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Eduardo Galeano, a sol y sombra

Por Reinaldo Spitaletta  

Cuando lo escribió, a fines de 1970, no sabía mucho de economía ni de política, según lo afirmó años después, pero, aun así, su texto reveló verdades y puso a leer a las juventudes de América, entonces ávidas de libertad, crítica y cambios sociales.

Las venas abiertas de América Latina, que se tornó bestseller, escrita por un muchacho de treinta años, denunció el saqueo, las transnacionales, al Fondo Monetario, el imperialismo y las desventuras de los habitantes de estas tierras de promisión y vastas riquezas.

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Por Reinaldo Spitaletta  

Cuando lo escribió, a fines de 1970, no sabía mucho de economía ni de política, según lo afirmó años después, pero, aun así, su texto reveló verdades y puso a leer a las juventudes de América, entonces ávidas de libertad, crítica y cambios sociales.

Las venas abiertas de América Latina, que se tornó bestseller, escrita por un muchacho de treinta años, denunció el saqueo, las transnacionales, al Fondo Monetario, el imperialismo y las desventuras de los habitantes de estas tierras de promisión y vastas riquezas.

En 2009, durante la Quinta Cumbre de las Américas, el presidente de Venezuela Hugo Chávez le regaló un ejemplar del libro a su homólogo de Estados Unidos, Barack Obama. Tal vez ese gesto condujo a que muchos volvieran a hojear el libro y otros a leerlo por primera vez. En los setentas, las dictaduras de Argentina, Chile y Uruguay prohibieron el texto de Eduardo Galeano, un tipo que antes de ser escritor había sido obrero, dibujante, pintor, mensajero, cajero de banco y mecanógrafo.

Galeano, al que historiadores y otros intelectuales acusaron de falta de rigor, en la década del setenta se fue de su país, Uruguay, para Argentina, donde trabajó como director de la revista Crisis (fundada por Federico Vogelius, estuvieron, entre otros, Haroldo Conti, Juan Gelman, María Esther Gilio). Alguna vez, un miembro de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) llamó a la redacción a amenazar: “A ustedes los vamos a matar, hijos de puta”, dijeron al otro lado. Galeano respondió: “El horario de amenazas, señor, es de 6 a 8” y colgó.

Galeano, muerto en Montevideo a los 74 años, representa un tiempo de alzamientos en las palabras, en el carácter, en la búsqueda de identidad de un continente sometido a dictaduras, gobiernos títeres y despojos. Los setenta y ochenta, antes del Consenso de Washington y la aparición mortífera del neoliberalismo, tuvieron diversos discursos en la intelectualidad de izquierda, todos en contra de las injusticias sociales y por la independencia y la libertad.

“Para quienes conciben la historia como una competencia, el atraso y la miseria de América Latina no son otra cosa que el resultado de su fracaso. Perdimos; otros ganaron. Pero ocurre que quienes ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos”, se dice en el clásico libro de Galeano, un intento por explicar el subdesarrollo de América Latina con respecto al desarrollo de las metrópolis del capitalismo mundial.

El escritor, que caminó por toda América en busca de historias y consejas populares, recaló después en las filas del ecologismo, con ataques al consumismo y cuestionamientos a la depredación capitalista. Uno de sus textos, Úselo y tírelo, da cuenta de su posición frente a la barbarie contra el medio ambiente, aunque con algunos apartados reciclados de otros libros suyos, como el Libro de los abrazos y Memoria del fuego.

Galeano solía decir que su maestro Juan Carlos Onetti, advertía: “Las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio”. Y la norma la asumió el autor de Las palabras andantes, en una posición contra la inflación verbal o palabrera, según dijo. Galeano, periodista notable, tiene una obra que puede ser la que lo sobreviva por muchos años: El fútbol a sol y sombra. Y aun así, en ella, hay un texto sobresaliente, no escrito por él, sino por su amigo, el también fallecido Osvaldo Soriano, y es el referido a José Sanfilippo, goleador del San Lorenzo de Almagro.

Una de las luchas que apoyó Galeano fue la del brasileño Chico Mendes, organizador de sindicatos, peones esclavizados e indios despojados, contra los devoradores de tierras y sus matones a sueldo. También contra el Banco Mundial. A Mendes lo asesinaron a tiros. Y sus sueños de reforma agraria se quedaron truncos.

Una vez escribí un ensayo sobre el Quijote, que terminé con unas palabras anotadas en una vieja libreta, que hubieran podido ser de Cide Hamete Benengeli, o de Cervantes, o de algún quijote moderno: “Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se aleja diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar”. No sabía de quién eran las frases y después alguien me dijo que eran de Eduardo Galeano. Y viéndolo bien, ese puede ser su gran valor: un escritor que, como las utopías, nos sirve para caminar.

El Espectador, Bogotá.

 

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