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Columnistas

El movimiento social y político popular chileno en una encrucijada

Por Juan Carlos Gómez Leyton  

La muerte accidental del trabajador municipal, Eduardo Lara, durante las manifestaciones sociales y políticas contrarias al gobierno, del día 21 de mayo, en la ciudad de Valparaíso. Es, una muerte pueril, estúpida, políticamente, inútil. Una muerte que nunca debió haber ocurrido. No obstante, a pesar de que la muerte del trabajador municipal, constituye un hecho fortuito es, al mismo tiempo, un infortunio político para el movimiento social popular y ciudadano. Tanto para la vertiente que lucha y resiste la dominación capitalista neoliberal como de aquella que rechaza la administración gubernamental, que hace del orden capitalista, el gobierno de la Nueva Mayoría y de la presidenta M. Bachelet.

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Por Juan Carlos Gómez Leyton  

La muerte accidental del trabajador municipal, Eduardo Lara, durante las manifestaciones sociales y políticas contrarias al gobierno, del día 21 de mayo, en la ciudad de Valparaíso. Es, una muerte pueril, estúpida, políticamente, inútil. Una muerte que nunca debió haber ocurrido. No obstante, a pesar de que la muerte del trabajador municipal, constituye un hecho fortuito es, al mismo tiempo, un infortunio político para el movimiento social popular y ciudadano. Tanto para la vertiente que lucha y resiste la dominación capitalista neoliberal como de aquella que rechaza la administración gubernamental, que hace del orden capitalista, el gobierno de la Nueva Mayoría y de la presidenta M. Bachelet.

La desgraciada muerte del trabajador es, como he dicho, un infortunio, para el movimiento social popular y ciudadano que legítimamente ha optado por impulsar y seguir un determinado derrotero político, ideológico como la implementación de formas de lucha política y acciones sociales que no se enmarcan ni se encierran en los estrechos límites institucionales de la “democracia protegida”, actualmente, vigente. Lo es, fundamentalmente, porque todos los sectores políticos hoy los condenan y los responsabilizan de lo ocurrido en Valparaíso. Todos, incluyendo, aquellos sectores que hoy disienten del gobierno y exigen que “caiga sobre ellos, todo el peso de la ley”, o sea, en otras palabras, que el Estado los reprima con todo.
   
Por esa razón, considero que la desgracia que hoy enluta a la familia de Eduardo Lara, no puede servir ni ser utilizada políticamente y de manera oportunista tanto por los partidos políticos del orden y conformes y defensores de un sistema político putrefacto, y de un régimen social que diaria y cotidianamente arranca la vida de muchos; como, tampoco, por los sectores políticos que hoy disienten del actual gobierno que con una crítica política fácil, rápida, escasamente, reflexiva, asimilan la acción política de los sectores presuntamente responsables con la acción represiva de las Fuerzas Especiales de Carabineros de Chile. Estos sectores, que legítimamente han optado, por asumir una oposición crítica al gobierno de turno al interior del régimen político existente no se oponen de manera categórica y radical al orden social, político y económico que explota y devasta tanto a la vida humana como la naturaleza, es decir, al régimen capitalista.

La infortunada muerte del trabajador municipal no puede dar lugar a una utilización descarada y abusiva de parte de los medios de comunicación adscritos al poder del capital, especialmente, de los canales de la televisión abierta, para que la exploten comunicacionalmente y manera sensacionalista, con el objeto de condenar y criminalizar las manifestaciones políticas y sociales. Al mismo, aprovechar de encubrir o desviar la atención sobre las motivaciones y razones que tiene el movimiento popular y ciudadano para protestar en contra del gobierno, la clase política, los partidos del orden y, sobre todo, contra la dominación capitalista neoliberal.

