Columnistas
Se busca candidato para ganar elecciones en América Latina
Por Alfredo Serrano Mancilla
De ser posible que tenga menos de cuarenta y cinco años. Se recomienda aire fresco, jovial, activo y alegre. Si es guapo y/o atractivo, mucho mejor. Obligatorio: de aspecto saludable. La buena apariencia es fundamental en estos tiempos de apariencia. Una acertada forma de vestir casual también ayuda. Elegancia y sencillez en simultáneo es un tándem ideal. Pelo corto pero bien prolijo; sin barba ni muy regordete. No puede ser agresivo ni impulsivo.
Por Alfredo Serrano Mancilla
De ser posible que tenga menos de cuarenta y cinco años. Se recomienda aire fresco, jovial, activo y alegre. Si es guapo y/o atractivo, mucho mejor. Obligatorio: de aspecto saludable. La buena apariencia es fundamental en estos tiempos de apariencia. Una acertada forma de vestir casual también ayuda. Elegancia y sencillez en simultáneo es un tándem ideal. Pelo corto pero bien prolijo; sin barba ni muy regordete. No puede ser agresivo ni impulsivo.
Cuanto menos confronte, más vale. Forzosamente ha de ser buen estudiante; siempre dispuesto a sacar un notable en cada examen; no importa que no sea brillante ni sobresaliente, lo verdaderamente sustantivo es asegurarse siempre una nota digna en cada prueba. Se ruega que sea altamente disciplinado, y sin tentaciones a salirse del guión. Cuanto menos improvise, mucho mejor. No conviene exceso de verborragia; se prefiere alguien de palabra justa. No hay que preocuparse por la destreza, sabiduría y capacidad política. Estas virtudes no constituyen necesariamente un requisito imprescindible. Cuanto más hueco sea, cuanto menos hábito y experiencia política, mucho mejor. Todo se aprende y todo se moldea en las técnicas de marketing político de moda en los más conocidos centros de pensamiento (aunque deberían llamarse centro de pose y postureo). Según ese manual, la política es mejor si se limita a una cuestión de asesores de imagen.
Este patrón común responde al nuevo currículum vitae exigido para ser aspirante a ganar elecciones frente a los proyectos posneoliberales en el siglo XXI. Se trata del nuevo candidato buscado en América Latina para derrocar en las urnas a los presidentes que continúan revalidando su apoyo electoral en cada contienda. En Venezuela, Chávez ganó cuatro veces consecutivas la disputa presidencial (1998, 2000, 2006, 2013) y Maduro una; en Argentina, los Kirchner vencieron también en tres ocasiones sucesivas (2003, 2007, 2011); en Brasil, Lula ganó dos veces (2002, 2006) y Dilma otras dos más (2010, 2014); en Bolivia, Evo Morales venció tres veces seguidas (2005, 2009, 2014); en Ecuador, Correa también logró tres victorias ininterrumpidas (2006, 2009, 2013); en Uruguay; el Frente Amplio (con Tabaré Vázquez y Pepe Mujica) ganó dos (2004, 2009) y seguramente ganará en los próximos días por tercera vez consecutiva. Visto lo visto, la oposición en la región sólo ha logrado cambiar de signo político mediante golpe antidemocráticos tanto en Honduras como en Paraguay; hasta el momento nunca por la vía electoral.
Parece que no es nada fácil disputar la hegemonía electoral a estos liderazgos que conducen procesos que han logrado poner punto y final a las décadas perdidas del neoliberalismo en base a una nueva política. Ninguna perfomance electoral opositora ha logrado acertar con la tecla oportuna para contrarrestar el apoyo mayoritario que existe en cada proceso de transformación. A pesar de que lo siguen legítimamente ensayando, el intento de restauración conservadora es simplemente eso, un intento que no resulta eficaz en el propósito de volver la página atrás. Ni Capriles, Marina Silva, Aecio Neves, Doria Medina, Mauricio Rodas (que aunque ganó elecciones en Quito perdió un año antes las presidenciales), ni probablemente Lacalle Pou, sabe cómo se puede ganar elecciones presidenciales en América Latina. Si bien es cierto que han mejorado en muchos casos en votos obtenidos, también esto puede deberse en parte al desgaste de los partidos después de llevar tantos años en la gestión gubernamental. Aunque falta por ver si ese mismo perfil en Argentina con Massa tiene éxito, parece que hasta el momento no encuentran la táctica precisa para desbancar a los procesos que han logrado mucho a favor de la mayoría social en términos de condiciones de vida.
