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Un gran señor de la izquierda

Por Miguel Ángel Bastenier  

Carlos Gaviria nunca tuvo que alzar la voz para hacerse oír, querer y respetar.

Era grave, culto, respetuoso, inteligente, un gran señor, pero de la izquierda. No me puedo envanecer de haberle tratado mucho, ni de haber sido más que un conocido, pero sí de que me hacía sentir siempre como si fuera un amigo. Excepcional en su carrera, tanto humana como política, suyo fue un rasgo que le hacía coincidir con alguien igual de irrepetible, el general De Gaulle, presidente de Francia, como quien circuló por la vida, a medida que fue haciéndose mayor, de derecha a izquierda.

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Por Miguel Ángel Bastenier  

Carlos Gaviria nunca tuvo que alzar la voz para hacerse oír, querer y respetar.

Era grave, culto, respetuoso, inteligente, un gran señor, pero de la izquierda. No me puedo envanecer de haberle tratado mucho, ni de haber sido más que un conocido, pero sí de que me hacía sentir siempre como si fuera un amigo. Excepcional en su carrera, tanto humana como política, suyo fue un rasgo que le hacía coincidir con alguien igual de irrepetible, el general De Gaulle, presidente de Francia, como quien circuló por la vida, a medida que fue haciéndose mayor, de derecha a izquierda.

Al revés que la mayoría de nosotros. En los años 90 era liberal y como miembro de ese partido llegó a la Corte Constitucional, que presidiría. Pero cuando la dejó en 2002, lo hacía para integrarse en una formación de izquierda, embrión del Polo Democrático Alternativo, que se creó en 2005.

En 2006 fue el mayor rival de Álvaro Uribe en las elecciones presidenciales, y con su 22% de sufragios pudo hacer creer que la izquierda, después de todo, tenía futuro en el país. Aún se lo está esperando. La presidencia no pudo ser, pero se diría que había nacido para senador, colombiano sin duda, pero donde habría encontrado su mejor escenario habría sido en Roma, la republicana, no la de los Césares, ni el imperio. Con su mesura, conocimiento y estatura jurídica parecía pensado para esa tan augusta función.

La última vez que lo vi fue en Cali el verano pasado y quedamos en que le llamaría a mi paso por Bogotá. Me faltó un verano. Para los tiempos que corren puede decirse que su país le hizo hasta cierto punto justicia, y que sus contemporáneos, en cualquier caso, le tuvieron en gran estima. Jamás oí a nadie, ni siquiera de la derecha profunda, hablar mal de él, cosa que en Colombia -y España- bordea lo milagroso. Hay que suponer que en privado es imposible que agradara a todo el mundo, pero en público, especialmente a su regreso del exilio en Argentina, años 90, por amenazas de los paramilitares, nadie osaba criticarle.

Pero, ¿quién puede ser aquel que semejante serie de elogios merece?: Carlos Gaviria Díaz, por supuesto, muerto a los 77 años de una afección pulmonar, ¡que ironía!, él, que nunca tuvo que alzar la voz para hacerse oír, querer y respetar.

@MABastenier

El País, Madrid.

 

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