Conecta con nosotros

Columnistas

Comunicación, Podemos y el capital

Por Francisco Sierra Caballero*  

Toda una serie de viajes y conversaciones por Granada, Sevilla y Madrid, en este verano que ya termina, me han brindado elementos para pensar y dar que decir, más aún a la luz de los últimos acontecimientos electorales, considerando que quien escribe está fuera de juego y piensa siempre desde la periferia. Tómese en cuenta que como ‘académico trasterrado’, los contrastes son más que notorios y la mirada otra, pues Ecuador y España no solo están separadas por un océano y dos continentes, sino por una forma y lógica de pensar que están configuradas, en principio y cuando menos, de otro modo.

Publicado

en

Por Francisco Sierra Caballero*  

Toda una serie de viajes y conversaciones por Granada, Sevilla y Madrid, en este verano que ya termina, me han brindado elementos para pensar y dar que decir, más aún a la luz de los últimos acontecimientos electorales, considerando que quien escribe está fuera de juego y piensa siempre desde la periferia. Tómese en cuenta que como ‘académico trasterrado’, los contrastes son más que notorios y la mirada otra, pues Ecuador y España no solo están separadas por un océano y dos continentes, sino por una forma y lógica de pensar que están configuradas, en principio y cuando menos, de otro modo.

Siempre he compartido la idea de que la autoría constituye una función pública de articulación de espacios, de elipsis o iluminaciones del pensamiento que van trenzando constelaciones de patrimonio simbólico para el acuerdo o la controversia, siempre en diálogo con los maestros, en toda su riqueza y variedad, caminando sobre hombros de gigantes. En la tribu académica, cabe naturalmente todo tipo de bestiario: investigadores eruditos, rancios, atávicos, deshumanizadores, académicos ajenos a los procesos de extrañamiento, gente de paz y mal vivir, humanos, en fin, de todo un poco. Uno pertenece al orden de una generación y forma de vida y pensamiento anclado en la memoria obrera del cinturón rojo de Madrid, en el suburbio sur construido en las oleadas migratorias de los sesenta y setenta que procedían de tierras abandonadas como Andalucía. Es desde este espacio imaginario desde donde uno escribe, pues no hay obra sin actor, ni pensamiento sin pretexto o contexto germinal. Toda mediación cognitiva está atravesada por la experiencia de un devenir biográfico y no es ajena a una estructura de producción social.

Cuando uno se enfrenta al debate nacional, e incluso internacional, sobre Podemos, los anclajes de la experiencia nos alertan por ello, inevitablemente, sobre sesgos, derivas e interpretaciones poco fundadas que darían para un libro más que para unas líneas o sucintas reflexiones propias de la naturaleza de un blog. Permitan no obstante, cuando menos plantear algunas notas a modo de apuntes para una crítica trasterrada.

Reconocer que el fenómeno (subrayo la palabra) Podemos es un caso único en la ciencia política y bien merece la atención y reconocimiento a un proyecto que, como mínimo,  logró abrir el marco o cerco mediático, situar desde la democracia deliberativa el interés general  e, incluso, lo común, actualizando el relato y discurso del 15M, es, creo, indiscutible. La cuestión aquí es si esta experiencia viene limitada por una teoría y una práctica política a todas luces discutible que afecta a la concepción de la comunicación, de las disputas por el capital y lógicamente a la identidad de clase que todos, también quien escribe, tienen, renuncien, o no, en su dimensión imaginaria, a ella. En otras palabras, la lectura lacaniana, la teoría populista de la comunicación política de Podemos tiene una virtud que es su principal talón de Aquiles: pensar las mediaciones en la constitución de una nueva subjetividad política, que a fuerza de soltar lastre termina siendo mediocéntrica, poco política y menos aún transformadora.

Los significantes flotantes presuponen y exigen sujetos políticos que sepan nadar. El discurso y la noción de pueblo son por definición opacos y remiten a una teoría del acontecimiento y de la mediación que, al menos en la práctica, brilla por su ausencia en el accionar o estrategia mediática de Podemos, empezando por algo tan elemental como la sociología electoral. Pero más allá aún, pensar que las identidades políticas no están determinadas por relaciones económicas y sociales concretas, al ser básicamente modelizaciones discursivas, puede ser válido coyunturalmente para el consumo y el efecto placebo, pero no para la constitución de una nueva subjetividad política, y menos aún para el cambio histórico, que como demuestra la teoría crítica es sobre todo producción y algo más que democracia cultural mediada por el mercado e intercambio de significantes. Lenguaje y trabajo, mano y cerebro están conectados. No es posible desligar el universo del texto y el discurso de las condiciones necesarias para la vida en común. Por ello, y a tenor de lo visto en Cataluña, más valdría que Podemos pase de la sofística a la mayéutica si no quiere repetir la inacción de más de lo mismo: la misma contradicción entre movimiento e ideología, entre acción colectiva y códigos culturales de la identidad que anima o inspira la acción transformadora.

