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El genocidio armenio

Por Reinaldo Spitaletta  

Cabezas de armenios empaladas; cabezas de armenios en repisas, exhibidas por los verdugos como muestra de su sevicia y crueldad; cadáveres de niños, mujeres y ancianos, apilados.

Ni siquiera en el infierno de Dante una visión apocalíptica ni tan feroz es posible: entre 1915 y hasta 1923, el imperio otomano y el Estado de Turquía cometieron un genocidio contra los armenios, con más de millón y medio de muertos.

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Por Reinaldo Spitaletta  

Cabezas de armenios empaladas; cabezas de armenios en repisas, exhibidas por los verdugos como muestra de su sevicia y crueldad; cadáveres de niños, mujeres y ancianos, apilados.

Ni siquiera en el infierno de Dante una visión apocalíptica ni tan feroz es posible: entre 1915 y hasta 1923, el imperio otomano y el Estado de Turquía cometieron un genocidio contra los armenios, con más de millón y medio de muertos.

El primer genocidio del siglo XX, tal vez la centuria más horripilante de la historia, produjo el exterminio de una de las primeras civilizaciones, como la armenia, una de las que conoció a fondo el cobre y el hierro, y el desarrollo de cereales. Por su estratégica posición, estuvo ocupada en muchos periodos de su larga historia por asirios, persas, romanos, mongoles, turcos y rusos. En momentos de libertad, su territorio iba del Caspio al Mediterráneo hasta puntos de la actual Siria. Se convirtió, en los albores del siglo IV, en el primer estado cristiano del mundo.

A fines del siglo XIX, las rebeliones armenias contra el sultanato otomano, iluminadas por conceptos de libertad y revolución, se esparcen en el territorio, promovidas en lo intelectual por autores ilustrados. La represión cobró la vida de miles de personas. Abdul Hammid II, conocido como el sultán rojo o “el gran asesino”, dio la orden de aniquilamiento entre 1895 y 1896. El estallido de la Gran Guerra, en 1914, volvió a poner entre los turcos y otomanos como asunto primordial la desaparición del pueblo armenio, que tenía aspiraciones independentistas y nacionalistas.

La estrategia turca y otomana dispuso que, primero, se deshicieran de los intelectuales, poetas, dirigentes políticos y religiosos, para evitar una rápida defensa popular. En Estambul, por ejemplo, el 24 de abril de 1915, se presentó el secuestro de numerosos representantes de la cultura armenia. Otra medida tuvo que ver con la “desmasculinización” armenia. Enrolar hombres entre 15 y 45 años en la guerra, pero para mandarlos a abrir trincheras, que servirían como sus tumbas.

Luego vendrían las caravanas de la muerte. Las deportaciones de mujeres, ancianos y niños, que morían de sed y hambre en los desiertos, o en los campos de concentración. El genocidio fue planeado por el Estado turco y su fin era exterminar de la faz de la tierra a los armenios, que fueron masacrados, torturados, secuestrados, convertidos en gran miseria humana. Niños y mujeres raptados y abusados. Sus tierras y otras posesiones, expropiadas.

Por los días de la guerra, Rusia, Francia e Inglaterra advirtieron a los Jóvenes Turcos (así se llamaba el partido dirigente, promotor del exterminio) que serían responsables de un crimen contra la humanidad. Ni bolas pararon. El Estado turco desconoce hasta hoy el genocidio, descrito por la ONU como “el acto cometido con el propósito de destruir, en parte o en su totalidad, a una nación, etnia, raza o grupo religioso”. En 1939, Hitler decía: “¿quién habla hoy del exterminio de los armenios?”, como una antesala a lo que sería su política genocida.

El genocidio de los armenios no tuvo un Núremberg, no hubo castigo. Impunidad total. Turquía sigue negándolo, y, lo que es peor, reprimiendo a sus intelectuales que se atrevan a denunciarlo, como pasó, por ejemplo, con el nobel de Literatura Orhan Pamuk, y el periodista turco-armenio Hrant Dink (asesinado en 2007). La consigna de “Maten a cada mujer, niño y hombre armenio sin ninguna contemplación”, pronunciada por Talat Pasha, líder del partido Jóvenes Turcos, continúa en la historia como una muestra de lo peor de la condición humana y del poder.

Charles Aznavour, cantante francés de origen armenio, que ha compuesto varias canciones contra el genocidio (una de ellas: Ils Sont Tombés -Ellos cayeron-), dijo alguna vez que “mi madre no odiaba a los turcos. Siempre decía que entre los turcos también hay gente buena” y pidió el reconocimiento de parte de Turquía del crimen de lesa humanidad. El papa Francisco dijo que el de los armenios fue el primer genocidio del siglo XX.

Ahí está el testimonio del horror: armenios colgados de horcas; niños desnudos, boquiabiertos, flacos, tirados en el piso, las moscas volando a su alrededor; mujeres y ancianos en fosas comunes; hombres y mujeres que huyen por los desiertos, que aspiran a vivir para dar muestra del calvario que sufrió su pueblo. La razón y la civilización se desplomaron en el siglo más sangriento de la historia.

El Espectador, Bogotá.

 

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