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Rodrigo Saldarriaga, iconoclasta y contestatario

Por Esteban Carlos Mejía  

Imagínense ustedes a cinco muchachos disfrazados de viejas rezanderas, batas y mantillas negras, con un escapulario sobre sus pechos magros: cinco actores que retuercen la boca para afeminar sus voces y fingir lo que no son ni nunca serán: fantasmas de Juan Rulfo, profeta de profetas. En el escapulario parpadea el rostro de un santón, Anacleto Morones, muerto y enterrado en un gallinero por su yerno Lucas Lucatero.

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Por Esteban Carlos Mejía  

Imagínense ustedes a cinco muchachos disfrazados de viejas rezanderas, batas y mantillas negras, con un escapulario sobre sus pechos magros: cinco actores que retuercen la boca para afeminar sus voces y fingir lo que no son ni nunca serán: fantasmas de Juan Rulfo, profeta de profetas. En el escapulario parpadea el rostro de un santón, Anacleto Morones, muerto y enterrado en un gallinero por su yerno Lucas Lucatero.

El Niño Anacleto, según las beatas que lo lloran a grito herido, hacía milagros… sobre todo en la cama.

Era 1975, en Medellín, huérfana de imaginación, encerrada en sí misma, convencida de ser el ombligo del mundo. Allí y entonces, estos fulanos se dignaron crear y montar una obra de teatro inigualable, perdida ya en las brumas del pasado, cimiento y primera piedra de lo que luego sería un grupo teatral original, estudioso y perseverante: el Pequeño Teatro de Medellín. Rodrigo Saldarriaga Sanín, el deslenguado exestudiante de arquitectura que lo inspiró y guió, acaba de morir a los 64 años en el mismo villorrio estítico que lo vio alzarse como artista.

Rodrigo era recio, imponente, arrebatado por el fuego del arte teatral, inteligente y culto. Fue irreverente y contestatario, iconoclasta y rebelde con causa. En un derroche de talento que sólo frenó la muerte, aparte de sus propias obras, dirigió o produjo montajes, entre otros, de Shakespeare, Helge Krog, Arthur Miller, Tennessee Williams, Athol Fugard, Molière, Georg Büchner, Michael Frayn, Saramago y, cómo no, Tomás Carrasquilla. El tiempo, sin embargo, le alcanzó para la militancia política: en marzo pasado salió elegido representante a la Cámara por el Polo Democrático Alternativo. Todo un creador. En vida siempre hizo lo que quiso y quiso lo que hizo. Y murió en paz con los demás y con él mismo, consciente de que “al cerrar los ojos el mundo no desaparecerá”. ¡Hasta siempre, camarada del alma!

Rabito de paja: “Medellín se debatía entre ser la capital industrial del país y la aldea más conservadora del hemisferio occidental. La vida cultural nacía en la misa de cinco, pasaba por el ángelus y terminaba en el rosario nocturno. La llamada cultura paisa era y sigue siendo hoy la expresión más atrasada y chauvinista de toda la nación. A la ruana, un trapo con un hueco, prenda de una simpleza paleolítica, los paisas la elevan a la categoría de capa; al aguardiente, un dulcete alcohol anisado, no lo bajan de ambrosía; a la arepa y los frisoles, de maná; al carácter tramposo, de berraquera (o verraquera), y así todo ha sido pervertido. Justificando la incapacidad de crear una verdadera sociedad moderna, aún en los finales del siglo XX y principios del XXI, todo en nuestra tierra es el canto lastimero del poeta de la raza ‘de una Antioquia grande’, de la nostalgia de un pasado rupestre. […] Hacer teatro en una región así no pasa de ser una osadía juvenil o una locura cabalgante. El teatro, como una de las más altas expresiones del espíritu en donde están comprometidas todas las fuerzas y formas de la creación, exige al menos un territorio sano y el nuestro no lo era ni lo es”: Rodrigo Saldarriaga, Tercer timbre, 2013.

El Espectador, Bogotá.

 

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