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Venezuela amenazada

Por Juan Diego García  

Para algunos la declaración del presidente Obama sobre Venezuela resulta sorpresiva y hasta desproporcionada ya que nada indica que este país sea efectivamente un peligro inminente y extraordinario para la seguridad de los Estados Unidos. Pero la declaración se entiende mejor si se la ubica como parte de una estrategia más general que Washington adelanta desde el mismo momento en que Chávez inicia su proceso de cambios revolucionarios, estrategia continuada ahora contra Nicolás Maduro.

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Por Juan Diego García  

Para algunos la declaración del presidente Obama sobre Venezuela resulta sorpresiva y hasta desproporcionada ya que nada indica que este país sea efectivamente un peligro inminente y extraordinario para la seguridad de los Estados Unidos. Pero la declaración se entiende mejor si se la ubica como parte de una estrategia más general que Washington adelanta desde el mismo momento en que Chávez inicia su proceso de cambios revolucionarios, estrategia continuada ahora contra Nicolás Maduro.

El tono casi apocalíptico de la declaración ya no resulta pues tan inesperado si se la considera un componente más del propósito de desestabilización contra un gobierno legítimo. No menos obvia es la implicación de esta amenaza para otros gobiernos de la región.

Los argumentos de Obama no resisten el menor análisis. Que Venezuela atraviese dificultades económicas se debe en buena medida a la acción de sabotaje, evasión de capitales, contrabando, especulación y acaparamiento de productos de primera necesidad que llevan a cabo los capitalistas locales con el apoyo entusiasta de Washington. Una guerra económica similar a la desarrollada contra Salvador Allende, solo que en esta ocasión parece que la estrategia de desestabilización no cuenta con un elemento clave pues los militares se mantienen fieles al gobierno de Maduro. La declaración que constituye casi un comunicado de guerra también se explicaría por la desesperación de las autoridades estadounidenses ante la incapacidad manifiesta de la oposición de derechas en Venezuela: ni ganan en las urnas ni consiguen restar apoyos considerables al gobierno, ni tienen éxitos en sus intentos de golpe de estado. Sin un respaldo interno suficiente a los estrategas estadounidenses parece pues que solo les queda recurrir a la agresión directa, a la guerra abierta contra Venezuela.

Para Washington los casos de represión y encarcelamientos por los disturbios callejeros justifican calificar a este país como una dictadura odiosa que debe derribarse. Pero curiosamente los llamados presos políticos en Venezuela se pueden contar con los dedos de la mano mientras en Colombia (el gran aliado de los Estados Unidos en la zona) hay casi diez mil presos políticos e insurgentes condenados que se pudren en unas cárceles descritas como campos de exterminio. Los 43 muertos en los desórdenes callejeros en Venezuela son en su inmensa mayoría militantes chavistas, no personas de la oposición. Por otra parte, la corrupción está lejos de tener las dimensiones que alcanza en México, por ejemplo, y la inseguridad ciudadana puede ser tan crítica como en tantos otros países de la región, o como la que soporta cualquier negro pobre o inmigrante latino en los propios Estados Unidos. Además, y por grandes que sean estos problemas, ninguno de ellos constituye una “amenaza extraordinaria” para la seguridad de los Estados Unidos y son asuntos que solo deben resolver los mismos venezolanos.

Con la excepciones que cabría esperar, prácticamente nadie en la región da su apoyo a Obama. Si se pretendía alcanzar algún respaldo internacional a una hipotética intervención militar contra el gobierno de Maduro el resultado no puede ser más decepcionante para Washington. Solo las voces destempladas de la extrema derecha (especialmente desde Miami) se muestran alborozadas ante lo que consideran una inminente intervención militar de Estados Unidos en Venezuela. Por el contrario, la solidaridad con Caracas ha sido amplia, destacándose la contundente declaración del gobierno cubano en apoyo a Venezuela, acallando las voces malintencionadas que sugerían un distanciamiento entre La Habana y Caracas debido al acercamiento diplomático con los Estados Unidos.

