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El mejor año de Petro va a ser el primero de Clara López Obregón

Por Alpher Rojas C.

El concepto de revolución se ha banalizado crecientemente, hasta el punto de que quienes lo asociaban con temor al advenimiento de transformaciones políticas no pacíficas, han llegado a otorgarle un estatuto de legitimidad plural, aplicable a infinidad de asuntos que no tienen la más mínima relación con la ciencia, con los cambios sociales, mucho menos con una transformación radical en términos políticos.

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Por Alpher Rojas C.

El concepto de revolución se ha banalizado crecientemente, hasta el punto de que quienes lo asociaban con temor al advenimiento de transformaciones políticas no pacíficas, han llegado a otorgarle un estatuto de legitimidad plural, aplicable a infinidad de asuntos que no tienen la más mínima relación con la ciencia, con los cambios sociales, mucho menos con una transformación radical en términos políticos.

La posmodernidad y sus turiferarios han dado en la flor de denominar con el mote de “revolucionario” a los eventos más simples. Un papa que –en vista del declive moral de su grey– decide aplicar la justicia ordinaria a sus cardenales pederastas o desfalcadores es “un revolucionario”; un chef de cocina que logra cambios en la textura y el sabor del menú tradicional o en el bouquet de sus bebidas, es un “revolucionario” para el periodismo gastronómico. Claro, ¡toda revolución entraña ruptura y cambio a la vez!

Después de la Guerra Fría fuerte, se ha vuelto “normal” reasumir tal noción en términos sociales como un proceso simple con capacidad transformadora sobre la interacción social. En ese sentido el término adopta una forma y una función específicas según el nivel en que se lo sitúa, tanto en el campo de la ciencia, como en el de la tecnología y en el de la política. De manera paradójica la banalización señalada arriba, ha terminado por quitarle la carga negativa de los últimos tiempos.

Sin embargo, el significado y la constitución de su contenido no acaban de definirse. Diversos estudios disponibles vinculan estos fenómenos a las ciencias sociales, incluyendo la psicología y la sociología, en el sentido de que un cambio tecnológico, social o un nuevo paradigma bastan para que una sociedad cambie radicalmente su estructura y gobierno. En la metáfora radical, se trata de un fenómeno que arrastra las estructuras económicas, las estabilidades sociales, la inercia de las mentalidades y los comportamientos políticos o, en términos de Foucault “los amplios jalonamientos constituidos por acontecimientos raros o repetitivos”.

No obstante, asistimos a cierta gradualidad en los niveles de su aplicación. Por ejemplo, los cambios paulatinos, en forma de cambio social, basados en el consentimiento o en el compromiso, no son revoluciones, sino reformas, evoluciones, transformaciones.

Cada cierto tiempo el genio desarmado de un buen administrador logra que las condiciones de sus conciudadanos alcancen mejoras mínimas en su calidad de vida, sin que pueda dárseles en sana lógica el nombre de “revolución”. Ocurrió con la gestión del profesor Antanas Mockus, cuya ingeniosa semiótica de dispositivos culturales impulsó una modificación transitoria en los hábitos y comportamientos de los bogotanos. Solo que no logró perdurar ni estabilizarse en la conciencia ciudadana para alcanzar el podio de lo revolucionario.

Es lo que en efecto ocurre con las transformaciones profundas –“cortes”, llaman los historiadores– de Gustavo Petro, alcalde de Bogotá. La función biopolítica aplicada a las políticas públicas distritales, eje central de defensa de la vida que empieza por la gobernanza del agua; su lucha contra la segregación y por la equidad, la recuperación de habitantes de la calle, el trabajo social con los sectores vulnerables por la Secretaría de Integración Social, la visibilización de nuevos actores sociales y la entrada en escena del arte popular y moderno, así como el conjunto de creativas muestras culturales de contenido critico orientado a socializar la convivencia y a consolidar la paz como bien supremo.

Canal Capital es un ágora virtual que trabaja con creatividad en la recuperación de la memoria y la verdad históricas, que ha logrado “quitarles” audiencias a los privados con su programación en vivo desde las calles de Bogotá, sus especiales sobre el folclor, la artesanía, el conflicto, los debates entre expertos y la heterogeneidad étnica y social de sus presentadores.

Si sumamos a las muchas realizaciones en favor de los sectores vulnerables la tasa de desempleo más baja del país, el notable descenso de homicidios, el bellísimo programa del IDRD ‘Bebés al parque’ con criterios altamente pedagógicos para enseñarles a pensar a los pequeños, aquí se están gestando las bases de una revolución trascendente para la sociedad bogotana.

Por ello pienso que el mejor año de Petro va a ser el primero de Clara López Obregón, hoy más que disparada como precandidata a la Alcaldía Mayor de Bogotá en las encuestas en todos los estratos, no solo como una gran figura democrática amiga de la paz, sino por su probada capacidad de gestión y su amplio conocimiento de la ciudad y de sus complejos problemas.

El Tiempo, Bogotá.

 

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