La mejor entre todas las imágenes posibles no puede competir con procesos reales que, a pesar de sus contradicciones y errores, han hecho que esta década sea ganada para muchas cuestiones cotidianas básicas en el buen vivir ciudadano. Cada proceso con sus particularidades, unos más procurando una enmienda a la totalidad y otros con reformas parciales, cada uno de ellos ha conseguido reducir pobreza y desigualdad, eliminar exclusión política, cultural, social y económica, mejorar el empleo y el salario real, mejorar la capacidad adquisitiva en forma inclusiva, garantizar el acceso público y gratuito a la educación y sanidad, facilitar mejores opciones en términos de vivienda, solventar el acceso a servicios básicos, y algo que no es menos importante, recuperar el sentido de soberanía y de sentirse orgulloso de pertenecer a un proyecto de país. Es por ello que lo iniciado desde finales del siglo pasado en América Latina no puede ser únicamente concebido como un cambio de ciclo electoral, es verdaderamente un cambio de ciclo político que constituye un cambio de época posneoliberal. Precisamente es esto, el cambio de sentido común lo que obliga a la oposición a forzar mucho en la preparación de su candidato, que debe jugar ahora en una cancha adversa en la que no puede ya afirmar alegremente eso de los recortes sociales ni la austeridad, ni planes de ajuste ni nada que se le parezca, ni hablar de exceso de gasto social.
En esta nueva hegemonía posneoliberal –aún en construcción- reside realmente la dificultad que tiene la derecha regional de reubicarse como opción convincente para ser respaldada por la mayoría popular. Esta creciente complejidad está comenzando a desquiciar a una oposición cada vez menos monolítica, derivando en una alta gama de opciones y estrategias diferentes. Por un lado, está el sector empresarial de las grandes corporaciones que no sabe si confrontar y poner en jaque a los actuales gobiernos, o nadar y guardar la ropa porque saben que probablemente también les vaya bien con estos procesos de cambio si saben aprovechar las mejoras internas, aceptando que ya no pueden ser ellos los tomadores de decisión política. Por otro lado, los medios privados de comunicación dominantes no terminan de entender que su pasado glorioso ya pasó, y que en los últimos años, los nuevos liderazgos lograron desconectar cierto fusible de tal modo que ahora ellos se comunican directamente con el pueblo sin necesidad de tanta intermediación. Es más, siguen empeñados en el relato del pasado que no convence ni a la mayoría ni a los propios candidatos opositores. Continúan con una narrativa obsoleta, más propia de las décadas de los ochenta y noventa, creyendo que hablar de inversión extranjera, de los mitos del mercado, o del libre comercio es rentable electoralmente a pesar que las cuentas electorales les siguen contradiciendo. Decir que todo está mal cuando todo no está mal tampoco suena a la mejor música elegida para convencer a los que deben votar. Una portada o un titular mediático lo aguanta todo, pero lo que no tiene es fuerza para rivalizar con la mejora realmente producida en el aspecto más cotidiano de la persona que debe acudir a emitir su voto. Esta disociación, entre buena parte del discurso mediático dominante y las nuevas propuestas electorales de la oposición, es un hándicap añadido en esta ardua tarea de lograr ganar una contienda electoral. En lo que sí hay acuerdo es en torno al núcleo de otras demandas: corrupción, inseguridad e inflación. Esto es factor común en casi todos los países. Ciertamente éstos son problemas a atajar, pero en lo que se confunde la oposición es en creer que éstos por sí solos pueden ensombrecer plenamente a los logros económicos y sociales alcanzados por los nuevos procesos de cambio.
Es seguramente verdad que hay muchos problemas aún por resolver de la herencia neoliberal; aunque indudablemente lo más importante recae en la aparición de nuevas preguntas a responder según las refrescadas demandas propias de este cambio de época, de un pueblo que ahora ya disfruta de otro nivel de vida, y exige más y mejor. He aquí realmente el caballo de Troya de esta década en disputa en América Latina. Este es el desafío al interior de los propios proyectos de transformación, sortear virtuosamente hacia futuro las continuas contradicciones que aparecen en cada proceso acelerado de transformación, al mismo tiempo que se logre reinventar nuevos retos hacia delante. Mientras la oposición crea que los problemas del hoy se resuelven con propuestas y discurso del ayer, o simplemente con una buena puesta en escena con un candidato de la era de la pos política (tecnocrático), mientras suceda lo uno y/o lo otro, seguirán sin ganar elecciones salvo que los gobiernos actuales se equivoquen demasiado. Como diría Evo Morales, “ganar elecciones es muy sencillo”; se trata de hacer aquello que le conviene a cada pueblo, aunque a eso le llaman populismo. Mientras tanto, la oposición, la partidaria y la que no, sigue buscando el candidato ideal para ganar la próxima cita electoral.