Conecta con nosotros

Columnistas

Ser oposición

Por Nora Merlin  

Uno de los saldos de las últimas elecciones presidenciales en Argentina fue que se cayeron varias caretas y se blanqueó lo que puede definirse como un nuevo ordenamiento de fuerzas. En la Argentina hay categorías y binomios que conviene dejar de usar, porque oscurecen más de lo que aclaran. Por ejemplo las oposiciones izquierda-derecha, peronismo-antiperonismo, trabajadores-patronal se muestran hoy insuficientes para describir la lucha política. Simultáneamente, se comprueba un reforzamiento de la famosa grieta que divide lo social.

Publicado

en

Por Nora Merlin  

Uno de los saldos de las últimas elecciones presidenciales en Argentina fue que se cayeron varias caretas y se blanqueó lo que puede definirse como un nuevo ordenamiento de fuerzas. En la Argentina hay categorías y binomios que conviene dejar de usar, porque oscurecen más de lo que aclaran. Por ejemplo las oposiciones izquierda-derecha, peronismo-antiperonismo, trabajadores-patronal se muestran hoy insuficientes para describir la lucha política. Simultáneamente, se comprueba un reforzamiento de la famosa grieta que divide lo social.

De un lado quedó el pueblo integrado por el Frente para la Victoria (FPV que lidera Cristina Fernández de Kirchner), los autoconvocados, vecinos, artistas, científicos, parte del sindicalismo, un sector de la izquierda y del peronismo que no integra el FPV. Todos ellos se articularon en las últimas elecciones a partir de la demanda de continuidad soberana, y de un modelo nacional-popular orientado por la integración latinoamericana.

Del otro lado se conformó una nueva identidad articulada por el significante “Cambiemos” liderada por Mauricio Macri. Este segundo campo quedó compuesto por la derecha (PRO), la élite económica representada por la oligarquía y las corporaciones mediáticas, el sindicalismo de Hugo Moyano, un sector del peronismo, parte del radicalismo y un sector del “progresismo”, que demandan un proyecto neoliberal de endeudamiento que implica dependencia y alineamiento con el capital financiero. Más allá del triunfo de Macri en las últimas elecciones, es necesario destacar una novedad que presenta esta época y que la distingue tanto del neoliberalismo que comenzó con el terrorismo de Estado, como de aquel otro que se impuso en los 90. Hoy se trata de un modelo neoliberal conscientemente votado en las últimas elecciones nacionales, y de dos formaciones populistas en disputa por la hegemonía política y cultural.

La fuerza política Cambiemos se presenta con un relato aparentemente novedoso, que asocia lucha política con violencia y desunión, en un intento de remplazar política por buena onda. Anuncian el comienzo de la revolución de la alegría, la época de la armonía, el fin del conflicto: formas veladas de proclamar una tendencia a lo impolítico.

Por su parte, luego de 12 años de gobierno, al FPV le toca ser oposición. Uno de los logros más preciados del kirchnerismo fue haber restituido la política y la creencia colectiva en ella como herramienta principal para realizar el cambio cultural. Hoy el FPV tiene la tarea de pensar y problematizar una oposición que sea verdaderamente política. A lo largo de la historia argentina, la oposición se comportó de manera destituyente, siendo capaz de perseguir, silenciar, odiar y a veces también matar. Está pendiente en el país la construcción de una política de la oposición que no tome fundamento en una relación de amigo-enemigo propia de un estado de guerra civil. Para Chantal Mouffe, el antagonismo y el conflicto se encuentran en la base de la democracia misma, y esta no implica un consenso universal y racional, que anule el conflicto inherente a lo político o la grieta (término que acuñamos últimamente). La política democrática no consiste en la superación de la frontera nosotros-ellos, sino en tratar de una forma diferente la tensión propia de ese conflicto, de modo que no suponga un otro planteado como enemigo, sino como adversario.

