destruyó casi completamente el prestigió no solo de la revolución social sino, también, del socialismo.

El derrumbe de los denominados socialismos reales europeos y, especialmente, de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS entre 1989-1991, profundizó, casi al infinito, la crisis de los movimientos socialistas y partidos políticos populares, ya sea, reformistas como revolucionarios latinoamericanos como también su soporte teórico e ideológico, el marxismo, en todas sus versiones. La crisis puso en fuga a las y los revolucionarios. Tanto la reforma social como la revolución social fueron abandonadas y arrojadas al baúl de los recuerdos. Las fuerzas sociales y clases dominadas y sometidas al capital, luego de aproximadamente un siglo de debate teórico e ideológico inútil, vieron desaparecer de su horizonte político e histórico toda posibilidad de destruir al capitalismo.  Sin embargo, a pesar de las derrotas y fracasos tanto el socialismo como la revolución social volverían a revolver la historia de las sociedades de la región, en los albores del nuevo siglo. El grito de su presencia histórica salió desde la verde espesura de la Selva de Lacandona, el 1 de enero de 1994. 

En Chile la renuncia teórica, práctica y política a la revolución y al socialismo fue un proceso dramático y radical que se inició con la derrota política y militar del proyecto revolucionario socialista de la Unidad Popular  en 1973 y se consolidó de manera decisiva para las y los condenados por el neoliberalismo en los años noventa, una vez “recuperada” supuestamente, la democracia capitalista. Diversas voces provenientes desde las distintas vertientes del progresismo y de la izquierda chilena, a finales de la década de los años setenta y, especialmente, durante los años ochenta, plantearon la necesidad de abandonar la lucha social y política por el socialismo, ya sea, por la vía reformista o revolucionaria, para concentrarse en la lucha política institucional por la democracia.18

Derrotada institucionalmente la dictadura militar en el plebiscito sucesorio de 1988 e instalada, mayoritariamente, la “izquierda” en la democracia protegida, la lucha por el socialismo, por el cambio revolucionario y la superación del capitalismo, desde los años noventa hasta la actualidad, paso ser un asunto del pasado. La revolución social entendida como proceso de cambio radical fue relegada a la marginalidad política. La revolución social, fue proscrita de la política neoliberal.

La apuesta por la democracia por parte de los sectores vinculados ideológicamente a las fuerzas sociales subalternas y populares los llevo ni siquiera asumir una postura por la “reforma social” en perspectiva socialista como lo sugería Manuel Antonio Garretón, en 1985, cuando sostenía: “vemos […] más el socialismo como un proceso que como modelo  de sociedad […] se trata de un lento y largo proceso que se hace al interior de la   democracia política y donde el proyecto asume el interés de la nación y la sociedad,  desde la perspectiva de quienes nacieron perdedores en la vida y en la historia, llámese éstos obreros, marginales, cesantes, mujeres, hambrientos”.19

Durante los treinta años que siguieron al planteo de M.A. Garretón,  el proyecto político socialista chileno solo se ha contentado con “corregir” al neoliberalismo desde una perspectiva que no se propone producir una ruptura con el capitalismo democrático, sino más bien mejorar, profundizar y extender la democracia capitalista.20

Ni siquiera entre los sectores políticos opositores a la dictadura militar vinculados al Movimiento Democrático Popular (MDP), después de 1990 continuaron planteando una lucha frontal al capitalismo y postulando la revolución social. A lo más plantearon un tímido conjunto de propuestas anti-neoliberales y una vuelta al capitalismo democrático previos al gobierno popular de Salvador Allende.21

Con todo la idea de la revolución como de socialismo se ha mantenido relativamente viva entre aquellos sectores sociales que han emergido desde el fondo social o desde los márgenes de la sociedad neoliberal. La incidencia política de estos grupos sociales y organizaciones políticas a lo largo de la democracia capitalista neoliberal, fue más bien escasa.