Ahora bien, como todos sabemos, que las luchas sociales, las manifestaciones políticas, las protestas sociales populares y ciudadanas no están libres de violencia política. La memoria popular y los anales de la historia política ciudadana registran innumerables hechos violentos protagonizados por la violencia política estatal como por la violencia política popular. Tengamos presente que la violencia política estatal, hace exactamente, un año casi mato a un estudiante, Rodrigo Avilés, cuando el carro lanza agua de Carabineros de Chile, con toda la intención y, por lo tanto, de ninguna manera fortuita, dirigió el potente chorro de agua contra el estudiante. Allí la violencia no fue accidental, no fue casual, todo lo contrario, el objeto era violentar los cuerpos, por ende, la vida, de los manifestantes. Días antes en la misma ciudad, caían fulminados por un balazo dos jóvenes estudiantes que protestaban por el derecho a la educación. El disparo fue realizado por un ciudadano que considero que los manifestantes atentaban contra su propiedad. Por su parte, los manifestantes, al levantar barricadas, atacar y saquear locales comerciales representativos del capital transnacional comunicacional, financieros u otros, también, por cierto, que ejercen violencia política. Incluso, cuando marchan por las calles de la ciudad, con o sin permiso de la autoridad, muchos ciudadanos consideran que los violentan, que interrumpen la normalidad, que alteran el orden público, etcétera. Todo eso, en realidad, es efectivo. Pues, no hay acto de rebeldía, de insurgencia, de oposición, de rabia, de descontento, que no sea, violento. Y, que, a su vez, no tenga una respuesta, por parte de la autoridad política o policial, violenta.

La violencia política no ha sido erradicada de la sociedad neoliberal chilena. Esta forma societal se funda en la violencia desatada de manera racional e instrumental que siguió al 11 de septiembre de 1973 hasta la actualidad. La “democracia protegida” o la “democracia autoritaria” sostenida por la Concertación como por la Nueva Mayoría es, básicamente, la continuidad de esa violencia institucionalizada en la Constitución Política del Estado de 1980, la constitución de Pinochet-Lagos.

La violencia implícita de la sociedad neoliberal se manifiesta permanentemente, como lo hemos sostenido, en la vida cotidiana que deben desarrollar hombres, mujeres, niños y niñas, a diario en las diversas actividades que realizan. Así, como la vida cotidiana, durante la dictadura, estuvo dominada por el binomio violencia-miedo, en la pos-dictadura, está dominada por la violencia-explotación y el abuso que diariamente tanto el poder del capital como el poder político ejerce sobre las y los ciudadanos. La violencia inunda todo. La vida pública como la privada. Múltiples, ejemplos, podría citar, pero estoy seguro, que las y los ciudadanos, que lean este articulo podrán reconocer en su propia biografía hechos de violentos protagonizados por ellos o por otros. Y, cuando me refiero a la violencia cotidiana no estoy solo pensando en los hechos delincuenciales. No, me estoy refiriendo a una actitud característica del ciudadano neoliberal: su constante agresividad, que lo convierte en un sujeto socialmente violento. Somos una sociedad violenta y violentada.

Ha sido esa violencia permanente de la dominación neoliberal la que -desde los años ochenta del siglo pasado- ha tenido una respuesta por parte de ciertos sectores populares y ciudadanos también violenta. No, por nada, durante casi una década, la política opositora asumió que la lucha contra la dictadura debía ser a través de los instrumentos de la violencia política armada.

La respuesta política, por parte de otros sectores políticos opositores a la dictadura, fue refugiarse, por el miedo político que les producía la violencia social popular, en el orden político que había institucionalizado la violencia política neoliberal o autoritaria desde 1980 en adelante. Por esa razón, esos sectores, no procuraron modificar, ni cambiar el orden político producido por la violencia política dictatorial.

Que hoy emerjan y se organicen grupos político que, con el objeto de luchar en contra de la democracia protegida y el capitalismo neoliberal, consideren a la violencia política como el mejor y más adecuado instrumento de lucha, no tiene nada de extraño ni excepcional, es la consecuencia política e histórica de una cultura política donde la violencia ocupa un lugar predominante.

Esos grupos políticos y sociales no son la escoria humana, ni son lumpen, ni son delincuentes, ni vándalos, mi imbéciles, ni desquiciados, etcétera son, por cierto, ciudadanas y ciudadanos que en su libre albedrío han decidido asumir esas formas de luchas. Son condenados porque se “encapuchan”. Porque lanzan piedras, porque lanzan molotov, porque atacan y destruyen locales comerciales, centros de atención financieros, todos espacios simbólicos del capital, etcétera. Es su respuesta a los abusos del capital financiero-mercantil dominante. Es su rabia, son las expresiones de ira, en contra de la explotación.