En otras palabras, aquí hemos de enfrentarnos de bruces con la materialidad que media toda teoría y toda acción social. Por indefinida que sea la concepción de lo popular y por no reductivamente determinado que esté el discurso, siempre hay anclajes en lo real.  Esta es la diferencia negada del pensamiento de Gramsci en Laclau. Mi colega Moreno Pestaña habla, con razón, de la dimensión sociológica; yo prefiero hablar de la materialidad de toda mediación, sea discursiva o simbólica, pues hay trabajo, entendido en sentido marxiano como transformación, en la proyección relativamente autónoma de la política –léase a Bolívar Echeverría a propósito de lo político y de la politicidad–. A mi entender, falta en el diagnóstico de los chicos de Podemos, de nuevo comparto la opinión de Moreno, una visión estructural. Echo en falta en su visión más Bourdieu, más Scott y menos semiocentrismo, una deriva, como la pancomunicacionista, muy de nuestro tiempo, por cierto. Y que, por lo general, deriva en un nuevo idealismo sobre la autonomía, indeterminada, de toda mediación, como si no hubiera estructuras de clase y delimitación o reglas del juego de acceso al capital simbólico y cultural. Es ahí donde cobran sentido las categorías y el complejo arte retórico de la política. Lo contrario es jugar a ser Rajoy con una visión hipermediática vía plasma, aunque sea en el campo de la teoría. Así, la falta de reflexividad deja la operación mediática de los significantes flotantes en el aire, sin consistencia, vulgar, no común, en la banalidad de lo nuevo y lo kitsch. Esto es muy propio del mundo espectacular integrado en el que vivimos, donde la creatividad y la invención de otros universos imaginados solo es posible desde el discurso, en un sentido performativo, sin cambiar la realidad, sin interferir en las bases concretas y materiales, de los mundos de vida.

De ahí la calculada ambigüedad en el lenguaje, la indeterminación del significante flotante, vacío, que tiende a ajustes coyunturales y pura nadería, como en los ochenta el mundo de la empresa apelaba a las marcas y políticas de comunicación para resolver la crisis estructural de acumulación del capitalismo. No otra cosa, en fin, es el dominio del Principio de universal equivalencia que la de puro significante. O un mal entendido concepto de la relación entre la teoría y la realidad. Quizás si hubieran leído el último libro de Gregorio Morán podrían entender algo de nuestra historia, y la sociología de la cultura política nacional, más que nada para no repetir la tragedia como farsa, en este caso en forma de bipartidismo renovado.

Por ello, algunos pensamos que plantear un proyecto de unidad popular es disputar la hegemonía en forma de nueva institucionalidad, y por tanto la necesidad de una nueva forma de partido y organización política y del Estado que, hoy por hoy, no representa Podemos, ni de lejos, como tampoco, ciertamente, otras formaciones de izquierda como IU. En otras palabras, de Podemos y la mediación contrahegemónica al proyecto transformador hay un abismo epistémico y toda una brecha cognitiva por pensar que, lamentablemente, no observamos en el campo social en términos de capacidad de autonomía y organización. Primero por el propio fetichismo y culto a la personalidad, y luego por la cultura o pensamiento mágico que tiende a pensar que con solo el voto a una fuerza emergente se podrá cambiar el panorama político, casi sin tocar las prácticas, habitus y estructura de juego de los capitales en pugna. Más aún, se observa en los últimos meses que:

El pueblo que se invoca allí donde solo se juegan conflictos entre las élites es otra cosa: es un pretexto para el conflicto entre fracciones del campo del poder (polo cultural versus el polo económico) o entre generaciones entre los campos culturales: los mejores que han sido maltratados por las élites apalancadas por los peores (Moreno Pestaña, 2015, p. 96).

Cada quien haga su interpretación. Uno como buen marxista (o si quieren, irónicamente, paleomarxista) no apostaría por la variable generacional pero del análisis de la forma y lo informe, en cuestión de identidad y política, cierta visión semiocentrista de la dirigencia de Podemos nos lleva a pensar que en esta falta de visión se tiende a encubrir un tipo de disputa cuya base comunicológica carente de reflexividad termina negando todo proceso de transformación estructural sobre el dominio temporal  (periodicidad) y los efectos (pregnancia y mudanzas del consumo simbólico de las audiencias) por una confusión, en efecto, de partida, entre teoría y realidad. Esto es, el puro voluntarismo y el nominalismo posmoderno en la era del vacío de la política y con una organización de facto leninista y centralizada, pese al origen y la apelación a la participación de los círculos, indica que el proyecto murió de éxito de rating entre cierta concepción academicista a lo Laclau y la carencia de una lectura más potente de la historia, la sociología y la cultura política nacional.