No obstante, los procesos de cambio latinoamericanos (Chiapas, 1994; la revolución bolivariana en Venezuela, 1998-2015; la rebelión indígena desde 1992 a la actualidad; la revolución ciudadana ecuatoriana, 2005-2015; la revolución boliviana 2001-2005; el levantamiento popular argentino de 2001; y la generalización de los movimiento sociales de resistencia a la minería extractivista, entre otros); el ciclo de protestas sociales y ciudadanas en Chile, 2006-2015; el fracaso de concertacionistas y la maduración de las diversas contradicciones del neoliberalismo han sido factores decisivos para configurar un nuevo escenario social y político que permite cuestionar radicalmente el presente neoliberal y la vez, superar las visiones reduccionistas del cambio político. Han permitido que esos grupos comiencen a ser un factor de la revuelta de la política con sentido revolucionario en la sociedad chilena. Por ello, considero que es bueno reflexionar sobre la revolución social.      

Esto último significa, en otras palabras, trabajar políticamente por alterar radical y drásticamente la estructura socioeconómica de la sociedad capitalista. Implica, modificar radicalmente las relaciones sociales y, fundamentalmente, la estructura de la propiedad de los medios de producción. Entraña, trastocar y subvertir el status económico, político y cultural de todas las clases y grupos sociales. En consecuencia, se trata de impulsar una transformación radical y completa. La revolución social no es un mero cambio parcial ni superficial sino un cambio holístico, integral. Además, por la magnitud, intensidad, extensión y profundidad que posee, una revolución social, es posible, sostener con H. Arendt, que a partir de ella, una nueva historia comienza desplegarse.22 En la nueva historia, van a predominar más las rupturas que las continuidades. Por todo lo anterior, las revoluciones sociales son acontecimientos y procesos únicos y excepcionales en la historia.23   Como he dicho más arriba, y concordancia con el planteo de A. Gramsci, una revolución social no se agota en el momento insurreccional, pues con él no se soluciona el problema de la toma del poder. Todo lo contrario, la lucha revolucionaria se traslada o debe librarse en otros espacios y lugares en donde se consolidó, afincó, la sociedad capitalista neoliberal. Por eso, la revolución social es lo que son los procesos revolucionarios que da lugar, es una lucha política larga duración contra-hegemónica.

Resulta, entonces, aleccionador referirse, aunque sea, brevemente a las experiencias revolucionarias acontecidas en Chile, como una forma de dar cuenta de los limites que tiene la lucha política y social contra-hegemónica popular al interior de la sociedad capitalista.

1.2 La Revolución en la Historia de Chile
           
Chile registra, en los últimos 200 años, tan solo un intento de impulsar y ejecutar una revolución social contra-hegemónica. Ese intento fue impulsado y protagonizado por las clases dominadas y subalternas, por movimientos sociales populares, por el movimiento obrero, por movimientos políticos como por los partidos políticos populares que integraban la Unidad Popular durante el gobierno socialista de Salvador Allende, entre 1970 y 1973.

En cambio, en esos mismos 200 años, registra varias “revoluciones políticas”, es decir, de procesos de cambios de carácter político-jurídico importantes. Pero reducidos y limitados. Entre estas “revoluciones políticas” se encuentran: la revolución independentista de 1810; la revolución conservadora de 1829; la revolución oligárquica de 1891; la revolución política mesocrática de 1924-1932; la revolución política constitucional de 1967; y, la contra-revolución “revolucionaria” neoliberal de 1973/75.

Para el siglo XIX, los historiadores han identificado otras “revoluciones políticas”, menores, en mi opinión, revueltas o rebeliones políticas, considerando la intensidad del cambio político provocado como son, por ejemplo revueltas de 1851 y de 1859.

El siglo XX, registra un menor número de revoluciones políticas en comparación con las del siglo XIX. Pero, también, se diferencian de aquellas, por el hecho que no fueron acompañadas por violentas y cruentas “guerras civiles”. La ausencia de este tipo de confrontación armada no libera a las revoluciones políticas del siglo XX de la violencia política, militar, social o simbólica que identifican y caracterizan a todos los procesos revolucionarios. Todas las revoluciones sean estas políticas, sociales, económicas o culturales tienen un nivel o un grado importante, por cierto, variable de violencia; pero, también, de terror y  de miedo tanto individual como colectivo.

En verdad, las revoluciones son acontecimientos y procesos históricos violentos. La historia no registra procesos revolucionarios pacíficos o sin violencia. Lo violento del acto revolucionario, no está dado por el carácter armado o militar del mismo, sino, fundamentalmente, por la radicalidad implícita en la acción social que las y los revolucionarios emprenden o promueven. Esas acciones buscan o tienen la finalidad, de lo contrario tampoco serían revolucionarios, trastocar, modificar, alterar, subvertir, remover y/o destruir ya sea dimensiones centrales o la totalidad del orden social, político, económico o cultural vigente. 