Estoy cierto y sería ingenuo suponer que, por quemar una farmacia, destruir una sucursal bancaria, un local comercial de una transnacional de las comunicaciones u otros establecimientos de ese tipo, se esté destruyendo el capitalismo. Por cierto, que no. Pero, nadie podrá negar que bajo ciertas circunstancias ello ayuda, ayuda.

Pero, esas acciones nos hablan o nos remiten a otras cuestiones. A la inutilidad de la política tal como hoy se practica, a la crisis de las organizaciones políticas tradicionales, los partidos políticos tanto de los que actuales como de los que hoy se organizan y se preparan para actuar en los espacios del poder constituido. Del fracaso de la democracia parlamentaria y representativa. De la corrupción generalizada de aquellos que hoy detentan el poder político, social, económico, comunicacional, policial y militar. La sociedad neoliberal hoy se pudre, por arriba. Y, los mecanismos institucionales existentes solo sirven para mover la podredumbre de un lado para otro, para que todo siga igual.

Lo recientemente acontecido en Chiloé es un ejemplo claro de la podredumbre de como funciona el sistema. Luego de 17 días de movilización social, el Ministro de Economía Céspedes, logro terminar, antes del 21 de mayo, día de la cuenta presidencial al país, con el movimiento de los pescadores artesanales. Cuando se estudian los acuerdos establecidos entre el gobierno y los pescadores, se visualiza, que es una “solución de mercado”. Pero, la devastación que allí el extractivismo marítimo realiza de la vida humana y marítima sale incólume. En los próximos días, semanas y días todo volverá todo a ser lo mismo. Como ocurrió en Aysén, o en Magallanes, o en otras localidades del país donde han estallado rebeliones ciudadanas regionales o territoriales. No obstante, en esos espacios a muchos ciudadanos les nació la consciencia social y política: de percibir que el cambio institucional no sirve y que abrir otros caminos con otros métodos e instrumentos para frenar la devastación de la vida humana y de la naturaleza.

Estas constantes frustraciones políticas y sociales son factores que impulsan a la ciudadanía, a un sector de ella, a conformar organizaciones que asumen la acción social directa para expresar su rabia en contra la actual dominación. Estos distintos grupos y colectivos hoy emergen en los cuatro puntos cardinales del país.

Son una opción política tan legítima como aquellos que hoy se reúnen en las plazas públicas o malls comerciales a juntar firmas para constituirse en partidos políticos. Podemos discrepar con sus formas, pero de ninguna, manera asimilarlos a los defensores del orden público y del sistema opresor. Eso es un error político de proporciones. Pero, también, hay errores profundos en estos grupos que deberán revisar y reflexionar si quieren contar con apoyos sociales y políticos ciudadanos. 

Lo ocurrido en Valparaíso era de una u otra manera: “una crónica política anunciada”. No, la lamentable muerte de Eduardo Lara. Pero, si el enfrentamiento entre los manifestantes con las Fuerzas Especiales de Carabineros como el repertorio de acciones que en este tipo de marchas se realizan. 

Estas marchas y movilizaciones sociales y ciudadanas convocadas por diversas organizaciones políticas y sociales, tengo la impresión que han entrado en proceso de rutinización, perdiendo, eficacia e impacto político. Durante años se ha realizado la marcha del 21 de mayo. Y, nos podemos, preguntarnos cuál ha sido el impacto político ciudadano de ella. Desafortunadamente, la respuesta es, ninguna.

Estas marchas son limitadas y vacías políticamente hablando pues son convocadas para manifestar el malestar ciudadano en contra de los gobiernos de turno. La intención de los organizadores en llegar al Congreso Nacional en donde la autoridad presidencial está rindiendo cuentas al país de lo realizado durante el último año de ejercicio gubernamental. Y, por cierto, nunca se llega a ese punto. Pues, cuadras antes las barreras de las Fuerzas Especiales de Carabineros de Chile, se lo impide. Allí estalla el enfrentamiento. Dicha rutina es la misma, año tras año. No tiene ninguna productividad política. Es estéril. Por ende, inútil. 

