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Periodismo extorsivo

Por Melba Escobar  

Ya en los años 70 lo dijo Tom Wolfe: el periodismo, con su solemne promesa de “imparcialidad” y sus supuestos éticos, no es otra cosa que una gran mentira. Lo dijo sabiendo que no son ángeles quienes escriben las noticias, sino personas con deseos, amores y rencores.

Con el tiempo, el nuevo periodismo ha sobrevivido, siendo también conocido como periodismo de inmersión y subsistiendo particularmente en la apuesta de medios independientes para los cuales la calidad narrativa, la profundidad y la honestidad son garantes de una historia que busca contarse desde adentro.

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Por Melba Escobar  

Ya en los años 70 lo dijo Tom Wolfe: el periodismo, con su solemne promesa de “imparcialidad” y sus supuestos éticos, no es otra cosa que una gran mentira. Lo dijo sabiendo que no son ángeles quienes escriben las noticias, sino personas con deseos, amores y rencores.

Con el tiempo, el nuevo periodismo ha sobrevivido, siendo también conocido como periodismo de inmersión y subsistiendo particularmente en la apuesta de medios independientes para los cuales la calidad narrativa, la profundidad y la honestidad son garantes de una historia que busca contarse desde adentro.

Por desgracia, los espacios para quienes quieren dedicarle meses a una historia (eso hacían los nuevos periodistas), se han ido reduciendo casi hasta desaparecer. Cada vez más, el que García Márquez llamó como “el mejor oficio del mundo” es una hoguera que debe arder sin descanso. Pienso en un periodista digital y siento una mezcla de angustia y tristeza. Los ve uno ojerosos, con los ojos como platos mientras le piden a un practicante (cada vez hay más practicantes en las redacciones de los periódicos) un texto sobre los conductores borrachos, otro sobre la masturbación femenina y un tercero sobre la anorexia de Angelina Jolie, todos para una hora después (los editores digitales nunca tienen cierre), escritos que arrojan a la hoguera para que siga ardiendo.

Pero la peor parte es quizá la creciente tendencia en el oficio a usar la cercanía con los micrófonos como quien porta un arma. A los periodistas, como a los agentes de la policía, más vale tenerlos de nuestro lado. Hace poco supe de un dirigente gremial a quien un periodista amenazó con quitarle todo el cubrimiento a él y a la entidad que representa, si no le pagaba en publicidad la suma que se le estaba pidiendo. ¿No es eso extorsión?

En la lista de contratos de la Fiscalía aparecen varios ‘asesores en comunicaciones’. Entre ellos Camilo Chaparro, un exreportero de RCN, quien tiene un contrato de $185 millones por seis meses (30 millones mensuales) sin que quede claro en qué consiste su aporte.

El caso más escandaloso es el de Natalia Springer, con un contrato por $895 millones en 2013 para hacer un análisis de los crímenes cometidos por las Farc, que fue desestimado por la Unidad Nacional de Análisis y Contextos, al considerar que la autora no cumplió el encargo. Sin embargo, el Fiscal ordenó que se le pagara y además le hizo un nuevo contrato por más de tres mil millones de pesos ($3.085.600.000) al año siguiente. ¿Es casualidad que se hiciera esta nebulosa transacción con quien tenía tribuna en la FM radio? ¿La columna llamada ‘un Fiscal para la historia’ publicada en El Tiempo hace un par de años, donde hablaba bellezas del Fiscal Montealegre, no tiene relación alguna con esos 4 mil millones?

En la medida en que el negocio de los medios empieza a decaer (y ese es el caso en Colombia), el periodismo extorsivo puede ir cobrando nuevos matices. Si el nuevo periodismo respondía a los ideales de una época cuya premisa eran “la paz y el amor”, ¿Cuál será la premisa de este Siglo XXI en el que el periodismo extorsivo empieza a normalizarse como una práctica conocida y aceptada por quienes tienen posiciones de poder? ¿Llegará el día en el que fabricar una buena noticia tenga una tarifa, un escándalo de corrupción otra y la violación del derecho a la intimidad de una actriz reconocida también tenga un precio específico? De todos modos, si eso estuviera pasando, no tendríamos forma de saberlo.

El País, Cali.

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