Columnistas
El fanatismo y el delirio esquizo-paranoide del líder de la ultraderecha colombiana
Por Claudia Girón Ortiz
La ceguera selectiva de Álvaro Uribe, me hace sospechar, o que está loco de atar, o que es un mago de la mentira, que sabe cómo instrumentalizar la pasión biliosa del odio visceral que mueve a tantos colombianos que ahora se asumen como “enemigos de la paz con impunidad”… Estaba pensando en el maravilloso libro de José Saramago, cuyo título es “Ensayo sobre la ceguera”, donde el autor muestra, metafóricamente, que la ceguera del alma puede ser una enfermedad contagiosa, una epidemia que puede contribuir a que desaparezca la humanidad, en la medida en que cae en sus más oscuros abismos…
Por Claudia Girón Ortiz
La ceguera selectiva de Álvaro Uribe, me hace sospechar, o que está loco de atar, o que es un mago de la mentira, que sabe cómo instrumentalizar la pasión biliosa del odio visceral que mueve a tantos colombianos que ahora se asumen como “enemigos de la paz con impunidad”… Estaba pensando en el maravilloso libro de José Saramago, cuyo título es “Ensayo sobre la ceguera”, donde el autor muestra, metafóricamente, que la ceguera del alma puede ser una enfermedad contagiosa, una epidemia que puede contribuir a que desaparezca la humanidad, en la medida en que cae en sus más oscuros abismos…
Es patético que los medios nacionales le den tanto protagonismo al expresidente Uribe, sin mostrar que existen muchas voces autorizadas, decentes e inteligentes en Colombia y en la comunidad Internacional, que fácilmente podrían contradecir con argumentos sólidos todo el aparataje emocional de este funesto personaje de la ultraderecha colombiana, que al igual que el dictador y genocida alemán, Adolfo Hitler, tiene un influjo extraordinario en personas de diversos sectores sociales, que al parecer no poseen la capacidad de entender la realidad del país más allá de los niveles más primarios y básicos a los que puede llegar el cerebro humano, dominado por un líder cuyo fanatismo raya en el delirio esquizo-paranoide.
De acuerdo con Freud, padre del psicoanálisis, quienes padecen este delirio muestran una fuerte ruptura con la realidad, que bien puede expresarse, de acuerdo con las hipótesis de muchos estudiosos del comportamiento de Hitler y sus adeptos, en el hecho de que siendo perseguidores de aquellos a quienes consideraban sus enemigos, se sentían perseguidos y amenazados por ellos, como si en lugar de ser los perpetradores del genocidio atroz de millones de personas, que conmovió al mundo durante la Segunda Guerra mundial, ellos fueran las víctimas indefensas de la conspiración judía.
Haciendo una comparación entre el fenómeno Hitler y el fenómeno Uribe, quisiera plantear una serie de interrogantes: En primer lugar: ¿qué explica que el señor Uribe, que negoció “la paz”, a través de un pacto de mutua conveniencia con las llamadas Autodefensas y /o grupos paramilitares que él mismo ayudó a crear a través de las “Convivir” cuando era gobernador de Antioquia, llenando el país de cadáveres y fosas comunes a través de cientos de masacres que despojaron de sus tierras a millones de campesinos, ahora esté vociferando contra un proceso de paz con las guerrillas, que son los verdaderos opositores políticos del Estado colombiano?; ¿qué pasa por la cabeza de este personaje cuando increpa al actual Presidente frente al peligro de que los delitos cometidos por las Farc y el ELN queden impunes, y frente al desafuero que, para él y sus seguidores, representa que los desmovilizados de estos grupos que ahora están negociando una serie de acuerdos fundamentales para que el país finalmente pueda transitar hacia la paz, puedan participar en la vida política del país? ¿Será que no se acuerda Uribe de aquel día en que trajo a Mancuso, Báez y Don Berna al Congreso de la República para que el país político que se les arrodillaba a los narcotraficantes, le rindiera honores a estos tres comandantes paramilitares por haber “limpiado” el país de subversivos?; ¿por qué el señor Uribe no puede asumir su responsabilidad frente al fortalecimiento de las mal llamadas Bacrim, entre ellas, el Clan de Los Úsuga, y en lugar de ello ahora resulta que dice sentirse víctima de su propio invento?; ¿cómo es posible que tanta gente se deje contagiar de la ceguera selectiva de este huérfano vengador cuya herida supura odio y veneno por doquier?; ¿qué explica que “el señor de las sombras”, (título del libro de un brillante periodista que por mostrar los nexos del señor Uribe y de su señor padre con el narcotráfico tuvo que exiliarse para salvar su vida) que negoció “franquicias de frentes paramilitares” con los narcotraficantes para que éstos se desmovilizaran en calidad de tales, suplantando identidades, como si ser “paraco” en Colombia fuera menos grave que ser narcos, ahora esté increpando al presidente Santos por negociar con la “narco-guerrilla”?; ¿cómo se explica que tanta gente salga a vociferar contra el modelo económico y la política de desarrollo del actual Presidente, como si dicho modelo y dicha política no tuvieran nada en común con las que promovió el Uribe durante su gobierno y como las que han promovido históricamente la mayoría de los presidentes de este país del Sagrado Corazón?; ¿acaso él, el furibundo Uribe, no quería vender, privatizar las empresas nacionales y traer los TLC al país?; ¿por qué la gente que lo considera un ídolo y lo alaba como si fuera una especie de santo, no le ve los pies de barro a este nefasto personaje que ahora alega sentirse perseguido político porque hay denuncias penales cursando contra él y sus 12 apóstoles, por una serie de delitos graves, que van desde las chuzadas ilegales del DAS orquestadas por él, o el enriquecimiento desmesurado y la compra de tierras por parte de sus hijos, hasta los asesinatos selectivos y las masacres como la del Aro, entre otras? Es importante que las personas decentes, inteligentes, sensatas y honestas de este país, pensemos en cómo vamos a contrarrestar este fenómeno de estupidez y fanatismo, que amenaza con crear el caos a partir del Odio con mayúscula y la polarización extrema, que impide la convivencia pacífica…
Lo único que me resta por decir es que los colombianos no debemos dejarnos contagiar por ninguna epidemia de ceguera selectiva, que nos impida tener una mirada crítica frente a los enormes vacíos de este proceso de paz; una mirada analítica y propositiva ante los retos que implica resolver por la vía negociada este largo y cruento conflicto, que ha dejado profundas huellas de dolor en más de seis generaciones de colombianos. Una mirada crítica, pero constructiva y responsable, que nos permita construir colectivamente la esperanza de vivir en un país en paz, que es un derecho que tenemos todos y anhelamos muchos que no nos hemos dejado contagiar de la fiebre de la guerra.