Pienso, por ejemplo, que debiera ser en vez de una marcha, una concentración ciudadana, que contemplara la participación y la presencia de oradores que expusieran a la ciudadanía allí reunida y trasmitida por los canales informales de comunicación a todo resto de la comunidad nacional: una contra cuenta ciudadana. Que se expusieran y se diera a conocer el proyecto alternativo que se quiere ofrecer a la ciudadanía, etcétera. Nada de eso hay, falta creatividad e imaginación, pero también sentido de unidad política. Todos quieren estar presente desde su individualidad colectiva.  Son fragmentos políticos, compitiendo entre sí, para ganar un espacio, mostrar su fuerza numérica, sus pancartas, etcétera. Por eso, ya no basta con marchar, portando lienzos, banderas, lanzando gritos y consignas, bailando, se requieren ideas fuerzas y proposiciones concretas, posibles y utópicas. La marcha del 21 de mayo está agotada. Es un acto inútil, que provoco, una muerte estúpida.

Quisiera concluir con la siguiente reflexión. Lo que el movimiento social y político popular anticapitalista y antineoliberal luego del fracaso de la marcha del 21 de mayo. Es evitar que la elite política decadente genere, dada la propia incompetencia del movimiento social y político popular, un cierre falso de la crisis política de la democracia protegida.

Hay que evitar que la crisis se prolongué por más tiempo, tengamos presente que el ciclo critico se inició en el año 2006, o sea, llevamos 10 años, en ella. Hay que evitar la continuidad de un sistema político y social que “funciona” en base a soluciones de mercado y con la profundización de la doctrina de la seguridad ciudadana, o sea, del control, coerción, vigilancia y represión de la ciudadanía. Esto obliga a expandir el campo de lo posible ofreciendo nuevos escenarios de movilización social y política. Es en este terreno, el de lo que en el léxico de los estudios de los movimientos sociales se denomina “procesos enmarcadores”, o sea, “esfuerzos estratégicos conscientes realizados por grupos de ciudadanos en orden a forjar formas compartidas de considerar la sociedad presente como futura y a sí mismas que legitimen y muevan nuevas formas de acción colectiva”, donde las redes sociales y ciudadanas críticas se deberían esforzar en a hacer creíble un proyecto histórico-político alternativo capaz de motivar el paso a la protesta creando conciencia de fuerza colectiva entre los y las de abajo.

Por cierto, que trata de una tarea nada fácil que debe saber combinar medidas urgentes y alternativas de “alcance medio” que vayan a la raíz de la crisis. Porque en la actual coyuntura histórica los movimientos sociales y políticos que aspiren a ser “catalizadores” de un nuevo ciclo de luchas no pueden limitarse a ofrecer una terapia “cortoplacista” frente a la crisis de la democracia protegida y de descomposición putrefacta de su elite dominante, han de ir más allá plantearse la transformación radical de la estructura del poder neoliberal. Hacer frente con propuestas viables, concretas y, por cierto, utópica, la devastación de la vida humana y naturaleza.

Para hacer frente a la crisis son necesarias alternativas anticapitalistas, antirracistas, antiimperialistas, feministas, ecologistas y socialistas. Es un esfuerzo por demostrar que hay alternativas, que el capitalismo no es el último horizonte posible de la humanidad, que es necesario romper con su lógica irracional y depredadora si queremos garantizar la vida.

Todo esto implica desarrollar políticas de unidad y, sobre todo, evitar “los cierres falsos” a la crisis. La sociedad neoliberal chilena ha producido dos:  el primero en el año 2010, con la elección de Sebastián Piñera, lo implico el regreso de la derecha al gobierno, y el segundo, en el año 2013, con la elección de Michelle Bachelet y la Nueva Mayoría.

Hoy los partidos conformes con el sistema (la Nueva Mayoría) como los nuevos que emergen, están trabajando en un nuevo cierre “falso de la crisis” ofrecido por el Gobierno, a través, del proceso constituyente, que le dará continuidad por cuatro a cinco años al decadente sistema político actual

Para evitar esto el movimiento social y político popular y ciudadano está obligado a superar el fracaso experimentado hoy. Esa es la tarea. Que nos deja la lamentable muerte accidental del trabajador municipal a consecuencia del incendio provocado, según se dice, por los vándalos y encapuchados de siempre. No dejó de pensar en las palabras del subcomandante Marcos, nos “cubrimos el rostro para que nos vean”. Pero, también, recuerdo que otros, se cubrían el rostro para asesinar impunemente, es decir, para no ser vistos. 

Santiago de Chile.

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