En ciertos contextos históricos cambiar una ley, por ejemplo, puede ser un acto o una violenta acción revolucionaria. Lo cierto es que la violencia está dada por el hecho de que toda revolución o proceso revolucionario es en su esencia un acto de despojo, de sustracción, de desplazamiento o una expulsión de aquellos grupos sociales que detentan, poseen, ejercen o controlan determinadas fuentes del poder social. Por esa razón, toda revolución o proceso revolucionario es una acción que despliega una potencia histórica acumulada, de fuerza y de poder en contra o sobre las estructuras del poder social establecido. Toda revolución social o política es una manifestación específica de poder. Y, al mismo tiempo, una disputa o lucha por el poder. De allí que una condición ineludible y cardinal para toda acción revolucionaria dice relación con el poder que detentan y poseen los sujetos sociales que la impulsan. Sin poder es imposible hacer o realizar o impulsar una acción revolucionaria.    

Ahora bien, las tres revoluciones políticas que he identificado para el siglo XX, fueron cambios políticos institucionales, significativos, que implicaron alteraciones en la continuidad histórica del modo producción capitalista y en la sociedad. Pero, en ninguna de las tres, los sujetos sociales y políticos que la impulsaron tuvieron la intención de procurar la transformación del capitalismo ni  su sustitución. Ninguna de ellas se planteaba desde un proyecto histórico-político contra-hegemónico. Todo lo contrario, eran proyectos pro-hegemónicos. Ciertamente, ellas posibilitaron cambios históricos importantes tales como:

  1. desplazamientos efectivos de ciertos grupos políticos y sociales de la dirección política del Estado. Como fue el proceso de cambio político-institucional que se desenvolvió entre 1924 y 1938, cuando las oligarquías terratenientes y las elites mercantil-financieras fueron desplazadas del poder gubernamental del Estado, por la presión social de los sectores medios y trabajadores. Esta “revolución política” dio lugar a un cambio de forma de Estado, de régimen político y constitucional. Todo dentro del mismo continuum histórico capitalista;  
  2. pueden provocar cambios políticos institucionales y sociales significativos con múltiples consecuencias políticas y sociales, como fue, por ejemplo, la “revolución político-constitucional” de enero 1967 que modificó a través de una reforma constitucional el artículo N° 10.10 de la Constitución Política de 1925. Esta reforma  posibilitó la modificación de la estructura de la propiedad agraria en Chile. Dando lugar a una coyuntura crítica y a una estructura política de oportunidades de vastas proporciones para los distintos actores sociales y políticos comprometidos en ese proceso. Y,
  3.  producir modificaciones en el padrón de acumulación capitalista vigente. En efecto, en dos oportunidades, en el siglo XX, el modelo de acumulación capitalista nacional ha sido modificado drásticamente por decisión política de los grupos dirigentes en la perspectiva mantener su continuidad histórica y de recomponer su dominación hegemónica. La primera vez se realizó, en las décadas de los años  30 y 40, cuando el bloque dominante que había reemplazado a las elites oligárquicas tradicionales en el poder, pusieron en marcha el proceso de industrialización sustitutiva de importaciones (ISI) y, la segunda fue entre 1975 y 1985, cuando las clases propietarias nacionales e internacionales impusieron con el apoyo de las Fuerzas Armada nacionales, violentamente, el patrón de acumulación neoliberal vigente hasta el día de hoy.

Por consiguiente, ninguna de las tres revoluciones políticas no son -como he dicho- cambios históricos estructurales en la perspectiva de la superación del modo de producción dominante, provocan un conjunto de cambios que abren o despliegan una nueva fase en la historia de una sociedad capitalista. Pero, jamás, dieron lugar a una nueva sociedad. Ese el punto central. 

Estas revoluciones políticas, si bien tienen, la potencia histórica de producir cambios en la estructura social, económica, cultural y, por cierto, jurídico político, al interior de la sociedad capitalista. Por ejemplo, tienen la fuerza de modificar la forma de Estado, o sea, la dominación y la hegemonía; modificar la estratificación y la composición social de las clases; modificar las estructuras culturales y de las mentalidades de las y los sujetos sociales; provocar cambios institucionales de régimen político; etcétera.

