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Lo que es con él, es conmigo, papá

Por Reinaldo Spitaletta  

Colombia tiene una larga y sombría tradición sobre la utilización de métodos del lumpen en la política. La usanza de intimidar a contrincantes y contradictores, cuando no de sacarlos de la palestra a punta de bala o desapariciones, es de vieja data, y el listado de caídos por estas intervenciones criminales es extenso.

Y aunque esas “mañas” de eliminar a los rivales hunde sus raíces en las gestas independentistas y el nacimiento de la república (que otros, con acierto, denominan republiqueta), es posterior a la Violencia liberal-conservadora y a la aparición de los grupos guerrilleros (devenidos luego en industrias criminales), cuando se agudizan no solo las cuantiosas metodologías delincuenciales, sino el fascismo. Y el fascismo, para no teorizar mucho, es la “negación del hombre”.

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Por Reinaldo Spitaletta  

Colombia tiene una larga y sombría tradición sobre la utilización de métodos del lumpen en la política. La usanza de intimidar a contrincantes y contradictores, cuando no de sacarlos de la palestra a punta de bala o desapariciones, es de vieja data, y el listado de caídos por estas intervenciones criminales es extenso.

Y aunque esas “mañas” de eliminar a los rivales hunde sus raíces en las gestas independentistas y el nacimiento de la república (que otros, con acierto, denominan republiqueta), es posterior a la Violencia liberal-conservadora y a la aparición de los grupos guerrilleros (devenidos luego en industrias criminales), cuando se agudizan no solo las cuantiosas metodologías delincuenciales, sino el fascismo. Y el fascismo, para no teorizar mucho, es la “negación del hombre”.

Lo que se ha denominado el lumpen, un término que Marx en el libro El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, caracterizó como los residuos de desclasados, huidos de galeras, licenciados de presidio, timadores, “subproletarios”, carteristas y toda suerte de hampones que en los días del bonapartismo fueron cooptados por el régimen para que, juntos, pudieran beneficiarse a expensas de la población trabajadora, digo que el lumpen ha tomado posiciones de ataque en muchas partes. Y Colombia es tierra abonada para el efecto.

Los más aberrantes métodos de estos descastados se perfeccionaron con la aparición y desarrollo del paramilitarismo. Y que, con el tiempo, derivarían en la alianza con políticos corruptos, clientelistas y poseedores de todos los vicios contra la democracia. La parapolítica es una de sus expresiones.

Estas vilezas se engordaron en los ocho años de gobierno del presidente Uribe, en la que, para no extender el catálogo de miserias, hubo desafueros sin fin. Los “falsos positivos”, las chuzadas, la intervención del DAS en asuntos ilegales, el asesinato de líderes populares, el crecimiento del fenómeno del desplazamiento forzado, las subterráneas visitas a palacio (o Casa de ‘Nari’) de delincuentes, fueron apenas muestras de un tiempo de autoritarismos y recorte de derechos a los trabajadores.

La historia ya ha condenado a políticos (o politiqueros) que patrocinaron masacres, como la de Segovia, por ejemplo; o actuaron en connivencia con los asesinos de campesinos y obreros. La denominada “cultura mafiosa” ha hecho carrera entre muchos que aspiran a ser elegidos en los próximos comicios, o que lo fueron en otras elecciones. Y que siguen dominando a sus anchas en el país. El reino de las amenazas e intimidaciones continúa.

Aquello de “si lo veo, le voy a dar en la cara, marica” no es propiamente una muestra de la ilustración, ni de los mecanismos de deliberación y altura intelectual. Es una reacción lumpesca. Una negación del debate y de la razón. Lo mismo, cuando, por ejemplo, se intenta acallar la crítica con distintas manifestaciones de poder y de fuerza. Y aun, en el menor de los casos, con escoltas gafioscuros, malucos, con apariencia y “modales” de matones.

Nada raro, entonces, (aunque sí repudiable) es que los acólitos de un expresidente asuman consignas más propias de bandidos que de ciudadanos honorables. Es el legado de las mafias y el resto de lumpen.

Menos mal que estas “ocurrencias” han sido tratadas con humor por el pueblo, que no deja de reír cuando dicen que al expresidente de marras hay que rodearlo, pero para que no se vaya a volar, anotan los guasones. Un caricaturista (Matador) aprovechó la rabieta de los conmilitones del exmesías y produjo un cuadro titulado “El nuevo ‘cartel’ uribista”, con una mano de preso que sale de una ventanilla de celda con el cartel que advierte: “Lo que es con Uribe es conmigo”.

En la política colombiana, o, mejor, en las banderías y grupúsculos que hoy tienen una diversidad de nombres y dominan el escenario nacional, se ha incorporado una suerte de “sicaresca”. Se le ha dicho adiós al pensamiento (suponiendo que alguna vez lo hubiera), a la confrontación de ideas, a la dialéctica de la razón, para asumir, cuando menos, la patanería, pero, ante todo, las tácticas y desbarres del lumpen.

El lumpen es un ser parasitario, acomodaticio, oportunista. Un desclasado que se vende al mejor postor. Al introducir sus perfiles en las maniobras y actitudes políticas, estos grupos o razones sociales electorales, cayeron más bajo. Hacen avergonzar a las ratas, roedores inteligentes y con mucha historia.

El Espectador, Bogotá.

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