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Truman Capote: genio procaz e infidente

Por Alpher Rojas C.  

Capote nunca dejó de ser el niño terrible de las letras norteamericanas. Y, como los niños, metía en todo su nariz respingona. No dejaba nada oculto.

Cuando era un niño, un grupo de especialistas examinó su coeficiente intelectual y lo proclamó genio. Truman Capote —como aquel personaje de Günter Grass— se negó a convertirse en adulto y paró de crecer, temiendo, tal vez, que con su niñez perdería también esa genialidad que lo hizo sentirse tan orgulloso ante sus profesores incrédulos, que antes lo habían declarado retardado mental.

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Por Alpher Rojas C.  

Capote nunca dejó de ser el niño terrible de las letras norteamericanas. Y, como los niños, metía en todo su nariz respingona. No dejaba nada oculto.

Cuando era un niño, un grupo de especialistas examinó su coeficiente intelectual y lo proclamó genio. Truman Capote —como aquel personaje de Günter Grass— se negó a convertirse en adulto y paró de crecer, temiendo, tal vez, que con su niñez perdería también esa genialidad que lo hizo sentirse tan orgulloso ante sus profesores incrédulos, que antes lo habían declarado retardado mental.

Desde entonces, y durante los siguientes 50 años, Capote no dejó de ser el niño terrible de las letras norteamericanas. Exhibicionista e impúdico, procaz e infidente; como los niños, metía en todo su nariz respingona, y no dejaba nada oculto. Con la diferencia de que, como niño genio, buscó la manera de narrarlo con arte.

Ya antes de los 10 años escribió un relato producto de sus acechos a unos vecinos que parecían traer “algo raro entre sus manos”, del que se publicó la primera parte en un periódico infantil, pero cuya segunda parte no vio la luz debido a que las buenas gentes de Nueva Orleans consideraron que se estaba metiendo de manera indebida en la vida privada de algunas personas. En esa ocasión, el pequeño Truman optaba a un premio literario para niños, consistente en una mascota. Como se ve, desde la niñez parecía haber adoptado el principio que confesará en su madurez, de no escribir nada que no le reportara una ganancia económica.

Medio siglo después del incidente del concurso infantil, y habiendo pasado por el éxito de ‘Otras voces, otros ámbitos’, ‘Desayuno en Tiffany’s’ y ‘A sangre fría’, hizo lo mismo con la vida privada de los miembros del ‘jet-set’ neoyorquino alborotando el cotarro con la publicación de algunos capítulos de ‘Plegarias atendidas’, en la que deja claro que las confidencias e intimidades de los amigos famosos son para aprovecharlas como material literario, aun a riesgo de perder el aprecio de aquellas personalidades que con tanto esmero había cultivado.
Pero ¡qué diablos!, ya había alcanzado la cima de la celebridad, de la fortuna económica y —tal vez lo presentía— de su ciclo vital. Además, sus editores lo apremiaban, toda vez que desde 1967 había firmado contrato y recibido considerables adelantos por los derechos del libro. De todas formas, después de casi 18 años anunciándola, ‘Plegarias atendidas’ quedó como obra póstuma inacabada: “Genio y figura hasta la sepultura”.

Sin embargo, contrariamente a esa inmadurez emocional —que él mismo se criticó—, su madurez de escritor se desarrolló, afianzada en una disciplina sin paralelo adoptada desde su más temprana edad, cuando se dedicó a adquirir y perfeccionar las herramientas propias de ese oficio, en febriles jornadas de trabajo que hablan de una definición vocacional surgida desde su niñez. ‘A sangre fría’ es la culminación de una larga etapa de su vida, dedicada con virtuosismo a la búsqueda de la perfección del estilo, su obsesión más constante.

A partir de 1967, Capote poco quiso saber del rigor y la disciplina anteriores. Inesperadamente millonario, se dedicó a dormir sobre los merecidos laureles conquistados y al disfrute de la vida que su incomparable nivel de autoexigencia artística le había impedido, al punto de que durante el período comprendido entre 1966 y 1984 —año de su muerte— solo publicó ‘Música para camaleones’, obra irregular con momentos cumbres y caídas abismales.

Un inmenso vacío afectivo lo acorraló entre el vicio y los desplantes publicitarios, y mientras su talento entraba en barrena, su ego se elevaba como mecanismo de defensa. Un ego sustentado en el pasado, razón por la cual reveló las confidencias de las celebridades de su época de oro, para que no se olvidara que esas estrellas habían estado en sus manos.

Yukio Mishima profetizó que Truman Capote se suicidaría. Aparentemente no se cumplió la profecía. O el mismo Capote propició su cumplimiento lento deteniendo el ritmo de su trabajo, que lo mantenía vivo y joven. O, lo que es más seguro, el equilibrado y desdibujado hombrecito que murió en 1984 después de cotorrear y escandalizar durante los 15 años anteriores no fue Truman Capote, el mismo que en 1965 concluyó su novela ‘A sangre fría’ y se inscribió en la galería de los grandes maestros norteamericanos, al lado de Hemingway y Faulkner.

Es probable que quien murió en su apartamento de Los Ángeles en el año 84 fuera un impostor. A lo sumo Truman Parsons. Porque lo que es Truman Capote, el genio, murió el 14 de abril de 1965, en una prisión de Kansas, al lado de los asesinos de los Clutter, Dick y Perry. Truman los amó tanto que se enterró con ellos.

El Tiempo, Bogotá.

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