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El ser y el parecer

Por Antonio Caballero  

Si juzgamos por la educación, la ministra saliente y la entrante se han mostrado decididamente santistas: es decir, efectistas sin sustancia.

La única que no le aceptó un ministerio a Juan Manuel Santos en su segundo gobierno fue Clara López, del Polo Democrático. En cuanto a los demás ¡qué rebatiña! Pedían cupo los de La U, los conservadores, los liberales, los de Cambio Radical, los afrodescendientes, la bancada costeña.

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Por Antonio Caballero  

Si juzgamos por la educación, la ministra saliente y la entrante se han mostrado decididamente santistas: es decir, efectistas sin sustancia.

La única que no le aceptó un ministerio a Juan Manuel Santos en su segundo gobierno fue Clara López, del Polo Democrático. En cuanto a los demás ¡qué rebatiña! Pedían cupo los de La U, los conservadores, los liberales, los de Cambio Radical, los afrodescendientes, la bancada costeña.

Tal fue el  ansia de piñata que Néstor Humberto Martínez, el abogado más exitoso y bien pagado de Colombia aceptó “sacrificarse por el país” por un superministerio de la Presidencia para hacer lo que debiera hacer el presidente, y no ha hecho: coordinar a los ministros. Lograr que el de Defensa no grite lo contrario de lo que dice el propio presidente, que el de Minas no se le atraviese al de Medio Ambiente, y viceversa, que el de Hacienda le suelte la plata al de Salud, etcétera. Así que tendremos, por lo que parece, tres presidentes. El propio Santos, para que viaje por el mundo y reciba a las visitas; el todopoderoso vicepresidente  Germán Vargas Lleras para que trabaje y mande; y Néstor Humberto Martínez para que lo disponga todo según las orientaciones de Luis Carlos Sarmiento. Tres personas distintas y un solo presidente verdadero, como en la religión cristiana.

Ah: y el general Óscar Naranjo. Y Pilar Calderón.

Explica Santos que la idea se la dio Tony Blair, quien le contó que “el éxito de su segundo cuatrienio” lo logró armando así su gobierno, con gente de su confianza. No parece haber notado Santos que el gobierno exitoso de Blair fue el primero: el del Pacto del Viernes Santo para la paz en Irlanda del Norte, el de la “devolución” de poderes a los parlamentos de Escocia, Irlanda y Gales. Y no el segundo, que resultó catastrófico: el del alud de mentiras para la guerra de Iraq y el del spinning propagandístico de su jefe de publicidad Alastair Campbell, el cual, esperemos, no vaya a servirle de modelo a Pilar Calderón.

Yo no espero demasiado. Me conformo con que la victoria de Santos haya evitado la de Uribe. Y espero también que algo salga de las conversaciones de La Habana, pero ya se verá. También la paz en Irlanda del Norte sigue en el aire dieciseis años después del Pacto del Viernes Santo. Para la paz de las guerras largas hay que tener paciencia.

No espero demasiado de los nuevos “tres huevitos” que, a imitación de su predecesor, acaba de poner Santos con gran alharaca y batir de alas: la paz, la equidad y la educación. De los dos primeros no se ha sabido mucho. Pero si juzgamos por el tercero, el de la educación, la ministra saliente y la entrante se han mostrado decididamente santistas: es decir, efectistas sin sustancia. No les interesa el ser –en este caso, el saber–, sino solo el parecer –en este caso, pasar el examen–. O sea, las pruebas Pisa que hace la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) en donde Santos quiere que sea admitida Colombia para presumir de que lo recibieron en el club de los ricos. Así, decía la ministra María Fernanda Campo tras el fracaso estruendoso de los estudiantes colombianos: “Colombia tuvo el coraje de medirse con los mejores”. Y le hace eco la nueva ministra Gina Parody: “Debemos enfocarnos en las próximas pruebas Pisa”.

De modo que el santismo sigue igual, solo que con más gente. Juan Manuel Santos cree resolverlo todo nombrando gente y más gente. Me recuerda una tertulia en casa de mi padre, hace más de 50 años. Se suponía que Gilberto Alzate Avendaño iba a ganar las siguientes elecciones presidenciales. Y decía José Umaña Bernal: “Yo seré el embajador en París”. Pero le corregía Nicolás Gómez Dávila: “No: La embajada en París es para mí”. Y levantaba el dedo Enrique Caballero Escobar: “Lo siento: Gilberto me la ha prometido a mí”. También mi padre levantaba el suyo. Y Alzate, el futuro presidente, calmaba las aguas anunciando:

-Se crearán tantas embajadas en París como sean necesarias.

Revista Semana, Bogotá.

 

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