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ALCA: cuando América cerró la soledad de un siglo

Por Juan Carlos Monedero*  

En 2003 escribió un artículo Stiglitz muy contundente: “Hagan los que nosotros hicimos, no lo que decimos que hagan”. Estados Unidos prosperó defendiendo su mercado, su industria y su campo. Tenía, además, una moneda que desde 1973 se convertiría en la moneda de intercambio mundial.

El león pide a las gacelas que no corran y que no busquen refugio en territorios escarpados.

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Por Juan Carlos Monedero*  

En 2003 escribió un artículo Stiglitz muy contundente: “Hagan los que nosotros hicimos, no lo que decimos que hagan”. Estados Unidos prosperó defendiendo su mercado, su industria y su campo. Tenía, además, una moneda que desde 1973 se convertiría en la moneda de intercambio mundial.

El león pide a las gacelas que no corran y que no busquen refugio en territorios escarpados.

Estados Unidos marcó a partir de esa fecha, donde certificaron la muerte del keynesianismo, el programa de máximos económicos del neoliberalismo: privatizaciones de las empresas y servicios públicos, desregulación, especialmente financiera y laboral, y apertura de fronteras a mercancías, servicios y dinero. No para las personas, que sólo circularían libremente cuando fuera necesario aumentar la oferta de trabajadores para rebajar los salarios (el ejército de reserva que contó el barbado de Tréveris). 

Sabemos los seres humanos que los hijos necesitan cuidados para crecer. Los alejamos de los depredadores, les aconsejamos desconfiar de las gentes de mal comportamiento, luchamos para que no pierdan la salud trabajando como si fueran adultos y estimulamos que puedan estudiar y aprender para luego poder defenderse por sí mismos. El capitalismo del Estado social y del desarrollismo tuvo lugar en los ámbitos del Estado nacional. La globalización, confundida en muchas ocasiones con una suerte de neoimperialismo, se encargó de ir haciendo mutar a los Estados para convertirlos en herramientas al servicio del aumento de la tasa de ganancia de las empresas en un marco de competencia mundial muy amañado y muy devastador. No en vano, en los últimos treinta años una parte sustancial de las riquezas en manos de los trabajadores a pasado a manos del 1% más rico. Un español, Amancio Ortega, tiene 72.000 millones de dólares. Bill Gates tiene otro tanto. Menos de cien personas tienen tanta riqueza como media humanidad. El modelo neoliberal de mercados abiertos ha generado las mayores desigualdades que han existido nunca en la historia. ¿No era sensato que alguien parara este disparate?

Ocurrió en el Mar del Plata, en Argentina, en noviembre de 2005, en la III Cumbre de las Américas. El Presidente venezolano Hugo Chávez, en el gobierno de su país desde 1999, sabía con claridad tres cosas: primero, que las políticas de ajuste y exclusión marcadas por el FMI y el Banco Mundial debían terminarse para ser sustituidas por políticas de inclusión social (recuperación ciudadana de los invisibles a través de procesos de cedulación, programas de alfabetización y escolarización, programas de rescate ciudadano en alimentación, salud y vivienda). En segundo lugar, que la democracia era imposible recuperarla en un solo país. Y en tercer lugar, que la única manera de salir de la espiral del subdesarrollo era encontrar alianzas regionales que terminaran con la política norteamericana que considera a América Latina su patio trasero. Panamá y México hicieron de voceros de las políticas norteamericanas, que buscaban crear un mercado abierto y desregulado en todo el continente.

Enfrente, Mercosur, Venezuela y una nueva América Latina camino de crear la Unasur, donde Estados Unidos perdería el espacio neocolonial que había tenido con la OEA. El Presidente Bush se iría con el rabo entre las piernas: los pueblos de América estaban buscando unas relaciones de igual a igual que no eran posibles con la relación de dependencia que implicaban los tratados de libre comercio con el vecino del norte. Lula Da Silva dijo que todo debía posponerse. Lo mismo el anfitrión, Néstor Kirchner y Evo Morales y Rafael Correa y los pueblos que habían sido invitados a una discusión paralela al encuentro de los líderes. Noviembre es estación de lluvias en Argentina.  La Declaración Final de la III Cumbre de los Pueblos de América (la llamada Contracumbre)  fue contundente: “las negociaciones para crear un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) deben ser suspendidas inmediata y definitivamente”. Chávez había advertido: “los líderes vamos de cumbre en cumbre y los pueblos van de valle en valle”.

Después de la derrota del ALCA empezó a amanecer. América Latina empezó a desconectarse de los centros financieros tóxicos de la globalización neoliberal. Abrió vías para capitalizar los propios recursos económicos y poner en marcha procesos de redistribución de la riqueza que sacaron a más de 70 millones de personas de la pobreza en el continente. Se ahondó en nuevas formas de integración regional y se sentaron las bases para un Banco del Sur. Se reforzaron los procesos administrativos de gestión de los bienes comunes y se entendió que sin un Estado eficiente no era posible construir una sociedad realmente democrática.

Se recuperó la soberanía nacional y los militares latinoamericanos redoblaron su compromiso con sus patrias después de un siglo escuchando la música injerencista de West Point. Sobre todo, se frenó lo que hubiera significado el hundimiento del campo latinoamericano, que se hubiera visto devastado por los productos subsidiados norteamericanos. 

Pero frenar el ALCA no solventaba todos los problemas. Era condición necesaria pero no suficiente. En el capitalismo global es imposible quedarse fuera de los procesos globales de formación de precios, de la construcción en las bolsas mundiales de la demanda y la oferta, del desarrollo tecnológico o de la conformación de precios. América Latina está entrando en otra etapa donde el modelo neoliberal sigue llamando a las puertas. Los acuerdos vinculados geográficamente al Pacífico pretenden compensar el fracaso hace una década para convertir a América Latina un enorme supermercado sin reglas salvo las que pongan las oficinas de las grandes empresas monopolísticas (un mercado inmenso en los grandes centros comerciales; otro en las aceras con los buhoneros y los vendedores informales).

La agenda postneoliberal terminó invadiendo la agenda postcapitalista y el riesgo de que una nueva agenda directamente capitalista anegue la agenda postneoliberal siempre está ahí. Por eso Estados Unidos no cesa su presión desestabilizadora hundiendo los precios de las materias primas, dando cobertura a los fondos buitre,  controlando la OMC, garantizando en tribunales privados las inversiones especulativas o comprando militares o fiscales. 

Las enseñanzas de Mar del Plata siguen siendo válidas para evitar que el continente vuelva a protagonizar como en los ochentas y en los noventas otra “década perdida”: liderazgo audaces, sin complejos, patriotas y apoyados en fuertes bases populares; insistencia en las agendas compartidas y puesta en común permanente de las estrategias regionales; refuerzo de la solidaridad intraregional y alianzas firmes frente a los Nortes internos y el Norte americano que, por su voluntad imperial y neocolonial, seguirá viendo al resto del continente como su patio trasero. El que recuperaron para Nuestramérica Chávez, Lula, Kirchner, Morales, Correa y los demás líderes de la América del Sur que cerraron una parte importante de las venas abiertas del continente.

*Politólogo español, catedrático universitario y dirigente de Podemos.

@MonederoJC

Semanario ALSur, El Telégrafo, Ecuador.

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