Columnistas
Servid y no ser BID a la cultura
Por Fander Falconí
Cuidado, el capitalismo quiere introducir impresionantes propuestas, pero en el fondo quiere meter la cultura en el mercado. Cierto es que las ideas que se transforman en bienes y servicios no explotan el ambiente, pero no sería aceptable que se explote a cambio al intelectual que creó en primer lugar esas ideas.
Está bien pensar en los ingresos de los trabajadores de la cultura y olvidar ese pasado ignominioso que exigía artistas ad honorem. A la par, hay que cuidar que la empresa cultural no se convierta en otra forma de explotación. De lo contrario, habría capitalistas culturales, similares a los empresarios del boxeo o a los apoderados de los cantantes.
Por Fander Falconí
Cuidado, el capitalismo quiere introducir impresionantes propuestas, pero en el fondo quiere meter la cultura en el mercado. Cierto es que las ideas que se transforman en bienes y servicios no explotan el ambiente, pero no sería aceptable que se explote a cambio al intelectual que creó en primer lugar esas ideas.
Está bien pensar en los ingresos de los trabajadores de la cultura y olvidar ese pasado ignominioso que exigía artistas ad honorem. A la par, hay que cuidar que la empresa cultural no se convierta en otra forma de explotación. De lo contrario, habría capitalistas culturales, similares a los empresarios del boxeo o a los apoderados de los cantantes.
En 2013, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) acuñó la idea de la ‘economía naranja’ para referirse a las industrias culturales y las distintas formas existentes para la obtención de recursos. La denominación naranja se traduce literalmente al inglés como ‘orange’ en la versión del documento del BID. Eso suena un poco extraño, tomando en cuenta que en ciertas jergas estadounidenses se califica como naranja a la población carcelaria, en referencia al color más utilizado en sus uniformes. Hasta se hizo famosa la reciente serie de la productora de una televisión pagada que alude a la esclavitud de los presos: Orange is the New Black.
La propuesta del BID se resume en un libro titulado La Economía Naranja: una oportunidad infinita, que pretende aparecer como una alternativa novedosa sobre la economía cultural. Este documento quiere abrir el debate latinoamericano sobre la creatividad, a la que se ve como motor del desarrollo. Esta no es solo una publicación auspiciada por el Banco Interamericano de Desarrollo, es un trabajo realizado por funcionarios de esta institución. Pero la cultura ya conoce esa propuesta: unos crean, otros cobran. La economía naranja (léase la cultura y según el BID) tiene un potencial extraordinario y, en vez de aparecer como una obligación social su implementación, se trata de una fuente para obtener ingresos.
La economía naranja es rentable, en especial porque una idea (y no una materia prima) se transforma en un servicio cultural, como una presentación teatral, y hasta en un bien, como en un libro.
De repente, este estudio aparece como una revelación de cuánto se podría ganar si vendiéramos la cultura. Se dice que las ideas solas aportan más o menos el 6% de la economía mundial. Eso hace ver que Cultura (como si fuera un Estado) es la cuarta potencia económica del planeta y es el noveno exportador de la Tierra. Una potencia más poderosa que Alemania, con ingresos que duplican los gastos militares del mundo o el petróleo de Arabia Saudita. Y emplea a tantos trabajadores como Estados Unidos.
Ahí está el detalle: ‘emplea’. Hollywood también ha empleado a miles de creadores y artistas (muchos excelentes), pero dando gotas a estos y llevándose baldes, o sea con una pésima distribución y redistribución de ingresos. Se trata de un sistema que enfatiza el valor de cambio y no el valor de uso de los bienes y servicios. Por ello, cuidado otra vez: la cultura no solo es entretenimiento e industria, como nos quiere vender el capitalismo neoliberal.
El Telégrafo, Ecuador.