Tratando de mirar hacia atrás y hacia adelante, en el tiempo y en el espacio, conociendo y procurando conocer más toda relación ficcionalizada, todo imaginario de una modernidad fallida como lo es la de España, tratando, como digo, de comprender el sentido de esta experiencia como un problema en sí mismo, llegamos a esta conclusión nada o poco positiva para el horizonte político de un proceso de ruptura o revolución ciudadana que, en el fondo, es lo que esperábamos tras el 15M. Tal diagnóstico debería pues hacernos parar a pensar. No otra cosa es la teoría que ilustrar las pruebas, conectar y modificar perspectivas, avizorar nuevos horizontes cognitivos, capturar en lo esencial el complejo prodigio de la vida en común. Y ello exige que recordemos que toda relación, todo sistema es por definición contradictorio; y que las relaciones no solo son imaginarias, son también producto de la experiencia mediatizada por intereses, desigual poder y desequilibradas posiciones de observancia. Esto es, no hay pensamiento sin acción, sin performatividad, ni contexto estructural (Sierra, 2009).

Como enseñara Gramsci, no es posible pensar  fuera de, no es válido el mito de la exterioridad. Como advertía Mandel, no debemos desconectar la historia por arriba y las estructuras de dominación de la historia por abajo y las formas contrahegemónicas. La brecha entre cultura y política, entre pensamiento y acción, la indisoluble articulación de teoría y praxis por la estetización general de una posmodernidad acrítica nos obligan hoy a comenzar por el camino perdido, por las huellas de lo ingobernable y la estética relacional, asumiendo por principio que conocer es cuestionar e intervenir en la realidad. Por ello, insisto, hagamos las lecturas oportunas. Relean al maestro Juan Carlos Rodríguez en su salutación de bienvenida al desierto de lo real concreto, de la destrucción creativa del capitalismo salvaje, que evidencia la orfandad o desértica posición en la que habitamos durante tantos años los militantes comunistas. Justamente por la renuncia a retornar a nuestros principios básicos, comenzando por la imagen gramsciana de articulación del doble poder. A saber: sistematizar y desarrollar el marxismo como teoría científica, como práctica vital, como conciencia subjetiva y objetiva y como ‘inconsciente ideológico pulsional’. Si se articula no en el sentido común de Laclau, sino como mediación liberadora de procesos de emergencia de una otra forma de práctica teórica, ello significa superar:
a. La tradición tecnicista del marxismo que ha privilegiado el factor económico y el desarrollo de las fuerzas productivas como eje para la transformación colectiva.
b. Y la lectura superestructural que relega y olvida las condicionantes económicas y las relaciones de producción como ha sucedido en Norteamérica e Inglaterra con los estudios culturales.

Una lectura productiva y apropiada de Marx exige “establecer una nueva práctica de la economía, de la política y unas nuevas prácticas ideológicas. Pero toda esa nueva serie de lenguajes y de prácticas es algo que desconocemos por completo y que habría que ir inventándose de acuerdo con la coyuntura histórica en la que se viva” (Rodríguez, 2013, p. 152). Retornar, en suma, a la escritura de la explotación y esto, si me permiten la licencia, en un país con nula o débil tradición teórica, a diferencia de Francia u otras culturas de nuestro entorno geopolítico y cultural.

La vuelta a la historia para politizarla en su interpelación a la figura del intelectual y el compromiso histórico, más allá de la sociología de la deconstrucción retórica, el giro lingüístico y semiocentrista de la hipersimbolización micro del neopragmatismo que toda potencia y voluntad liberadora anula, implica tratar de trascender la ausencia de teoría fundamentada a partir de la crítica del inconsciente capitalista que hoy domina el pensamiento por la falsa dicotomía individualismo/colectivismo, comenzando por pensar desde el principio básico la idea motriz en Marx, que no es otra cosa que el hecho social del pensamiento como escritura de y desde la explotación. Solo a partir de la radical materialidad de esta lógica es posible comprender el inconsciente ideológico, el miedo a tener miedo, un sentimiento común de todo sujeto que ha de responderse ‘qué hacer’ y que en personajes como el caballero de la triste figura, tal y como expuso magistralmente Juan Carlos Rodríguez  en su última conferencia dictada en Sevilla a propósito de Cervantes y el origen de la novela moderna, ilustra dinámicamente la función vital del inconsciente ideológico en cambios de época como los que vivió el Manco de Lepanto o, para el caso, en períodos como el actual de clara inflexión y ruptura histórica. Aquí no hay significantes flotantes que valgan sino la vuelta a lo real concreto, con todo su espesor y complejidades. Quizás tras el quiebre o leve pestañear mediático algunos redescubran este principio esencial. Eso al menos esperamos, por el bien de todos, por el bien común.

Referencias:

Moreno Pestaña, J. L. (2015). La lógica de los pequeños capitales: filosofía y sociología del populismo. En El Viejo Topo, 330-331, julio-agosto,  p. 89-98.
Rodríguez, J. C. (2013). De qué hablamos cuando hablamos de marxismo. Madrid: Editorial Akal.
Sierra, F. (ed.) (2009). Teoría Crítica de la Comunicación. Lecturas y fundamentos. Madrid: Visión Libros.

*Comunicólogo y docente universitario español, actualmente director general del  Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL), Quito, Ecuador.

@fsierracb

Continúe leyendo
Click para comentar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *