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USA, todas las formas de lucha contra Venezuela

Por Campo Elías Galindo A.   

Desde que EE.UU. avanzó en la distensión con el gobierno de Cuba el pasado diciembre, era clara su intención de dar un giro geopolítico en Latinoamérica y particularmente en el Caribe, para zafarse del problema del bloqueo a la isla que tanto lo estaba desgastando, y aplicarse con todos sus recursos y formas de lucha a combatir el régimen chavista venezolano.

Desde el golpe y contra-golpe de estado de 2002, el chavismo se radicalizó y se posicionó en toda la institucionalidad venezolana.

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Por Campo Elías Galindo A.   

Desde que EE.UU. avanzó en la distensión con el gobierno de Cuba el pasado diciembre, era clara su intención de dar un giro geopolítico en Latinoamérica y particularmente en el Caribe, para zafarse del problema del bloqueo a la isla que tanto lo estaba desgastando, y aplicarse con todos sus recursos y formas de lucha a combatir el régimen chavista venezolano.

Desde el golpe y contra-golpe de estado de 2002, el chavismo se radicalizó y se posicionó en toda la institucionalidad venezolana.

Fue un proceso similar al de la revolución cubana, en tanto una usurpación violenta, como la invasión norteamericana de Bahía de Cochinos en 1961, produce una radicalización y abre un horizonte estratégico al proyecto que fue agredido. En ambos casos pues, son agresiones imperialistas y de extrema derecha las que catapultan esos procesos revolucionarios y los dotan de nuevas plataformas de re-lanzamiento.

En el caso de Venezuela, el presidente Chávez, con un fuerte apoyo popular derrotó a los golpistas y la guerra económica, en ese caso revestida de huelga general patronal. En adelante ganó una seguidilla de elecciones democráticas y promovió con sólido liderazgo una nueva institucionalidad internacional para América Latina. Fue así que después de 2002, los gobiernos de EE.UU. parecieron resignarse a los nuevos vientos que soplaron sobre el Caribe y sobre todo su “patio trasero”.
Pero el fallecimiento de Chávez en febrero de 2013 reabrió de nuevo las ambiciones imperiales. Su desaparición de la escena dio nuevos bríos a las derechas del continente, que consideraron llegado su turno. Pocos meses después por poco instalan en el Palacio de Miraflores a Enrique Capriles a través de una singular campaña de desmoralización que se focalizó en demostrar que el chavismo sin Chávez era impensable y que nadie podía ocupar su lugar.

La vía legal, electoral, fue entonces la primera estrategia post-Chávez ensayada por la oposición que se agrupa en la Mesa de Unidad Democrática, MUD, para buscar la derrota del pueblo chavista, organizado en el Gran Polo Patriótico. El resultado electoral a favor del presidente Maduro no fue reconocido por la MUD a pesar de que se hicieron los reconteos que la ley electoral venezolana prevé para casos de impugnaciones.

Los opositores a la revolución bolivariana aún no logran asimilar su derrota de 2013. Insisten en una supuesta ilegitimidad del gobierno, en la cual escudan sus actividades conspirativas alentadas por sus aliados de EE.UU., España, Colombia y otros países de Latinoamérica.

La segunda estrategia ha sido la guerra mediática. Si bien los antichavistas han perdido importantes batallas internas en ese frente, en el plano internacional han arreciado sus ataques no exentos de calumnias, contra los dirigentes visibles del proyecto político y contra sus actuaciones tanto públicas como privadas. Los medios de comunicación de cubrimiento internacional y sus filiales nacionales, monopolizados por poderosos grupos económicos globalizados, martillan cada minuto su odio al chavismo, al presidente Maduro y por extensión, a la nación venezolana. El caso más extremo de ese odio se vive en Colombia, que cuenta con la opinión pública más endurecida y más manipulada contra Venezuela por la ahora denominada “canalla mediática”. La guerra mediática carece de límites de tiempo y espacio, y hasta en los lugares más íntimos y los momentos más insospechados recibimos sus ráfagas auditivas y visuales, en una repetición sin fin que estropea la mente de cualquier persona común. La oligarquía colombiana está históricamente emparentada con la venezolana, y siente en carne propia los golpes que la de allá recibe. Esos son los alaridos que aquí escuchamos por Caracol, RCN, El Tiempo, Semana, etc, exigiendo al gobierno de Maduro y al pueblo chavista que se dejen sacrificar indefensos por la minoría que hasta hace 16 años, solo repartió hambre y represión para los venezolanos de a pié. Le pretenden prohibir al presidente legítimo, que persiga a los delincuentes y a los violentos, incluso a los que planean asesinarlo.

