Columnistas
Un gran evento y un mal síntoma
Por Saúl Franco
Medellín fue sede la semana pasada del que posiblemente sea el evento académico más grande del mundo este año: la VII Conferencia Latinoamericana y Caribeña de ciencias sociales, organizada por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Clacso.
Con más de 30.000 inscritos, la presencia de reconocidos intelectuales de las ciencias sociales y las humanidades de más de 40 países, la Conferencia permitió la realización de centenares de conferencias magistrales, coloquios, paneles, talleres, presentaciones de libros y debates abiertos. Hubo un hecho que marcó y enriqueció el acontecimiento más allá de todas las cifras y logros académico-políticos: la juventud y vitalidad de los/las participantes.
Por Saúl Franco
Medellín fue sede la semana pasada del que posiblemente sea el evento académico más grande del mundo este año: la VII Conferencia Latinoamericana y Caribeña de ciencias sociales, organizada por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Clacso.
Con más de 30.000 inscritos, la presencia de reconocidos intelectuales de las ciencias sociales y las humanidades de más de 40 países, la Conferencia permitió la realización de centenares de conferencias magistrales, coloquios, paneles, talleres, presentaciones de libros y debates abiertos. Hubo un hecho que marcó y enriqueció el acontecimiento más allá de todas las cifras y logros académico-políticos: la juventud y vitalidad de los/las participantes.
El 85% de los inscritos tenía menos de 25 años. Es un hecho significativo y esperanzador que mereció el reconocimiento y motivó las maduras reflexiones de dos líderes mundiales allí presentes: los expresidentes Lula da Silva, de Brasil, y Pepe Mujica, de Uruguay.
Era imposible que la Conferencia hubiera escogido un tema más pertinente para Colombia: Transformaciones democráticas, justicia social y procesos de paz. El eje actual de la vida nacional es el proceso de paz en curso. Y las mayores urgencias inmediatas son la construcción de una sociedad equitativa y la transformación de esta democracia formal en una democracia real y vigorosa. El tema general se fue conjugando en los diversos lenguajes de la sociología, la antropología, la economía, la filosofía, la ética, el derecho, la psicología y la economía. Y tanto en reflexiones teóricas como en investigaciones en curso y en experiencias vividas y elaboradas con métodos muy diferentes. Colombia no se limitó a ser el anfitrión. De las 500 instituciones académicas que conforman a Clacso en América Latina, Europa, los Estados Unidos, Australia y el Medio Oriente, 68 son colombianas. Y sus representantes en el evento aportaron copiosa e inteligentemente al desarrollo del tema central y los múltiples subtemas tratados.
Ese fue el gran evento. ¿Cuál fue el mal síntoma? Que el gobierno nacional desconoció el evento y se negó a apoyarlo, en vergonzoso contraste con lo sucedido en las Conferencias anteriores en Cuba, Brasil, Bolivia y México. A pesar de las solicitudes, visitas y comunicaciones de los organizadores, ni el Ministerio de educación ni Colciencias – dos de las instituciones estatales encargadas del desarrollo académico y científico del país – aportó un solo peso ni dio el más mínimo respaldo a la Conferencia. Por suerte los gobiernos locales de Medellín y Bogotá y la gobernación de Antioquia apoyaron decididamente el evento.
En un gobierno que dice apostarle a que Colombia sea “el país más educado de América” y en pleno proceso de paz, lo anterior resulta incomprensible, a primera vista. Pero no lo es. Es un nuevo síntoma a nivel nacional de una política internacional dirigida a menospreciar y reducir las ciencias sociales y humanas. En septiembre de este año, por ejemplo, el ministerio de educación de Japón emitió un decreto ordenando a las universidades disminuir o cerrar los programas de ciencias sociales favoreciendo, en cambio, las áreas tecnológicas y las llamadas “ciencias duras”. El efecto fue inmediato: 26 de las 80 universidades de ese país acogieron la orden. El resto, incluyendo las de Tokio y Kioto, se negaron a acatar semejante directriz. A su manera, Colciencias ya venía aplicando aquí la misma política. En su convocatoria 727 decidió que el 70% de sus becas de doctorado serían para ciencias básicas e ingenierías y sólo el restante 30% para las demás disciplinas. Es decir: la primacía de lo rentable, la competitividad y el utilitarismo por encima de otras consideraciones científicas, políticas y socio-culturales. Surge además otra pregunta preocupante: ¿será que al actual gobierno colombiano le incomodan unas ciencias sociales críticas y no funcionales? Si este fuera el caso, y hay indicios para creerlo, el país más educado y en paz estaría cada vez más lejos.
El Espectador, Bogotá.