Columnistas
México lindo y querido… y desgarrado
Por Fander Falconí
Luego de ganar el premio Oscar a la mejor película por Birdman, el cineasta mexicano Alejandro González -director de Amores perros, 21 gramos, Babel-, al referirse a la situación de su país, señaló que “los gobiernos ya no son parte de la corrupción, el Estado es la corrupción”.
México es un país carcomido por el narcotráfico, la corrupción y la impunidad. La matanza a los estudiantes ocurrida en Iguala, aún no esclarecida, destapó lo que era un secreto a voces: las relaciones entre el poder político y los carteles de la droga.
Por Fander Falconí
Luego de ganar el premio Oscar a la mejor película por Birdman, el cineasta mexicano Alejandro González -director de Amores perros, 21 gramos, Babel-, al referirse a la situación de su país, señaló que “los gobiernos ya no son parte de la corrupción, el Estado es la corrupción”.
México es un país carcomido por el narcotráfico, la corrupción y la impunidad. La matanza a los estudiantes ocurrida en Iguala, aún no esclarecida, destapó lo que era un secreto a voces: las relaciones entre el poder político y los carteles de la droga.
Sin embargo, no todos los problemas se pueden imputar a la droga; un primer factor desmoralizador ha sido la hegemonía de décadas de un partido como el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Otro factor ha sido la complicidad de las clases dirigentes mexicanas con los gobiernos norteamericanos, que se acentuó con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés) a mediados de la década final del siglo XX, y que marcó el punto de inflexión de la política externa mexicana, pues desde entonces las élites han preferido sentirse norteamericanas y dejarse seducir por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), con la ilusión de ‘ya mismo’ considerarse ‘desarrolladas’.
Ligado a esto, un tercer factor sería la ‘complementariedad’ de los dos países: de norte a sur circulan armas de alta tecnología, y de sur a norte, las substancias estupefacientes tan demandadas por los norteamericanos, sea que se las produzca en Colombia, Perú y el propio México.
Lo que ha pasado con México, y Colombia, y sigue pasando con Perú, es una prueba de que la droga no es un problema jurídico y tampoco es un problema de mercado, sino un mecanismo de control político y de dominación continental. Al final del día, lo que importa es quién controla la oferta. Se tolera con hipocresía suprema la demanda y sus efectos, y la seguridad pública pasa a ser un objetivo fracasado, como ocurre en Ciudad Juárez o en Acapulco. Y también se podría mencionar el caso de Afganistán y el tráfico de heroína, tan boyante desde que lo administran los norteamericanos.
La tasa de pobreza de México en 2012 fue del 37,1% de la población, en tanto que la tasa de indigencia (pobreza extrema) llegó al 14,2% (Cepal, Panorama Social de América Latina, 2014). A esto suma la enorme desigualdad social. El empresario Carlos Slim, una de las personas más ricas del planeta, según la última revista Forbes, tiene una fortuna de 85 mil millones de dólares, equivalente al Producto Interno Bruto (PIB) de 127 países.
Los nuevos ricos exhiben sin tapujos su estilo de vida en las redes sociales (la página web ‘Mirreybook’ permite ver sus gustos extravagantes). A título de ejemplo, hace un par de años, el hijo del senador y exdirigente del sindicato de trabajadores de Petróleos Mexicanos (Pemex), Carlos Romero, ostentaba un lujoso auto Ferrari de 2 millones de dólares.
México es un caso extraño de extraordinaria densidad cultural con absoluto entreguismo económico, lo que hace ver el peligro del neoliberalismo y los tratados de libre comercio para el desarrollo de los pueblos.
México lindo y querido… y desgarrado, necesita encontrarse a sí mismo y volar hacia otra realidad, como el personaje principal de la película Birdman.
@fanderfalconi
El Telégrafo, Ecuador.