Pero, por lo general, estas revoluciones políticas permiten al capitalismo sortear crisis integrales o sea, crisis de Estado. En palabras de A. Gramsci, “crisis orgánicas” como fue la provocada por el proceso revolucionario impulsado por la Unidad Popular entre 1970- 1973.  

Por último, considero que las revoluciones políticas bajo ciertas circunstancias pueden dar lugar a revoluciones sociales. Por ejemplo, las revoluciones políticas burguesas del siglo XVIII y XIX, fueron, también sociales; especialmente, aquellas que se realizaron para barrer con las estructuras del feudalismo y sus vestigios existentes que obstaculizaban el desarrollo capitalista.24  

Otras, revoluciones políticas impulsadas por burguesías e incluso aquellas, protagonizadas por otros sectores sociales durante el siglo XX (trabajadores, campesinos, mujeres, indígenas, pobres y sectores populares, entre otros) se han realizado para profundizar, extender y consolidar el capitalismo.

Algunas, en cambio realizaron para salir de regímenes políticos despóticos, autoritarios, dictatoriales y totalitarios con el objeto de establecer la democracia  conservando o ampliando el capitalismo. Transformándose en democracias capitalistas o capitalismo democráticos.

También, se han realizado “revoluciones políticas” para refundar o mantener el capitalismo, instalando regímenes políticos autoritarios y antidemocráticos. De los muchos ejemplos que entrega la historia de América Latina y el Caribe es la contrarrevolución revolucionaria protagonizada por la dictadura militar chilena.

Esta la definimos como contrarrevolucionaria, primero, porque el golpe de Estado y derrocamiento del gobierno socialista de la Unidad Popular el 11 de septiembre no fue el típico y tradicional “golpe de estado” que resuelve un conflicto interno o alguna querella entre las elites dominantes o alguna contradicción al interior del bloque dominante sobre la dirección que debía seguir el capitalismo u cualquier otra causa. No, la intervención política y militar de las Fuerzas Armadas Nacionales estuvo dirigida a frenar la Revolución Social que impulsaban las fuerzas políticas y sociales populares. Segundo, para evitar que ese proceso social volviera repetirse en la historia nacional, destruyó el régimen político que había posibilitado el ascenso al gobierno del Estado capitalista, por la vía electoral, de fuerzas políticas y sociales dispuestas a realizar e impulsar una Revolución Social con el objetivo de reemplazar la democracia capitalista, por el socialismo democrático. Por esa razón, que el golpe de Estado, destruye la democracia liberal. Y, tercero, es una contrarrevolución, “revolucionaria”, pues, para lograr que la dominación hegemónica capitalista tenga en el futuro,  una solidez granítica para que resista cualquier ataque y amenaza, debió modificar todo: las estructuras políticas, económicas, sociales, y culturas del capitalismo industrial. En función de esos extraordinarios cambios estructurales el sociólogo Tomás Moulian ha calificado a esta contrarrevolución como una verdadera “revolución capitalista”.25 En realidad, se trata de una contrarrevolución que quebró y altero todas las formas políticas que caracterizaban a esos procesos históricos. Modificando inclusive las formas de las revoluciones políticas acontecidas con anterioridad, no solo en Chile sino, también, en Europa. Se trató de una nueva forma de contrarrevolución política capitalista. Dotada de una energía histórica y política que no se limitada a la reconquista y expulsión de aquellos que controlaban la dirección del Estado, considerados como sus enemigos y adversarios. No, para el nuevo bloque en el poder se debía refundar el capitalista desde los cimientos mismos. En razón, de ese objetivo instaurar dictadura revolucionaria que, en el largo tiempo, fue capaz de producir una nueva forma de sociedad, la sociedad neoliberal. 

Ahora bien, la radicalidad de esta contrarrevolución revolucionaria solo se explica porque ella debía responder a la radicalidad de otro proceso revolucionario social el protagonizado por la clase obrera y multifacético movimiento social popular. Quienes desde 1970 conjuntamente con el gobierno de la Unidad Popular (coalición de partidos políticos de izquierda) dirigido y conducido por el Presidente Salvador Allende habían iniciado el proceso de revolucionario de transformar al capitalismo democrático nacional en una sociedad socialista democrática.

