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Columnistas

La retórica del pensamiento reaccionario

Por Alpher Rojas C.*  
 
Los grandes saltos progresistas de la humanidad o las demandas de justicia, democracia y modernización institucional en todas las épocas, han sido objeto del embate retórico del pensamiento reaccionario. El foco conservador o neoconservador está siempre alerta en la línea de identificar como negativa –y, casi siempre, en posición de contrarrestar con sus recursos de dominación- aquellas propuestas transformadoras que impliquen mejoramientos mínimos de la sociedad o que contribuyan a la convivencia social y política.

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Por Alpher Rojas C.*  
 
Los grandes saltos progresistas de la humanidad o las demandas de justicia, democracia y modernización institucional en todas las épocas, han sido objeto del embate retórico del pensamiento reaccionario. El foco conservador o neoconservador está siempre alerta en la línea de identificar como negativa –y, casi siempre, en posición de contrarrestar con sus recursos de dominación- aquellas propuestas transformadoras que impliquen mejoramientos mínimos de la sociedad o que contribuyan a la convivencia social y política.

Una característica del pensamiento reaccionario es la de erosionar la convivencia democrática mediante el expediente de someterla a graves tensiones y de exacerbar la crisis de confianza ciudadana con argumentos que no siempre consultan la realidad, sino que dependen de “matrices retóricas reiterativas”. Se trata de crear atmósferas artificiales de crispación en las que con imperativos argumentales promueven dinámicas de conflictividad que terminan “contrariando el espíritu del debate democrático, y condicionan de forma negativa el carácter o las propias convicciones de los participantes” (Perelman 1997).
 
De conformidad con el significado que le confiere Rodrigo Borja en su Enciclopedia de la Política, la palabra deriva de reacción y ésta del latín actus, que significa “acto”, y del prefijo re cuya connotación es “en sentido contrario”. Su aplicación original se dio en la física newtoniana para describir el fenómeno por el cual una acción produce necesariamente una reacción equivalente, esto es, una acción de la misma fuerza pero en sentido contrario.
 
La palabra pasó después a la psicología para designar la respuesta a un estímulo. En economía, dentro del behaviorismo, significó la réplica del aparato productivo y de sus agentes a la activación de una medida económica. Y, en su connotación política, ella señala a quien trata de reeditar experiencias políticas superadas por la historia. Reacción es, por tanto, una acción política, económica o social que lleva dirección inversa y reaccionario es quien la promueve. Los conservadores quieren dejar las cosas como están, pero los reaccionarios pugnan por volverlas hacia atrás. Es especialmente en el curso de los procesos revolucionarios o de los reformistas que los reaccionarios entran en acción para favorecer el retorno hacia el orden social fenecido.
 
Buscan revertir las tendencias avanzadas en curso y regresarlas a un estadio anterior, incluso al precio de despedazar la convivencia, alegando costos reales o simbólicos o –cinicamente-, la afectación del interés propio. La historia política registra incursiones del pensamiento reaccionario o conservador (en ocasiones de la propia izquierda) en la distorsión de la verdad o la manipulación de los medios para ocultarla, y pone de presente que si bien los contenidos y las temáticas cambian con el curso de los tiempos, las falacias de las que se sirve el discurso reactivo permanecen blindadas por la retórica vana y vacua de los reaccionarios de todos los matices.
 
El influyente científico social Albert O, Hirschman, quien vivió en Colombia entre 1952 y 1956 (y fue asesor del gobierno en temas de planificación), en su lúcido ensayo “Retóricas de la intransigencia” (FCE, 2001), analiza el pensamiento conservador y sus estereotipos argumentales en perspectiva histórica. En documentado recorrido histórico identifica las dimensiones civil, política y social del “desarrollo de la ciudadanía” en Occidente. Por una parte, la Revolución francesa con su insignia de la igualdad y de las libertades civiles en el siglo XVIII; por otra, la generalización del sufragio universal en el siglo XIX, y en último término, el nacimiento del Estado de Bienestar en el siglo XX. Sin duda, tres movimientos emblemáticos del progreso de las sociedades en esos tres siglos, combatidos ciegamente por la mentalidad reaccionaria.
 
La aproximación analítica de Hirschman al tema es la tercera ley de Newton: “a toda acción se opone una reacción igual”. Y en este sentido, identifica tres grandes tesis que articulan en forma casi exhaustiva el discurso de los sectores reaccionarios para oponerse a cada uno de los avances acogidos como hitos por la historia en los ámbitos social, político y económico: La tesis de la ´perversidad´ o del efecto perverso, según la cual toda acción deliberada para mejorar algún rasgo del orden político, social o económico sólo sirve para exacerbar la condición que se desea remediar; la tesis de la ´futilidad´, que sostiene que toda tentativa de reforma será inútil porque la sociedad y la economía están regidas por leyes naturales inalterables; y la tesis del ´riesgo´, que sostiene que el coste del cambio o reforma propuesto es demasiado alto dado que pone en peligro algún logro previo. Es importante advertir que cuando Hirschman alude a la recurrencia de estas tesis no quiere afirmar que éstas siempre, estén equivocadas, pues “han existido situaciones -señala- en que la ´acción social deliberada´ emprendida con buenas intenciones por los sectores progresistas de la sociedad, en ocasiones ha tenido efectos perversos, otras en que ha sido en esencia fútil, y otras más en que ha puesto en riesgo los beneficios debido a algún adelanto anterior”.
 
La originalidad de la tesis del autor está en el enfoque adoptado para analizar el pensamiento reaccionario o conservador. Al contrario de la crítica intelectual y marxista que centra su atención en el examen de la (oscurantista, arrogante y concentradora) mentalidad conservadora o en el contenido de las políticas que la inspiran, Hirschman opta por examinar a fondo la esquizofrenia discursiva y la trágica argumentación (“después de mi el diluvio”) manejada por los reaccionarios en cuyos orígenes menciona a Edmund Burke y a Friedrich August Von Hayek, principalmente. Y en Colombia, la lista la encabezarían Laureano Gómez, Álvaro Uribe Vélez y la escatológica lengua del escritor Fernando Vallejo que gratuitamente ha entregado su arte literario al servicio de causas insostenibles y “la elocuencia de sus cóleras” a la promoción de más de una injusticia, con la violencia dogmática de sus prejuicios.
  
Ahora no cabe duda de que –en pleno siglo XXI- la tradición reaccionaria acoge y representa las presiones de la economía neoliberal (del siglo XVIII) con sus imperativos de lucro a ultranza y su afán de consolidar la estructura de una sociedad jerarquizada (a menudo guerrerista) que, por su misma condición tiene como oficio exclusivo oponerse a la democracia y a la paz.
 
*Investigador en Ciencias Sociales, Magíster en Estudios Políticos.

@Alpher3

 

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