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Columnistas

La tensión esencial

Por Alpher Rojas C.  

La certeza de un mundo acotado y cercado por demarcaciones geopolíticas inviolables empieza a tornarse ilusoria, cuando no militarmente anacrónica.

De golpe, bajo las “leyes” transversales del mercado globalizado, se visibilizan sutiles pero poderosos fenómenos neocoloniales que hacen nugatorios los esfuerzos de los Estados democráticos por fortalecer y hacer sostenibles su soberanía territorial y su autonomía sociopolítica y cultural.

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Por Alpher Rojas C.  

La certeza de un mundo acotado y cercado por demarcaciones geopolíticas inviolables empieza a tornarse ilusoria, cuando no militarmente anacrónica.

De golpe, bajo las “leyes” transversales del mercado globalizado, se visibilizan sutiles pero poderosos fenómenos neocoloniales que hacen nugatorios los esfuerzos de los Estados democráticos por fortalecer y hacer sostenibles su soberanía territorial y su autonomía sociopolítica y cultural.

Tecnoestructuras corporativas en los ámbitos político, económico y comercial forman bloques de poder transnacional que, a mediano plazo, se proponen instaurar lo que los teóricos de la sociología política moderna denominan “gobiernos cosmopolitas”.

Tales actores institucionales, cuya existencia transcurre benévolamente iluminada por los reflectores mediáticos, se articulan a las élites de dominación local para bloquear las transformaciones sociopolíticas en curso, presionar alteraciones en los procesos democráticos e impulsar la adopción de mecanismos regulatorios –procesales y sustantivos– que favorecen la capacidad de acumulación selectiva.

Al presionar la flexibilización de las normativas sobre el trabajo, las pensiones y los subsidios de los pobres, trastornan las actividades productivas y generan tensiones y conflictos que el poder coercitivo y sus aliados de la parainstitucionalidad sofocan brutalmente.

La certeza de un mundo acotado y cercado por demarcaciones geopolíticas inviolables empieza a tornarse ilusoria, cuando no militarmente anacrónica. En tal sentido, se habla de “un mundo sin fronteras” y, desde luego, de la libre circulación de las mercancías que bombardean con enormes descargas publicitarias los cerebros de los inocentes sin educación.

De manera simultánea, el capital financiero, de gancho con la “paraeconomía”, produce distorsiones en la estructura ocupacional y en las competencias profesionales de los trabajadores, frustra la movilidad ascendente de los seres humanos y –como estamos viendo en todo el mundo– organiza flujos jerarquizados de extrañamiento, al tiempo que desterritorializa la producción local.

La muchedumbre experimenta el pavor de una vida sin horizontes e intenta hacerse con un refugio –en cualquier parte y al precio de su propia vida– contra todas las miserias que a partir de allí la podrían esclavizar sin remedio y para siempre.

Como alternativa de auxilio a los dramáticos desplazamientos emergen médicos, reporteros y abogados “sin fronteras”, colectivos humanitarios que alivian las heridas, denuncian las injusticias y confrontan judicialmente los atropellos.

Al mismo tiempo, ocultas por el resplandor de la bisutería ilegal, coinciden, mezcladas como polizones tolerados por la institucionalidad transnacional, las redes ilícitas del crimen organizado, los mercenarios políticos, las mafias del contrabando, los capos del narcotráfico, los terroristas de diverso signo político o religioso y los heraldos del neoliberalismo, que pulverizan los conceptos de justicia social y atentan contra el orden democrático y los bienes públicos esenciales.

Desestabilizan cualquier atisbo democrático de avanzada, distorsionan el mercado interno y contaminan la sociedad con instituciones extrañas a su cultura política, estrechamente ligadas a los procesos de deterioro ambiental, a la informalidad económica y a las prerrogativas de los grupos tradicionales de la sociedad. Reclutan –entre jóvenes sin destino– el contingente de operadores delictuales que martiriza a la ciudadanía con modalidades criminales de bajo y mediano espectro.

Las ciudades son invadidas literalmente por “avanzadas” de bandas criminales que se apropian del espacio público y de los activos más rentables. Incursionan, directa o indirectamente, en la actividad política e intervienen en el proceso de elaboración de decisiones públicas.

“La frontera se desmaterializa” –ha dicho Giddens–, pero tiene puertas, guardianes, habitaciones, pasadizos y laberintos; su presencia no es inocente. El umbral imaginario sigue la ruta del laberinto, oculta secretos, esconde mercenarios y les da precario abrigo a los miserables de la diáspora.

América Latina no ha sido la excepción en esta bárbara acometida, especialmente a partir de la vigencia de modelos económicos alternativos que hicieron viables políticas sociales y lograron certificarse por la Unicef y la Unesco, por erradicar la desnutrición infantil, las enfermedades tropicales y haber eliminado el analfabetismo.

Las familias colombianas y venezolanas que habitan a ambos lados de la frontera, que constituyen “un tercer país”, una misma cultura en términos de lengua, folclor y costumbres, han sido sometidas durante décadas a prácticas violentas asociadas al contrabando, el narcotráfico, el paramilitarismo y la represión estatal.

Como se ha dicho en un comunicado de intelectuales, artistas y académicos, suscrito recientemente: “En ambos países existen sectores que, por diferentes razones, están interesados en la agudización del conflicto”. Para ello, distorsionan interesadamente los hechos y apelan a una lógica amigo-enemigo que amenaza con conducir a una peligrosa profundización del conflicto fronterizo. Y, de contera, impedir el avance de los acuerdos de paz.

Es dable esperar que la vigencia salvadora del diálogo y la conciliación diplomática en que ahora se encuentran comprometidos los gobiernos de los presidentes Santos y Maduro contribuyan a la restauración de la confianza y la solidaridad entre los pueblos hermanos.

@Alpher3

El Tiempo, Bogotá.

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