Para tal efecto, el gobierno de la Unidad Popular con los instrumentos legales que le proporcionaba el régimen político y constitucional vigente había iniciado la expropiación de la principal fuente de poder de la burguesía capitalista: la propiedad de los medios de producción. Este proceso implicaba en los hechos concretos terminar con la propiedad privada y particular de los medios de producción y volverlos una propiedad común, es decir, de todos.

Lo anterior significa pasar de la concepción de la propiedad privada liberal y burguesa a la propiedad comunista. En la sociedad comunista, la propiedad de los medios de producción, de cambio y servicios pertenecen a todos y a nadie. La propiedad es común. Y, los bienes naturales o producidos las y los trabajadores son comunes, o sea, para todos. Dada la propiedad común de los medios de producción, “la riqueza objetiva está allí para satisfacer la necesidad de desarrollo” de todas y todos los miembros que integran la sociedad. Por eso, la propiedad comunista fomenta en el desarrollo universal de las personas y en la subordinación de su productividad social, comunal, como riqueza social que les pertenece”. En la medida en que no es posible excluir a nadie del disfrute de su producto, la propiedad de los medios de producción en común subraya la indivisibilidad de esa asociación en que el desarrollo libre de cada uno es la condición para el desarrollo libre de todos”.26 La única posibilidad de construir la sociedad socialista/comunista pasa por la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, de cambio y de servicios, pero como medio para alcanzar el objetivo central del proceso revolucionario anticapitalista, la liberación no solo de los seres humanos (hombres, mujeres, niños y niñas) de toda forma de explotación sino también de la naturaleza.

Luchar por una sociedad de iguales se requiere la instauración de un régimen en donde los medios de producción, de cambio, de servicios y los bienes naturales sean propiedad social o sea, de todas y todos, y que ellos sean manejados por sus dueños, las y los ciudadanos, directos con formas de democracia participativa y directa. En donde todas y todos son responsables del cuidado y conservación. Y, sobre todo, de la dignidad humana.

Este último punto es lo que ofreció a las y los chilenos la Revolución Social del gobierno popular de Salvador Allende. Mientras que la “revolución política” del capital todo lo contrario.

—–
1 Hago referencia al Mensaje Presidencial del 21 de mayo de 2014. Leído por la Presidenta M. Bachelet.

2 Novak, Michael, The Spirit od Democratic Capitalism, American Enterprise Institute, New York, 1982

3 Boron, Atilio,” La verdad sobre la democracia capitalista” Socialist Register 2006

4 Holloway, John, Agrietar el Capitalismo. El hacer contra el Trabajo. Ediciones Herramienta, Buenos Aires, 2012.

5 Gómez Leyton, Juan Carlos, Política, Democracia y Ciudadanía en una Sociedad Neoliberal, Chile 1990-2010. Editorial UARCIS/CLACSO, Santiago de Chile, 2011-

6 Holloway, John, Resquebrajando el capitalismo hoy, en RUTH, Cuadernos de Pensamiento Crítico, N°1, Ruth Casa Editorial, Panamá, 2008, págs. 347-354.

7 PNUD, Los tiempos de la politización, PNUD, Santiago de Chile, 2015.

8 La lista de grupos concertados con el objeto de demandar la convocatoria de una Asamblea Constituyente es muy amplia. Para hacer aquí un catastro de ellos.

9 Aguilar, Salvador, Diseños socioestructurales y progreso humano: socialismo e individuación  en el mundo del siglo XXI, en Carlos Andrés Charry y Nicolás Rojas Pedemonte (editores), LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2013, págs. 251-276.

10  Davidson, Niel, Transformar el mundo. Revoluciones Burguesas y revolución social. Pasado & Presente, Barcelona, 2013.

11   Beneigno, Francesco, Espejos de la Revolución. Conflictos e identidad política en la Europa Moderna., Ed. Crítica, Barcelona, 2000.

12 Una sociedad socialista nueva en el fondo y en los contenidos esenciales. Radicalmente distinta a la sociedad socialista soviética construida por la Revolución Bolchevique de 1917. 

