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UE, ¿fin de un proyecto?

Por Juan Diego García  

El modelo neoliberal que se aplica en la Unión Europea no solo ha significado un  ataque a fondo contra el Estado del Bienestar sino que afecta de forma muy negativa el proyecto mismo de la integración continental al menos en los términos en que lo idearon sus impulsores iniciales. Más allá de las singularidades nacionales del caso existen características comunes de una estrategia que busca limitar o anular el pacto capital-trabajo vigente en mayor o menor grado en el continente luego de la Segunda Guerra Mundial y cuyos resultados han sido la gran estabilidad social alcanzada y la mejora sensible de las condiciones de vida de las clases trabajadoras.

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Por Juan Diego García  

El modelo neoliberal que se aplica en la Unión Europea no solo ha significado un  ataque a fondo contra el Estado del Bienestar sino que afecta de forma muy negativa el proyecto mismo de la integración continental al menos en los términos en que lo idearon sus impulsores iniciales. Más allá de las singularidades nacionales del caso existen características comunes de una estrategia que busca limitar o anular el pacto capital-trabajo vigente en mayor o menor grado en el continente luego de la Segunda Guerra Mundial y cuyos resultados han sido la gran estabilidad social alcanzada y la mejora sensible de las condiciones de vida de las clases trabajadoras.

El alto nivel de desarrollo relativo de estos países (entre otras razones fruto de su pasado como potencias coloniales) y la fortaleza de los sindicatos y de los partidos obreros (socialista y comunistas) explican que el modelo haya tenido aquí resultados tan positivos.

Pero el neoliberalismo ha supuesto un golpe mortal a este modelo, aplicado con mayor o menor alcance según la fortaleza relativa de las fuerzas sociales del trabajo en cada país. La estrategia neoliberal recorta principalmente el gasto del estado en salud, educación y servicios sociales y disminuye los costes del trabajo (reformas laborales) minorando así la participación del trabajo en la renta nacional. Ambos factores se traducen en el aumento correspondiente de los beneficios del capital. No es extraño que los principales partidos políticos que expresaban en Europa ese acuerdo entre empresarios y trabajadores (socialdemócratas y democristianos) se hayan convertido en organizaciones de carácter básicamente neoliberal.

El fundamento mismo de la UE se debilita al máximo y la propia legitimidad del sistema de representación se resquebraja. Aparecen en escena fuerzas políticas nuevas a la izquierda y a la derecha de los partidos tradicionales sin que falten síntomas de un nuevo fascismo que en tantos aspectos anida también en el seno de los partidos del sistema. El descontento y la indignación ciudadana son crecientes. En pago de sus servicios el capital premia a la llamada “clase política” dejándola apropiarse del erario público a manos llenas (los escándalos de corrupción son ya cotidianos y de dimensiones nunca vistas) mientras los empresarios ven crecer su riqueza y la desigualdad social se incrementa. Hasta en sociedades ricas como Alemania aparecen cuadros de pobreza y hasta de miseria que se creían superados para siempre.

El proyecto de integración europea pase por su peor momento mientras crece el nacionalismo excluyente, la xenofobia y el racismo; hasta la derecha moderada asume como propios muchos de estos mensajes. En unos casos es el nacionalismo de los  más prósperos que ven en la UE un mecanismo que quita a los propios para darlo a los otros, a “esos vagos del sur que quieren vivir a costa del trabajo de los del norte”; no falta por supuesto el viejo mecanismo de encontrar chivos expiatorios (en esta caso, los inmigrantes). En este contexto tampoco extraña que las mismas fuerzas de izquierda rechacen el modelo actual de la UE porque diluye un proyecto de unidad de pueblos, de compartir la prosperidad, de eliminar fronteras y en su lugar se construya ahora la Europa de los mercaderes, gobernada por unas instituciones comunitarias bajo el férreo control de la banca y las multinacionales. No debe sorprender entonces que la oposición al modelo actual de la UE encuentre coincidencias a derecha e izquierda, si bien por motivos diferentes.

La crisis de la UE es por supuesto más aguda allí en donde los efectos de las políticas neoliberales resultan más dañinas para las mayorías sociales. Pero por uno u otro motivo la crisis se registra por doquier y no es de pequeñas dimensiones. Es una crisis de legitimidad que afecta los cimientos mismos del orden social local y comunitario.  No parece que quienes han propiciado esta crisis tengan voluntad para superarla y no faltan las voces que denuncian que las prácticas que llevaron a la crisis se mantienen y que el horizonte aparece cargado de nubarrones.

El neoliberalismo ha asestado un golpe mortal al modelo europeo de bienestar – base del proyecto de integración-. Peor aún, crece la percepción de la UE como el mecanismo superior que impide cualquier cambio del modelo. Ni las reformas más modestas, ni las medidas más prudentes para disminuir el descontento social en aumento reciben el apoyo de Bruselas; muy por el contrario, las autoridades comunitarias aparecen como una fuerza que impone los sacrificios a las mayorías y frustra todo intento de ejercer la soberanía nacional. Grecia es un caso emblemático pero no es el único; obedece a una estrategia que en pocas palabras intenta que los europeos trabajen como chinos, tengan salarios de chinos y consuman como tales, ya que es la única forma de ser “competitivos”.

Habría que añadir que la idea original de construir una Europa realmente autónoma en el concierto mundial se diluye cada día que pasa en favor de una alianza como socio menor de los Estados Unidos. El cerco a Rusia, la hostilidad hacia China y las políticas de la UE en relación a los conflictos internacionales que más le afectan- Palestina, Medio Oriente, antiguo bloque socialista o África- no responden a sus propios intereses sino a las presiones de Washington y a la misma debilidad de unos gobernantes de talla menor. Es obvio para cualquiera que a la UE le es más ventajoso un acercamiento con Rusia (y con China, por supuesto) por motivos económicos y de seguridad que hacerle el juego a las aventuras estadounidenses que, según algunos entendidos en cuestiones de geoestrategia, estarían llevando al mundo a una tercera guerra mundial. Solo una victoria de fuerzas de paz y de progreso que retomen la idea original de la integración continental y del Estado del Bienestar como su fundamento conseguirían cambiar el rumbo de los acontecimientos. Pero por el momento esas fuerzas sociales no parecen estar en condiciones de conseguirlo.

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