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El triángulo de la vergüenza

Por Óscar Collazos  

Quibdó, Buenaventura y Tumaco proyectan la vergonzosa imagen de penosas aldeas premodernas.

Quibdó, Buenaventura y Tumaco no suman un millón de habitantes. Solo las dos últimas son ciudades y puertos marítimos. La capital del Chocó, con su condición ribereña, también hace parte del área antropogeográfica llamada litoral Pacífico.

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Por Óscar Collazos  

Quibdó, Buenaventura y Tumaco proyectan la vergonzosa imagen de penosas aldeas premodernas.

Quibdó, Buenaventura y Tumaco no suman un millón de habitantes. Solo las dos últimas son ciudades y puertos marítimos. La capital del Chocó, con su condición ribereña, también hace parte del área antropogeográfica llamada litoral Pacífico.

Por su naturaleza costera y selvática, este litoral tiene apenas una densidad de 107 habitantes por kilómetro cuadrado. Más del 90 por ciento de su población es afrodescendiente.

A los pueblos de costa o interior vecinos de estas ciudades se les podrían añadir Guapi, el precario puerto de mar del Cauca; algunas poblaciones costeras de Nariño, Nuquí y Bahía Solano, en el Chocó. Este conjunto dibuja el mapa del rezago endémico que toca también a las poblaciones antioqueñas entrometidas en zona geocultural del Chocó.

Si se cuenta la población de Antioquia, Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño y se acepta que la región colindante con el océano Pacifico y la cordillera Occidental hace parte del litoral (así se ha dado a entender en la Alianza Pacífico), encontramos en ella una población de más de 10 millones de habitantes, con cuatro capitales de interior: Medellín, Cali, Popayán y Pasto.

Aunque sea de manual, hay que recordarlo. Es precisamente gracias o a pesar de la existencia de unas capitales departamentales evidentemente desiguales pero insertadas todas en el desarrollo económico y social del resto del país, por lo que Quibdó, Buenaventura y Tumaco proyectan como contraste la vergonzosa imagen de penosas aldeas premodernas.

Y lo son: sus tejidos urbanos son una superposición de calles y manzanas azarosas a la orilla del gran río o en las orillas y esteros del mar. Crecieron sin planeación, al ritmo de las necesidades, dejando ver parches de riqueza sobre la inmensidad de su pobreza y la desinstitucionalización de su vida pública.

La vergüenza no es de ese escaso millón de colombianos que viven en estas tres ciudades. Es de un Estado que parecería haber trazado desde hace dos siglos una frontera de marginación histórica entre el interior y la costa, dando rienda suelta a la codicia colonial con que han sido históricamente explotadas las riquezas naturales de la región.

El Estado negligente que miró por encima del hombro hacia los litorales chocoano, valluno, caucano y nariñense tuvo su réplica obediente en la clase política de las capitales de departamento: Cali, Popayán y Pasto no son ajenos a lo que sucedía en sus costas y selvas. Desde niño, recuerdo la arrogancia con que la élite de Cali miraba hacia Buenaventura, la ciudad portuaria separada por la cordillera.

Las capitales de departamento del litoral han tenido que padecer en las dos últimas décadas las migraciones forzadas desde las costas para sentirse –acaso a pesar de su clase dirigente blanca y mestiza– parte de la región que hoy inspira dos discursos: el de los tratados de libre comercio y las dinámicas portuarias y el de las crónicas de sucesos inspiradas en el macabro esplendor de la criminalidad y las miserias.

Lo que era susceptible de empeorar empeoró. Y el país entero ha tenido que tragarse la vergüenza de conocer la realidad de Buenaventura y saber que se exporta como información al resto del mundo. Quienes saben hablan de políticas de choque. Yo prefiero hablar de un plan de emergencia prioritario, de grandes inversiones sociales y gestión transparente y focalizada de estas inversiones.

Diez años más en la situación de hoy y tendremos aglomeraciones de población tragadas por la criminalidad, sobreviviendo entre el rebusque y el escaso empleo formal, socialmente ingobernables, inviables económicamente.

El Tiempo, Bogotá.

 

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