Por supuesto, la amenaza no es solo para Venezuela. En realidad, esta declaración de guerra del presidente Obama va dirigida a los demás gobernantes de la región que en las décadas recientes han propiciado cambios considerables para superar la pobreza y el atraso, y sobre todo, han impulsado nuevas políticas de integración regional contrarias a los planes de Washington y buscan el fortalecimiento de las relaciones comerciales con nuevos socios (China, en particular) desplazando a los Estados Unidos y a las potencias occidentales. Las nuevas tendencias en la región fomentan relaciones menos dependientes de Estados Unidos y sus aliados europeos, refuerzan el protagonismo local y aseguran relaciones más autónomas y ventajosas. Se recupera soberanía y se aprovechan las contradicciones entre los potencias (las tradicionales y las emergentes) al tiempo que estos países se integran como bloque. Y Venezuela es y ha sido uno de los mayores impulsores de esta iniciativa.

No es por azar que Washington adelanta la misma estrategia de hostigamiento y desestabilización contra el resto de gobiernos que no se someten a su mandato. Brasil, Argentina, Ecuador o Bolivia aún no constituyen “un peligro inminente y extraordinario para la seguridad nacional de los Estados Unidos” pero irían en el camino de convertirse como Venezuela en candidatos a la agresión directa. Porque ¿qué otra cosa se puede esperar si un país es considerado por Washington un peligro “inminente y extraordinario” para su seguridad?

Se pensaba que América Latina y el Caribe no estaban en la mira del Pentágono y que las guerras coloniales de los Estados Unidos tenían como prioridad otros escenarios. Hasta ayer se consideraba que el acercamiento entre Washington y La Habana despejaba aún más el horizonte y creaba condiciones para mejorar también las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela. Sin embargo la declaración de Obama llena el horizonte de nubarrones.

Si Washington ha decidido actuar aquí tal como lo hace en otros continentes la agresión a Venezuela significaría el primer paso para extender esta estrategia a más países de la región. Una estrategia que procede con las mismas tácticas de los nazis en Europa o los japoneses en Asia durante la Segunda Guerra Mundial “destruyendo todo, arrasando todo”. Ojalá la salida de tono de Obama solo sea una bravata sin consecuencias graves. Como señalan algunos analistas, se trataría de una declaración destinada a contentar a la extrema derecha, muy molesta por la apertura de relaciones con Cuba y por la disposición de Obama de llegar a acuerdos con Irán. Sería un mensaje conciliador con los más duros de los partidos republicano y demócrata. Desafortunadamente y más allá enfoques optimistas está el carácter oficial de la declaración que compromete a Obama. Si Venezuela es el peligro que se afirma no queda otro camino que proceder a extirpar ese riesgo; pero si no es así, el presidente de los Estados Unidos queda como un irresponsable, como un monigote de poderes tras el trono. Los mismos poderes que han invitado al jefe del estado sionista para que regañe a Obama, desde el parlamento estadounidense y de forma pública, por su política frente a Irán. Los mismos que escriben directamente a las autoridades iraníes indicando que nada de lo que pacte Obama les compromete. Hechos insólitos que se explican por la debilidad del ocupante de la Casa Blanca. Evidentemente el poder real reside en otro lugar y está en condiciones de obligar a Obama a declarar la guerra a Venezuela, y ya no solo de forma verbal.

Los venezolanos han reaccionado en consecuencia. El gobierno llama a la unidad nacional frente a la agresión externa. Se ultiman los preparativos incluyendo los destinados a la defensa militar del país. Piden la solidaridad internacional de gobiernos y pueblos y por lo visto la están logrando, en contraste con los Estados Unidos que no han cosechado ninguna voz efectiva de respaldo a su amenaza. Pero sin duda lo más decisivo, aquello que determinará el desenlace del posible combate será la movilización del propio pueblo venezolano en defensa de su dignidad, del derecho a decidir con plena autonomía sobre sus propios asuntos y, si se diera el caso funesto de una intervención de los marines, resistir a la agresión y rechazar con todas sus energías a los agresores.

A estas horas cabría preguntarse qué opinión le merece a la llamada oposición venezolana la declaración de Obama y cuál sería su actitud en caso de una agresión militar a su país. Aunque la pregunta parece que sobra… ¿En qué lado del campo de batalla se colocarían?
batalla se colocarían?. batalla se colocarían?

 

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