Derrotada electoralmente, y encabalgada en la guerra mediática, la oligarquía ensayó en la primera mitad de 2014 otra posibilidad: la de un golpe de estado “callejero”. Puso entonces a la orden del día, bajo el liderazgo de Leopoldo López, las “guarimbas” y las asonadas que dejaron un saldo de más de 40 muertos, centenares de heridos y cuantiosas pérdidas económicas. Paradójicamente las protestas se desarrollaron bajo el lema de “La salida” (obviamente del presidente Maduro); es decir, unos supuestos demócratas se proponían tumbar mediante la violencia callejera a un presidente democráticamente elegido.

Transcurridos varios meses de manifestaciones en Caracas y otras ciudades, “La salida” no lograba atraer a los sectores populares en que se apoya el proyecto bolivariano, quedando aislados políticamente sus promotores y sus actores, en su gran mayoría jóvenes de clases medias y adineradas, resentidos sociales de un sistema que ha hecho una importante redistribución de la renta nacional. Finalmente quedaron algunos focos de disturbios en barrios exclusivos caraqueños que ya son parte del paisaje. De esta manera el gobierno de Maduro salió airoso de este nuevo desafío y la oposición de derecha encajó otra derrota más que tampoco, como veremos, ha podido asimilar.

Derrotada electoralmente, en medio del bullicio audiovisual, y ante el fracaso de las “guarimbas”, ensayaron luego lo más letal, dadas las debilidades intrínsecas del aparato productivo nacional y su modelo basado en la extracción petrolera y las importaciones: la guerra económica, la misma estrategia que tanto contribuyó al golpe de estado contra el presidente socialista chileno Salvador Allende en 1973. Los episodios de escasez en Venezuela, que han sido moneda corriente desde hace décadas, fueron presentados ahora como un invento chavista.

El nuevo desabastecimiento está asociado indudablemente a la estructura especulativa de la economía y a la caída drástica de los precios internacionales del petróleo, que cuesta ahora la mitad del precio que ha sido normal en esos mercados. La oportunidad pues, no podía ser más propicia para que la derecha calentara el golpe de estado. En efecto, metió todos los dedos y las manos en esa llaga, escondiendo los productos de primera necesidad, especulando con los precios, sacando los productos del país especialmente hacia Colombia, y obligando así al gobierno a tomar medidas antipopulares para controlar los abastecimientos.

La guerra económica está prácticamente derrotada por el gobierno. La está derrotando de la única manera que era posible: acudiendo a la gente, a las organizaciones populares, empoderando a los ciudadanos, creando nuevas redes de distribución que lleguen hasta los pequeños comercios, en una dinámica que va sacando del juego a las grandes cadenas de grandes superficies y va transfiriendo poder a la sociedad.

Lucha electoral, guerra mediática, “guaribas”, guerra económica, pero aún falta… Porque bajo toda esa música de fondo, el empleo de la violencia se planifica sigilosamente desde la retaguardia estadounidense. El desespero crecía entre los facho-neoliberales y poco a poco se fueron acercando a la locura de traer aviones desde el Caribe y bombardear el palacio de Miraflores y otros blancos estratégicos de Caracas. Esas son las confesiones de los militares hoy entre las rejas, que iban a participar en la aventura y que nadie ha podido desmentir hasta hoy. Por ser parte activa en esos planes, el exalcalde de Caracas Antonio Ledezma está hoy haciendo compañía al guarimbero mayor en la prisión militar de Ramo Verde. Desde allí, y con la ayuda de los medios de comunicación internacionales, se dedican a autoconstruirse una falsa imagen de héroes de la democracia y de mansas palomas a las que se violan sus derechos humanos más elementales.