En su nuevo rol de oposición, en las bases del FPV se escucha reiteradamente la palabra “resistencia”. Cuando algo insiste es aconsejable no desestimarlo sino más bien escucharlo, capitalizarlo. Comprender la lógica de su reedición luego de tantos años en desuso, pensar las razones que hoy conducen nuevamente al resurgimiento del término, destacar similitudes y diferencias en relación con el contexto de su aparición en la cultura política nacional. La denominada “resistencia peronista” fue la respuesta popular al período de la historia argentina en el que se intentó borrar toda huella peronista: se proscribió al movimiento persiguiendo y matando a sus militantes. Abrochó la lucha, desde la Revolución Libertadora en el 55 hasta el 73, de distintos sectores de la sociedad (organizaciones peronistas, villeros, jóvenes, trabajadores, etcétera) articulados fundamentalmente por dos demandas: por el regreso de Perón exiliado en España, y por la revocación de la dictadura con llamado a elecciones libres sin la proscripción del peronismo. La resistencia terminó de producir un nuevo agente político: el pueblo. La reaparición del término en la actual coyuntura implica lo que Jorge Alemán denomina saber en reserva que retorna.

Dos razones determinan la actualidad de ese retorno: si bien hoy no se trata de prohibición, se evidencia un ataque agresivo y de desprestigio hacia el FPV, por la vía de una campaña de odio mass-media y de una oposición que tomó al adversario como enemigo. Por otra parte, “la resistencia” es el nombre que asume hoy la oposición al próximo gobierno, no siendo meramente una suma de partes ni un montón de gente junta, sino que se trata de un pueblo reconstituido a partir de 2003, que viene con una historia de militancia y cultura política acumulada. Un pueblo que acepta las reglas de juego de la democracia representativa, pero que continuará levantando las banderas de lo nacional y popular. La resistencia no será pues sólo una respuesta, una fuerza negativa o exclusivamente reactiva; tampoco va a constituir la práctica de aguantar pasivamente como un goce masoquista. Por el contrario, la resistencia popular debe ser pensada como una experiencia activa, creativa y de transformación, intentando constituir una fuerza capaz de marcar la agenda política. El pueblo, legitimado desde la democracia participativa y ocupando su casa, la calle, será la garantía de que los representantes gobiernen a favor del país. La resistencia será una nueva construcción de poder democrática, no determinada por un afán de desestabilización, pero sí por el conflicto, que va a producir un sujeto político no calculable.

Resistir en esta etapa supone ser custodios del fortalecimiento de la cultura política, lo que incluye las ideas de grieta, crisis, utopía, y cuyos rasgos principales son: lo explícito, lo público y lo solidario. Hacerse cargo de vigilar lo que hoy ya no se negocia: los logros y la suma de los derechos conseguidos. Ser oposición implica el desafío de asumir la posibilidad de ofrecer alternativas frente a las nuevas realidades que se van a presentar, lo que requiere no ceder el pensamiento, el deseo de comunidad y de soberanía. Frente a la ausencia del Estado habrá que entregar amparo y presencia militante a los sectores más vulnerables, articulando creativamente luchas, saberes y perspectivas libertarias. La resistencia no constituye una experiencia que viene con manual, receta o técnica de autoayuda, sino que será necesario pensar con los compañeros, generar estrategias, ideas, discursos y acciones. Implicará una subjetividad atenta, despierta, participativa, habitada por la palabra libertad, que haga uso público de la razón en un acto responsable y a riesgo de cada uno. Es preciso que se organice y se cimiente una resistencia con inventiva, móvil, productiva, que construya poder de abajo a arriba y que se distribuya.

Resistiendo al modelo neoliberal de dependencia y endeudamiento, se buscará experimentar nuevas formas de inscripción social a partir de ser oposición, continuando la batalla cultural y por la hegemonía sin quedar atrapados en ninguna impotencia. Resistir es estar atravesados por un deseo de despertar que va en contra del adormecimiento de aquellos que habitan el “mundo feliz” del mercado global. A partir del pensamiento colectivo y de la acción política será posible construir una subjetividad diferente, no sometida al mercado y a la cultura del espectáculo, individualista y despolitizada. Resistir sin medios de comunicación de masas, sin estafas ni promesas de felicidad, con la verdad que puede surgir de un discurso político fallado e imperfecto. Resistir tomando partido, participando, equivocándonos y rectificando. Cuando nos tocó gobernar produjimos un modelo nacional, popular y democrático, ahora se trata de inventar una forma de ser oposición que no implique el odio ni la tristeza colectiva. Resistamos conservando la alegría de hacer lo público entre todos.

Tiempo Argentino, Buenos Aires.

Continúe leyendo
Click para comentar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *