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Solución es el Metro, no la represión

Por Clara López Obregón  

En Bogotá se respira un aire de insatisfacción y frustración con el servicio de transporte, que se sale de cauce por una desacertada respuesta policial. Es fácil o más bien facilista atribuir el desbordamiento de la protesta a algo “no espontáneo sino premeditado, prácticamente terrorismo”, como lo hizo el Alcalde Peñalosa. Más exigente, pero de mejor pronóstico, como se ha demostrado en tantas ocasiones en el pasado reciente, es el diálogo con la presencia de los funcionarios que abre la puerta a las soluciones concertadas.

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Por Clara López Obregón  

En Bogotá se respira un aire de insatisfacción y frustración con el servicio de transporte, que se sale de cauce por una desacertada respuesta policial. Es fácil o más bien facilista atribuir el desbordamiento de la protesta a algo “no espontáneo sino premeditado, prácticamente terrorismo”, como lo hizo el Alcalde Peñalosa. Más exigente, pero de mejor pronóstico, como se ha demostrado en tantas ocasiones en el pasado reciente, es el diálogo con la presencia de los funcionarios que abre la puerta a las soluciones concertadas.

El Plan Maestro de Movilidad de Bogotá diseñado por JICA de Japón y adoptado por la ciudad a finales de los noventa lo tenía muy claro. La ciudad debía estructurar el Sistema Integrado de Transporte Público, ese sí SITP, compuesto por varios modos de transporte: (i) el Metro, que debía operar como eje estructurante para los corredores de demanda, comenzando por la Avenida Caracas, corredor de máxima demanda que atraviesa el corazón del eje oriental; (ii) el BRT (Bus Rapid Transit), por su sigla en inglés, o Transmilenio para atender los corredores de demanda mediana y (iii) un sistema de buses, alimentadores y de servicio local, mal bautizado SITP pues se refiere al conjunto y no a una de sus partes, para garantizar la cobertura capilar del transporte público en corredores de menor demanda.

El Plan Maestro también se ocupó de proyectar la infraestructura para el transporte privado de automóviles, bicicletas y peatones. Desafortunadamente, ninguna administración, desde que se adoptó el Plan Maestro, se ocupó seriamente de darle cumplimiento.

El entonces alcalde Peñalosa archivó el Metro, en el año 1998 y, sin estudios técnicos de fondo desechó los diseños de JICA para convertir al Transmilenio en el eje estructurante de un sistema  de buses. Los recursos que contemplaba JICA jamás se reunieron para abordar integralmente el problema de la movilidad de Bogotá. De ahí que la demanda de transporte en hora pico hoy desborde con creces la oferta disponible en los corredores de alta demanda que mal atiende TM.

Aun cuando el Alcalde Peñalosa insiste en colocar como ejemplo de éxito el hecho de que el TM de la Caracas mueva igual número de pasajeros que un metro mediano, se le olvida que el problema no es solo del número de pasajeros, sino del tiempo y calidad del viaje, incluida la espera en apretadas colas de hasta dos horas para ingresar en las mañanas a las estaciones. Un Metro tiene la capacidad de cargar y descargar 10 o más veces el número de pasajeros por parada que el Transmilenio, siendo la capacidad de cargue y descargue de cada articulado demasiado limitada para los requerimientos del servicio en hora pico.

Hacemos votos para que el Alcalde pueda en dos años arreglar el servicio, pero  ese anuncio no le releva de la obligación de construir el Metro ya diseñado, con las especificaciones técnicas que requiere la ciudad. Ojalá no vuelva a repetir los errores del año 1998. Si hay algo más grave que cometer errores frente a las necesidades ciudadanas, es insistir en ellos.

El Nuevo Siglo, Bogotá.

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