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Tendremos ciudad

Por Enrique Santos Molano  

¿Quién posee la preparación, la experiencia, la capacidad, el coraje y la decisión de adelantar esos trabajos de Hércules en una ciudad de la que, hoy, el 40 por ciento de sus habitantes quiere largarse porque la encuentran invivible?

Ni los colombianos hemos podido hacer un país en los doscientos años de violencia republicana y de vida antidemocrática que traemos desde 1821 (como lo predijo Simón Bolívar en la Carta de Jamaica), con algunos oasis como La Regeneración y la República Liberal, ni los bogotanos hemos podido hacer una ciudad.

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Por Enrique Santos Molano  

¿Quién posee la preparación, la experiencia, la capacidad, el coraje y la decisión de adelantar esos trabajos de Hércules en una ciudad de la que, hoy, el 40 por ciento de sus habitantes quiere largarse porque la encuentran invivible?

Ni los colombianos hemos podido hacer un país en los doscientos años de violencia republicana y de vida antidemocrática que traemos desde 1821 (como lo predijo Simón Bolívar en la Carta de Jamaica), con algunos oasis como La Regeneración y la República Liberal, ni los bogotanos hemos podido hacer una ciudad.

Bogotá es hoy el hazmerreír del mundo. En la última nota que sobre esta capital publica ‘El País’ de Madrid se habla del metro que nunca llegó, en un tono adecuadamente sarcástico, para mostrar la ineptitud de las administraciones y de los ciudadanos. Setenta años lleva “esa fascinante ciudad” tratando de construir un metro, y lo único que tienen es un TransMilenio. Un TransMilenio, digo yo, mal planeado, con el que su promotor, el archifamoso urbanista mundial, Enrique Peñalosa, pretendió suplantar el metro. Una operación semejante a la de conformar una empresa aérea de viajes trasatlánticos, reemplazando los Boeing por aviones de papel.

No es ‘El País’ de Madrid el único que no puede aguantar la risa con la anécdota pintoresca “del metro que nunca llegó”, de las losas de la Caracas cuya reparación eterna ha costado tanto como valdría la primera línea del metro inexistente más antiguo del mundo, el de Bogotá, y con este despelote que ha sido y que es nuestra capital republicana, excepto por los mismos dos oasis mencionados, y algunas alcaldías que se rebelaron contra los dueños de la pseudociudad.

Ahora está de nuevo, como candidato a la alcaldía, el impertérrito y laureado urbanista que nos embarcó en esa maravilla de TransMilenio como el culebrero que embauca a los ingenuos para venderles remedios inútiles con la etiqueta de que “todo lo curan”. Según las encuestas, Peñalosa encabeza la preferencia de los bogotanos para las elecciones del 25 de octubre. Cuenta con un equipo de fans mediáticas que le baten incienso como si fuera nuestro Señor Jesucristo, o el mismísimo Dios.
Y, por supuesto, se presenta en su calidad de redentor de la pseudociudad capital, con una serie de proyectos de infraestructura costosísimos, que la ciudad no necesita y que, de ejecutarse, solamente servirán para endeudarla y empeorar su situación.

Aurelio Suárez Montoya, que sabe lo que dice y por qué lo dice,revela en ‘El Espectador’ cuál es el ‘equipo por Bogotá’ que respalda las aspiraciones de Peñalosa a una segunda alcaldía. “Prácticamente –dice Aurelio Suárez– no hay renta básica de la ciudad cuyos detentadores estén por fuera del círculo, muy reconocido, de (Germán) Vargas Lleras. Es quizá lo que lo ha impelido (a Vargas Lleras) ‘a echar por la calle de en medio’ con candidato propio a la alcaldía de Bogotá, apartándose del resto de la Unidad Nacional. El favorecido, a dedo, Enrique Peñalosa. No resulta extraña la escogencia, ya que muchos de esos ‘allegados’ les son mutuos y, en consecuencia, Peñalosa se torna en el ‘gerente’ que les calza a la medida a unos para sus lucrativas actividades y a Vargas como base para soportar su candidatura presidencial”.

Ese sí es un gran ‘equipo por Bogotá’. Un equipo formidable para seguir ordeñando la pseudociudad y haciendo carruseles de contratos con obras faraónicas e innecesarias, como la autopista elevada (de segundo piso) de Soacha, el metro elevado (una estupidez elevada, todavía peor que la de TransMilenio) y otras, que no servirán sino para dos cosas: aumentar los problemas económicos y sociales de la capital, y llenar los bolsillos (que jamás se llenan) de la nueva generación de Nules que aspira a colocar un ‘gerente’ en la alcaldía de Bogotá.

Aunque con su ceguera invencible los críticos y las críticas de Petro no lo quieran reconocer, este alcalde soberbio, pedante, terco y antipático (todo lo contrario del simpático gomelo Peñalosa) logró, contra huracanes y tempestades tropicales, poner las bases para convertir la pseudociudad en ciudad, en una gran capital del siglo XXI. Es obvio que el simpático Peñalosa no tendrá en cuenta el interés de los ciudadanos, como sí lo ha hecho Petro, sino el interés de sus sponsors, que él llama “equipo por Bogotá”.

Para los próximos veinte años Bogotá solo requiere, con carácter de inaplazable, una megaobra: el metro. Cuando menos las primeras cuatro líneas antes de cumplir los quinientos años (2038). El resto son microobras en distintos frentes. Van a exigir recursos cuantiosos, pero son decisivas para garantizar a los habitantes una óptima calidad de vida. La culminación de la séptima peatonal hasta la calle 24, el tranvía, le readaptación de TransMilenio, la modernización de la nomenclatura (que en la práctica no existe) y de la señalización de las vías, y mil más, sin contar la lucha frontal contra las mafias del espacio público, las de reducidores, y otras.

¿Quién posee la preparación, la experiencia, la capacidad, el coraje y la decisión de adelantar esos trabajos de Hércules en una ciudad de la que, hoy, el 40 por ciento de sus habitantes quiere largarse porque la encuentran invivible? Clara López Obregón está dotada con esas cualidades para avanzar con éxito buena parte de aquellas tareas mayúsculas que demandarán los esfuerzos continuados y coordinados de cuatro o cinco administraciones. Con Clara tendremos ciudad.

El Tiempo, Bogotá.

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