De manera que hasta hoy, todo ha fracasado contra el pueblo venezolano y su gobierno legítimo. Por lo tanto, la extrema derecha ha perdido la paciencia y se está jugando su última carta, carta que viene de los EE.UU. ¿De dónde más podría venir? Es nada menos que la amenaza directa de emplear la fuerza y/o profundizar una escalada de sanciones que pueden traducirse en un bloqueo económico similar al de Cuba. La declaratoria de Venezuela mediante decreto como “una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional” de EE.UU. es algo más que un chiste cruel; es la antesala y sobre todo la justificación para nuevas agresiones incluida el ataque militar directo. El pretexto para iniciarlo sería lo de menos; para eso existen la CIA y la propia derecha anti-chavista, carente de todo patriotismo y practicante del “todo vale”.

No puede pasarse por alto que el argumento de esta amenaza sean las supuestas violaciones de derechos humanos, represión a los opositores y a la libertad de prensa por parte del gobierno, mil veces señaladas en el marco de la guerra mediática contra el chavismo pero nunca demostradas y documentadas. La ausencia de pruebas no detendrá la agresión anunciada; así como en Irak 2003, bastará el señalamiento para que el ejército imperial actúe. EE.UU. es el principal violador de derechos humanos en todo el mundo; los ha violado y los viola masivamente, ha invadido y masacrado a pueblos enteros, practica la tortura y las ejecuciones extrajudiciales a sus opositores fuera de su territorio, pero es el único que se abroga atribuciones de juez, expidiendo certificaciones a los demás países en materia de respeto o no a esos derechos. Las acusaciones del gobierno gringo a Venezuela hacen parte de la historia universal del cinismo.
El gobierno de Obama no se bajará de su decreto amenazante porque es la última carta que se está jugando frente al chavismo y, porque es una pieza maestra en su ajedrez para reincorporar a América Latina a los designios del imperio. En adelante el mensaje para todo el “patio trasero” será: “o a las buenas o a las malas”.

Obama juega con candela. El gobierno de Maduro tiene debilidades y puede ser derrotado, pero, el chavismo nunca habrá pasado en vano por la historia venezolana y de América Latina. Frente a las agresiones de EE.UU. los escenarios posibles son múltiples, siendo el menos probable el del amedrentamiento. Aunque nunca será noticia para la “canalla mediática”, las encuestas hechas hasta ahora están diciendo que más del 90% de los venezolanos rechaza las amenazas estadounidenses, además muchos están pidiendo instrucciones para alistarse militarmente en defensa de su territorio. La Asamblea Nacional está tramitando una ley habilitante para entregar a Maduro facultades extraordinarias en el marco de la agresión imperialista, y de otro lado, la oposición ha quedado contra las cuerdas al no poder rechazar contundentemente la decisión de Obama. Es decir, en el momento que casi todos los venezolanos quieren defender a su país, están encontrando que los únicos patriotas son los chavistas y el Gran Polo Patriótico, y al contrario, los que ellos llaman “escuálidos”, son una minoría sin sentimiento de patria que tiene sus pies y sus negocios en Venezuela pero su mente está en Miami.

El odio al chavismo se desbocó. Se le quiere cobrar a esa fuerza política haber lanzado el primer grito de victoria latinoamericana contra el neoliberalismo y el Consenso de Washington, cuando Hugo Chávez ganó las elecciones presidenciales de 1998. Por eso la agresión es extensiva a todos los gobiernos y pueblos del subcontinente que luchamos por el derecho a la autodeterminación, por la democracia y por el socialismo.

Todas las formas de lucha han sido empleadas por el imperio contra el pacífico pueblo chavista, que se ha defendido como gato patas arriba contra la mayor potencia del planeta y contra una oligarquía interna resentida que aspira a devolver la rueda de la historia y recuperar sus privilegios perdidos.

El 10 y 11 de abril próximos se realizará en Panamá la VII Cumbre de las Américas, que cada tres años reúne a los jefes de estado de todos los países del continente. El señor Obama tendrá que darle la cara, en vivo y en directo, a toda América Latina. Esta vez ni Cuba estará ausente. Por lo tanto ese encuentro será trascendental para calibrar el presente y el futuro político de este lado del mundo, para que EE.UU. diga sin ambigüedades cuál es su nuevo proyecto imperial y si pretende volver a la “política del gran garrote” que instauró en Latinoamérica su antecesor Teodoro Roosevelt a principios del siglo pasado.

 

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