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Golondrinas envenenadas

Por Emilio Sardi  

Por los nocivos efectos que sufrió el aparato productivo holandés a raíz del descubrimiento y explotación de los yacimientos de gas en el Mar del Norte, en los años 60, se llamó ‘enfermedad holandesa’ al fenómeno de expansión del ingreso de divisas por auges en la exportación de recursos naturales como el petróleo y los minerales que, cuando carece de las salvaguardias adecuadas, genera revaluación de la moneda local y contracción y pérdida de empleos en otros sectores productivos, e incluso tiene efectos negativos finales en la economía como un todo.

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Por Emilio Sardi  

Por los nocivos efectos que sufrió el aparato productivo holandés a raíz del descubrimiento y explotación de los yacimientos de gas en el Mar del Norte, en los años 60, se llamó ‘enfermedad holandesa’ al fenómeno de expansión del ingreso de divisas por auges en la exportación de recursos naturales como el petróleo y los minerales que, cuando carece de las salvaguardias adecuadas, genera revaluación de la moneda local y contracción y pérdida de empleos en otros sectores productivos, e incluso tiene efectos negativos finales en la economía como un todo.

En otras palabras, lo que viene sucediendo en Colombia desde hace unos años.

Los países disponen de estrategias para combatir la enfermedad holandesa como incrementar las reservas en moneda extranjera del banco central o como crear fondos de estabilización.

O, al contrario, pueden tomar medidas que, lejos de atenuar los efectos de la enfermedad holandesa, los exacerban, como incentivar el ingreso de capitales golondrina a través de lo que, pomposamente, en el Banco de la República llaman “inversiones de portafolio”.

Lamentablemente, lo cierto es que nuestro aparato productivo se encuentra entre dos fuegos porque el Estado colombiano ha optado por el segundo camino y no el primero, y el estado de asfixia del sector productivo es preocupante.

Por un lado, cada día es mayor la concentración de nuestro comercio exterior en el sector minero-energético. Del 2010 al 2013, nuestras exportaciones totales crecieron 48 por ciento, a 58.824 millones de dólares en el 2013.

En ese lapso, las exportaciones minero-petroleras crecieron 62 por ciento (mientras que las otras crecieron solo 18 por ciento) y pasaron de ser el 66 por ciento del total en el 2010 al 72 por ciento en el 2013. Cada vez más, somos un país limitado a exportar minerales y petróleo, actividad que si bien mueve la inversión extranjera en capital, reexporta al tiempo multimillonarias utilidades y solo genera un porcentaje mínimo (apenas 1 por ciento) del empleo nacional.

En el 2013, el déficit de nuestra balanza comercial manufacturera alcanzó 35.685 millones de dólares, lo que demuestra claramente la debilidad que genera en nuestro aparato productivo un peso cada vez más sobrevaluado.

Por el otro lado, nadie puede entender cuál es el beneficio para Colombia del ingreso masivo de capitales golondrina, incentivado por las decisiones del Banco de la República de incrementar las tasas de interés muy por encima de los promedios mundiales y por los gigantescos beneficios tributarios que la última reforma tributaria les regaló.

Es absurdo y no tiene justificación que, mientras otros países los controlan o limitan, Colombia se dedique a estimular el ingreso de unos capitales golondrina que no producen trabajo y que solo llegan aquí a generar rendimientos rápidos para sus dueños, mientras ayudan a sobrevaluar nuestra moneda en desmedro de la producción nacional.

Es urgente que en la preparación y formulación del plan de desarrollo para el nuevo periodo presidencial, se corrija este gigantesco error. Colombia debe evitar que esas golondrinas envenenadas sigan acabando con su aparato productivo.

Portafolio, Bogotá.

 

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