13 La institucionalización de la revolución fue el yerro histórico cometido por las revoluciones sociales triunfantes en Rusia y China. Pero, no solo estas sino también de la revolución mexicana de 1910, o boliviana de 1952, entre otras.

14 Al interior del pensamiento marxista como del movimiento obrero europeo como latinoamericano desde fines del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, se verificó un prolongado y tedioso debate teórico, político y estratégico en torno a cuál era el camino más óptimo y adecuado para sustituir al capitalismo. Se configuraron dos bandos, aquellos que defendieron el cambio político gradual, legal y pacífico que se identificó con la “reforma social” y  aquellos que postularon que la única solución era promover el cambio radical y violento por medio de la “revolución social”.

15 Aricó, José M, Nueve lecciones sobre economía y política en el marxismo. Curso de El Colegio de México, FCE/El Colegio de México, México, D.F., 2012, pág. 7.

16 Cfr. Davidson, ob. cit. págs. 181-404.
            Texier, Jacques, Revolucao e democracia em Marx e Engels, Editora UFRJ, Rio de Janeiro, 2005.

17 Rodas, Rodas (coordinador) América Latina Hoy ¿Reforma o Revolución?, Ocean Sur, México, 2009.

18 Las referencias a esta renuncia son múltiples y diversas. Para no agotar a las y los lectores con referencias bibliográficas vastas, voy a citar tan solo a un autor representativo de esta renuncia teórica y política: Lechner, Norbert, Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y Política, FCE, Santiago de Chile, 1990, en donde se recogen diversos trabajos escritos por Lechner entre 1984 y 1987 en el cual destaca el emblemático artículo: De la Revolución a la democracia, págs. 17-38. La génesis de esta renuncia se puede ubicar en el pensamiento de este autor en los tempranos años ochenta cuando publica: La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado, FLACSO, Santiago de Chile, 1984.  

19 Garretón, Manuel Antonio, “Partido y Sociedad en un proyecto socialista”, en OPCIONES, N°7, septiembre-diciembre 1985, págs. 182-190. 

20 Garretón, Manuel Antonio, Neoliberalismo corregido y progresismo limitado. Los gobiernos de la Concertación en Chile, 1990-2010, Editorial ARCIS/CLACSO, Santiago de Chile, 2012.

21 Los partidos políticos integrantes del Movimiento Democrático Popular, MDP, fueron originalmente el Partido Comunista de Chile, el Partido Socialista de Chile, fracción Almeyda, y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) entre otros, fue fundado en 1983 y tras haber sido declarado inconstitucional en 1987, dio lugar a la Izquierda Unida conformada por la  Izquierda Cristiana, el Mapu-OC, el Partido Radical-Luengo, el Partido Comunista, Partido Socialista-Almeyda, Partido Socialista Histórico y MIR-Gutiérrez

22 Arendt, Hannah, Sobre la revolución, Alianza Universidad, Madrid, 1988, pág. 29. Dice Arendt,  “el concepto moderno de revolución, unido inextricablemente a la idea de que otro curso de la historia comienza súbitamente, que una nueva historia totalmente nueva, ignota y no contada hasta entonces, está a punto de desplegarse…”.

23 Cfr. Gómez Leyton, Juan Carlos,  La revolución en la historia. Reflexiones sobre el cambio político en América Latina, en Beatriz Rajland y María Celia Cotarelo (Coordinadoras) La Revolución en el Bicentenario. reflexiones sobre la emancipación, clases y grupos subalternos. CLACSO, Buenos Aires, 2009. págs. 39-56.

24 Cfr. Moore, Barrington, Los Orígenes Sociales de la Dictadura y la Democracia, Península, Madrid, 1980.

25 Moulian, Tomás, Chile Actual. Anotomía de un mito, Ediciones LOM/ARCIS, Santiago de Chile, 1997.págs. 15-30.

26 Lebowitz, Michael A., El pueblo y la propiedad en la construcción del comunismo, en Marx Ahora, Revista Internacional, N°16, La Habana, 2003, págs.65-78. Los entrecomillados identifican en el texto de Lebowitz citas  de Carlos Marx, tomadas de: Capital, Vol. 1, New York: Vintage Books  p. 772  y  Grundrisse, 1973,  New York: Vintage Books  p. 158.

*Ph.d en Ciencia Política. Académico Universitario FACSO-Universidad Central de Chile.

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